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Año: 2016

Kutxa Kultur Festibala: El festival global en el que manda lo local

Uno se siente un conquistador a primera hora en el Kutxa Kultur. No hablo de Lorenzo Lamas, me refiero a Sir Edmund Hillary. Mira a la derecha, mira a la izquierda, y se ve solo en estos primeros autobuses gratuitos que nos suben desde la ciudad al monte Igeldo. Hay siete personas en nuestro trayecto. Una de ellas, Ane González, tiene claras sus prioridades. “Vengo sobre todo a Berri Txarrak”. Es una alegría que los dos grupos con más tirón sean de aquí. A saber, los mencionados “Malas noticias” y, ya mañana, Belako.

Pero volvamos a lo que nos sube al lugar, un servicio lanzadera que funciona de rechupete. La frecuencia es de seis minutos a esta hora, y dos o tres al cierre del día. Recuerden que el Funicular queda para uso exclusivo del público que acude a la zona del Parque que no ocupa el festival.

La calma de esta primera hora permite observar el emplazamiento con calma. La colocación de los elementos no ha sufrido grandes cambios. La zona de gastronomía ha ampliado sus puestos. Hay cosas para veganos y para sus antagonistas: Sushi, comida vegetariana, hamburguesas, talos, empanada argentina, kebab. A su vera puestos de merchandising oficial, tiendas de ropa ecológica, y hasta un txoko de realidad virtual. También vino y un stand de aceite que vende macarrones y hamburguesas para quien quiera degustarlos.

Nos adentramos en el parque. Parece que la gratuidad de las atracciones no anima a la gente a correr como locos a los autos de choque (¿Sabían que en Latinoamérica se llaman “autos chocones”? No me digan que no es maravilloso), el laberinto, las barcas, el kosmikar y la caseta de pesca. Tan solo la mítica Montaña Suiza tuvo tirón desde primera hora.

Nos acercamos a cargar nuestra pulsera “cashless”, el nuevo pasito (eso dicen) en la sostenibilidad de estos eventos. La pulsera es el único modo de pago en el Kutxa Kultur. Los más espabilados (muchos de ellos nacidos este siglo) ya han hecho sus deberes desde casa. Nosotros probamos el sistema físico, al cual no le vemos fisuras. Se cobra rápido, y se paga más rápido aún. Solo una pega, menor, que el tiempo nos curará: Hay que llevar el dinero en el bolsillo para cargar la tarjeta que te va a permitir no usar dinero en el festival.

Al uso sostenible le intuímos otro de mejora del manejo interno del parné. Además del riesgo de no gestionar de manera adecuada nuestro saldo a última hora de la noche. Pero eso ya es cosa del usuario, no del promotor de la idea. Los que lo utilizaron en otros festivales hablan maravillas de su comodidad. Sobre los precios que divague otro sabio (cervezas 4 euros, agua 2,50).

Subimos hacia los escenarios de la zona superior. Los clientes del hotel otean los conciertos desde la piscina del hotel, elevada sobre nuestras cabezas. El antiguo escenario Red Bull ha desaparecido para felicidad de ejecutantes, espectadores y pena de fisioterapeutas que arreglaban las lesiones de cuello por tener que mirar tan alto. En su lugar han montado un tablado que acabó acogiendo los conciertos más populosos del Escenario Pato.

Con el paso de las horas la zona se fue animando, cogiendo color y usos festivaleros: saludar a conocidos, brindar con colegas, sacar fotos del maravilloso atardecer desde esta especial atalaya para luego colgarlas en las redes sociales, ver conciertos a lo Spotify (escuchar un tema dos minutos e irse a otro). Esas cosas están implícitas en todos los eventos de este tipo en la actualidad. Está asimilado, integrado, es parte del ADN. Otra parte, y eso nos distingue, es ofrecer actuaciones fuera de toda crítica. Una variable excelente en lo local (Luma, Ane Leux, Señores), lo cercano (Aries) y lo potente (Berri Txarrak).

Kutxa Kultur Festibala: ¡Que empiece la fiesta!

La jornada del Kutxa Kultur Festibala en Tabakalera permitió conocer la nueva sala de conciertos de la ciudad.

“Apertura oficiosa”,“Fiesta de bienvenida”, “Prólogo”, “Jueves universitario” (en boca de un padre de familia con dos nenes, ahí es nada), “Calentamiento”, “Off-Festival”. No me negarán que somos buenos a la hora de ponerle etiquetas a las parrandas que rodean un evento relevante como el festival Kutxa Kultur.

Todas esa definiciones se las escuchamos a los asistentes a la hora de presentar la fiesta que ayer ocupó Tabakalera bajo el nombre de “Fiesta Bienvenida Donostia Kutxa Kultur Festibala”, un cartel de músicos y DJs que sirvió para entrar en calor con lo que nos viene encima este fin de semana y, de paso, conocer la nueva joya escénica de la ciudad, el Kutxa Kultur Plaza.

No fue la primera cita de este trote festivo. Esta semana se paseó por la capital la exposición de las ilustraciones del festival, una muestra en la que 12+1 autores (Iker Spozio, Mikel Casal, Amaia Arrazola, Mercedes Ballard,….) dibujan lo que les han sugerido otros tantos nombres relevantes del Kutxa Kultur Festibala (Berri Txarrak, Young Fathers, Cat Power,….). Un repaso -con copias a la venta- que pueden ver quienes estos días se acerquen a Tabakalera. Su compra tendrá poso solidario: parte de la recaudación se destina a la Fundación Zaporeak que trabaja en las costas de la isla Chios ayudando a los refugiados que llegan por mar.

El guateque de ayer comenzaba lejos del Centro Internacional de Cultura Contemporánea. La mallabiatarra Izaro, una de las promesas más exportables que ha dado la región este último año, cortaba la cinta inaugural en la nueva oficina que el “requetenombrado” banco tiene en la donostiarra Calle Arrasate. En Tabakalera los honores preliminares le correspondieron a DJ Mato, con una selección de melodías impepinables que incluyó selecciones modernas a rabiar (Car Seat Headrest) con otros grupos como Stone Roses, Morrissey o The Pains Of Being Pure At Heart.

En la cercana azotea Iñigo Serrulla, otra perla de nuestros imberbes constructores de canciones, acercaba sus portentosas melodías a los asistentes. Curiosa estampa del moderneo presente, con jubilados echando tragos de Keler y portando la bolsa playera (tote bag) que regalaban. La “nueva” juventud, a tope con el festival.
Ambos conformaron un perfecto entrante de las actuaciones que vendrían a continuación en el Kutxa Kultur Plaza, un espacio que ya conocen quienes se acercaron a las jam sessions del Jazzaldia. La nota técnica habla de “un nuevo espacio situado junto a la sala de cine de Tabakalera que va a ofrecer una programación moderna dirigida al público amante de nuevas propuestas. Con aforo para 300 espectadores de pie y 100 sentados, preparada para recibir espectáculos escénicos de pequeño-medio formato y todo tipo de música.

Un lugar diseñado adecuado para la música electroacústica”. No se asusten por el “palabro”, se refiere a la música eléctrica y acústica. ¿Acaso esperaban una explicación completamente comprensible de algo que se haga en este edificio modernete? Seguimos. “El escenario es desmontable y permite variaciones, lo que dota al espacio de mayor versatilidad a la hora de acoger espectáculos de diferentes formatos”.

Y traducimos: La nueva sala de la ciudad suena de maravilla y nos dará muchas alegrías. El algodón de la “electroacústica” del jueves no engaña, y el concierto de Ane Leux fue una gozada. La donostiarra, recién llegada de Colombia para realizar una residencia artística, presentaba su segundo disco “Sense” publicado hace apenas tres semanas. Un CD de raíces norteamericanas, cierta oscuridad y tonos cercanos a Norah Jones que supo elevarse en concierto, el primero que daba en su ciudad natal. No sufran si se lo perdieron. Tendrán más ocasiones de verle este fin de semana en el festival.

La parranda continuó con Dan Wilson & The Counterfactuals, un combo temporal que se estrenaba ayer. El líder de la banda inglesa Cubical ha sacado un disco intimista, y ha llamado al varios músicos locales para presentarlo estos días en la ciudad. El arranque festivalero se cerró con momentos más digitales. La culpable fue la canadiense Jessy Lanza y sus sintetizadores flotantes, la música disco y el rock de los ochenta. Ella es una de las sensaciones internacionales con su disco “Oh no”, trabajo alabado en medios de tendencias como Pitchfork.

Delorean: Un momento único

Acababa la estupenda jornada cultural del Itsasfest con un remoloneo por parte de sus organizadores, quienes avisaban por las redes sociales que el concierto de Delorean se adelantaba media hora sobre el horario previsto. Se esperaba una galerna que al final no llegó a nuestra costa. Así, a las 22,30 horas, la nueva hora de arranque, el DJ donostiarra Javi Pez parecía estar cerrando su sesión con la certera “Branquias bajo el agua”, de los también locales Derribos Arias. Se despidió con ese guiño fantástico, y al rato volvió a aparecer en el tablado para soltar otros temas más soul. La gente, que quizás no cazó el aviso tormentoso o quizás ya intuía que el baile de horas iba a quedarse en nada, reventó la playa, pretiles, arenales y baldosas de la zona a las once de la noche.

Asistieron, asistimos, a un soberbio concierto de una formación a la cual nunca más se le va a discutir su procedencia. Ya saben lo que nos gusta defender lo nuestro, y que estos chicos nacieron en Zarautz, pero viven y crean en Barcelona. Y que son vascos pero igual no pero quizás también. Chorradas. Delorean son, como Justin Timberlake o Drake, como Beyoncé o Kanye West, autores del mundo. ¿Exagerado? Difícil parece que dejen colar en ese mundo MTV a alguien que no sea estadounidense o británico, aunque ejemplos haylos.

Aquellos y estos son autores cuya obra fresca, investigadora (Delorean homenajearon con acierto a Mikel Laboa hace unos meses) y refrescante borra de las explicaciones sus lugares de nacimiento o residencias actuales. Quizás hubiera dudas entre algunas fuerzas vivas, pero esta banda ya es su propia etiqueta. Un estilo al que otros autores mirarán con respeto y ganas de que se les pegue algo. Ya tuvieron su momento hace unos años, cuando empezaron a girar por Norteamérica y Asia como usted y yo por el colmado del barrio. Algo que pueden magnificar ahora con “Muzik”, el disco que presentaban el pasado sábado en la playa de Ondarreta.

Estos cuatro chicos comenzaron el evento dispuestos en una fila, como suelen hacer siempre que el espacio lo permite. Las primeras melodías parecían indicar que el cambio, esa constante en su vida creativa, había sido a peor. Que ya no volverían a hollar aquellas cimas que les hicieron famosos. Y a lo tonto, según fueron pasando los minutos, nos dimos cuenta de que esta nueva mutación es mejor aún que la anterior y que estábamos sonriendo mientras bailábamos suavemente, absortos en las melodías. Creo que no hay nada más bonito que sentir que estás asistiendo a un momento único. Mucho se habla del I+D empresarial, pero lo de estos cuatro chavales es un fantástico trabajo de laboratorio cultural.

Delorean parecen haber suavizado sus amores por la música ibicenca – exceptuando el arranque y el bis, una ración de “hits” necesarios pero casi menores en comparación con el resto-. Y sus guiños por la sicodélia han crecido como la espuma. El resultado son unas canciones maravillosas, llenas de felicidad y arte. Fue un estupendo cierre a una jornada repleta de actos interesantes.

Efecto Pasillo: Demasiado largo

Intérpretes: Iván Torres (voz), Javi Moreno (batería), Nau Barreto (guitarras) y Arturo Sosa (bajo). Lugar: Explanada de Sagües (Donostia). Día: 13 de agosto del 2016. Asistencia: ¾ de explanada

Arrancaba el escenario sonoro principal de nuestras fiestas donostiarras con una actuación de fácil digestión a cargo de los grancanarios Efecto Pasillo. Un cuarteto que venía a celebrar ese matrimonio ya habitual y aceptado entre empresas privadas y festejos locales. Su presencia era uno de los actos que celebraba el 50 aniversario de una conocida radiofórmula nacional, como bien se pudo ver en las pantallas de fondo durante todo el concierto.

La plaza, en este caso la explanada, estaba abarrotada, que diría aquella pareja torera del chiste. No me pidan cientos ni miles. Pero si les puedo decir que no todos eran tan jóvenes como se piensan, que había parejas en las que quedaba claro quién había propuesto el plan y que las primeras filas estaba repletas de acérrimas cuyos chillidos se colaban por los micros y a las que todo adjetivo que no fuera superlativo a la hora de hablar de estos “muyayos” suponía una puñalada en el corazón.

Efecto Pasillo es, a día de hoy, el enésimo grupo que brota en los mundos masivos con pintas de comerse el mundo y que pronto darán paso a otro grupo similar y si te he escuchado en Semana Grande no me acuerdo. Tienen un nombre similar al de otra banda ya establecida (Efecto Mariposa), y sus tonadas, quien sabe si por ser isleños, gustan de mezclar muchos de los aciertos que han llegado de Sudamérica. Un poquito de Juanes, otro poquito de reggae, unas gotas de rock latino canallita. Y mucho amor y “buenrollismo”, que eso siempre viene bien. Sin cambiar mucho el estilo ni innovar a raudales, loco.

A esta fórmula le sumamos un cantante muy majete al micro con constantes menciones de la ciudad y un batería fan del expresivo pegador de Maná y tenemos un buen set de 45 minutos que se pasan en un periquete. Todo bien condensado, dejando un fantástico sabor de boca. Pero, ay, amigo, que en el papel del contrato pone “la actuación tendrá un mínimo de 90 minutos”. ¿qué hacer en el resto?

La respuesta de Efecto Pasillo, quienes cuentan con tres discos en su haber, fue digna de La Década Prodigiosa. Los bastantes minutos de extractos de canciones conocidas hizo entrar en barrena el concierto. O mejor dicho, lo movió un poco de “actuación” a “pachanga”, algo que pareció no molestar a los asistentes de Sagüés. Hubo porciones del “7 Nation Army” de White Stripes, un tema de “perreo”, algo de Juan Magan (quien colabora en el último single de los canarios), el “Matador” de Fabuloso Cadillacs, otro guiño a Dj Kun y Freddy Mercury, un saludo a Pitbull, un set acústico correcto pero fuera de sitio, un golpe de ska, un pensamiento a Shakira y Chayanne, una migaja del “I Like to move it” de Reel 2 Real,… Menuda mezcla, ¿eh?

Hasta se jugaron el tipo los canarios más allá de lo deseado, dando por acabado el concierto y apagando las luces sin despedirse apenas, quien sabe si con ello pidiendo el ánimo del público para regresar a escena. Decimos que se la jugaron porque entre el respetable, ese animal social que se arrima allá donde suena la música y se escancian bebidas, tampoco es que hubiera una salva atronadora de aplausos y vítores pidiendo el regreso. Menos mal que los autores tenían un as en la manga, el del “single conocido por todos”.

Allá llegó, faltaría más, aglutinando a la gente que se había acercado a los bares de la zona o el muro playero. Todos corriendo para no perderse el momento de “Pan y mantequilla” – canción de anuncio en 2014, por cierto- y otros aciertos tras la sarta de bollería industrial que nos comimos. Nada que tenga estructura de lanzamiento de fuegos artificiales (comienzo atractivo por novedoso e impactante – cosas que pasan con mayor o menor tino – traca final) fallará jamás en nuestra ciudad. Pero el concierto de Efecto Pasillo se hizo demasiado largo, queridos organizadores. Bueno, al menos no fueron una banda tributo a Michael Jacks…oh, espera…

Kutxa Kultur Festibala: Música entre el mediodía y el amanecer

El festival extendió sus tentáculos por la ciudad para acabar eclosionando en la montaña con Belako y Chick Chick Chick.

Kutxa Kultur Festibala, el imperio (melódico) en el que nunca se pone el sol. No contentos con montar mil y un conciertos de cinco de la tarde a dos de la mañana en el Monte Igeldo, los promotores organizan farras en la sala Gasteszena hasta las seis de la mañana y guardan un espacio para las actividades diurnas. En esa “hora del vermú”, el momento en el que los padres con nenes pueden distraer otras obligaciones más juguetonas para, por ejemplo, escuchar música en familia.

Por eso se antojaba un planazo la actuación del grupo Petit Pop en la sede de la capitalidad, en plena calle Easo donostiarra. Una formación con pedigree “indie” (tocan o han tocado en Nosotrash o Penelope Trip) que sabe hacer las delicias de mayores y pequeños. Ambos se repartían el espacio por igual en la azotea del edificio, confirmando las palabras que la cantante del grupo dio para este medio: ”En los conciertos no nos queda nada claro si los mayores traen a los peques o es al revés. Se nota muchísimo en los estribillos coreados por voces sospechosamente graves”. Allá nos pasamos la hora larga de actuación sonriendo ante las ocurrencias de la cantora, cantándole a las chuches y los animalitos. Con fondos que iban desde el rock garajero hasta la polka o el pop que usan de apellido estos asturianos.

Algo más tarde, a las dos, hubo otro concierto sibarita con pintxos y resto de maragatería en el Convent Garden. Los ejecutantes fueron dos de los nombres locales con más elegancia de esta edición: Ane Leux y Charley Atkey. Hoy domingo también tenemos un plan de este pelo: Trenor DJ despedirá el cartel de festejos en el bar A Fuego Negro a las tres de la tarde.

Ya en la montaña, con la gente a lo vampiro huyendo del sol y buscando las sombras, aún se hablaba de los pelotazos de la previa: el buen sabor de boca de los grupos locales, el arte de Aries y el exitazo de Berri Txarrak, Young Fathers o Corizonas. Mientras los nombres se iban diluyendo por motivos de actualidad ante la llegada de bandas como Belako, El Inquilino Comunista o Cat Power. Sin desmerecer a las agrupaciones de casa. Charlie & The Colours lo bordaron ayer, mientras Perlak dotaba de oscuridad los soleados tonos melódicos de la zona y Músculo! le añadía ídem a la tarde, con temas tecno de buena factura.

Y hablando de facturas… la famosa pulsera para realizar los pagos de las consumiciones fue la reina de los encuentros. Precios y gastos de gestión eran temas recurrentes en las charlas. La organización ha asegurado que tendrá en cuenta los comentarios de esta novedad para ediciones futuras. Por cierto, la definición de “festival de altura” no solo puede referirse al listado de bandas seleccionadas o a la altura respecto al mar. Así debería etiquetarse también el evento si atendemos a los instrumentos de los músicos. No hay una guitarra normalita, pardiez, ni en los encumbrados ni entre los recién llegados.

Con Neuman la cosa se puso seria. El pasaitarra Gorka Elegasti lo tenía apuntado en sus deberes. “Me encanta lo que hacen, y aquí en el escenario grande sus canciones suenan de maravilla. Es la sexta vez que les veo, y me está encantado”. No fue el único, la zona estaba casi llena. El público fue más madrugador que la víspera, y para las ocho de la tarde el lleno estaba al alcance de la mano. Tras ellos el pop suave de Izaro hizo buenas migas con el atardecer y el nervio juvenil de Rural Zombies volvieron a brillar en sus momentos. Y con las melodías de Cat Power, que pareció llegar calmada y con su versión más centrada, entregamos estas líneas de urgencia, mientras flotaba en el ambiente la sensación de que, pulseras aparte, la última edición del Kutxa Kultur había vuelto a cumplir con las expectactivas.

Jazzaldia 2016: Si la cosa funciona…

El Jazzaldia cerró sus escenarios gratuitos con música vaquera, DJs caribeños y grandes orquestas

Abonos del Kursaal agotados. Ibrahim Maalouf agotado(r). Cosas más “cuquis” como el Workshopp de Lyon o lo de Josemi Carmona, agotados. Steve Coleman o Diana Krall, el gran nombre de ayer, agotados. Que el Jazzaldia siga gastando libretas de tickets hasta el último momento habla de la buena salud del certamen más allá de fiestas de guardar y puentes que festejar. Tampoco se le puede negar que ha sabido aprovechar la ola del aumento de visitantes que ha tenido la capital guipuzcoana estos días y semanas.

Las zonas gratuitas del festival han sido un hervidero de patas. Por allí se han agotado cosas, como mis piernas de potrillo y algunas botellas de refrescos de manera puntual. Pero es que ha vuelto a ser otro éxito, no sé si de crítica, pero sí de público. Aquí van unos números del domingo, por ejemplo: Charles Bradley, 10.000. Txikijazz, 3500. Grupo Fantasma, 6000. El propio Miguel Martin, gerifalte del Jazzaldia, comentaba antes de la retreta final de actividades que sus sumas alcanzaban ya las 170.000 unidades. Si usted es de los míos y lleva fatal eso de lo números, debiendo contar si en realidad hay once jugadores cuando la Real Sociedad juega sus partidos, le daré pistas sencillas: en todas partes había un mundo.

En la zona de las terrazas el lunes arrancaba madrugador. La gente aún comentaba los puntos culminantes de jornadas anteriores: Que si Charles Bradley fue genial pero corto, que muy bonito lo de Trilok Gurtu, que si había que hacer más cosas como lo de Bertsojazza (improvisaciones de bertsolaris y músicos), que Organ Summit fue una preciosidad… Esos son unas opiniones, y si no le gustan tengo otras. Pero todas se centran en lo positivo de este o aquel momento.

Jazzaldia 2016: Entre Zuloaga y un patio de San Telmo

El enésimo acierto del Jazzaldia se llama Espacio Fundación SGAE y está situado en un patio del Museo San Telmo. Su programación diurna es otro gancho para quienes tengan deberes familiares o se acerquen a la parte vieja donostiarra a otras labores más turístico-alimentarias.

El domingo hubo dos citas antes de la hora de comer. La primera llegó de la mano de la Broken Brothers Brass Band, un octeto parrandero que se basa en las orquestas contemporáneas de Nueva Orleans. Un paseo vivaracho y enérgico que comenzó en la Plaza Zuloaga y vimos marchar hacia la calle 31 de Agosto. Aquello parecía la banda de Hamelin, con decenas de personas siguiendo sus pasos. Si algún día Ansorena decide aparcar los paseos capitalinos de sus txistularis mañaneros estos hermanos sopladores serían un relevo estupendo.

En la entrada del txoko SGAE nos cruzamos con Miguel Martín, director del festival. «Ojo con estos franceses que actúan ahora. Van a ampliar tu perspectiva musical», dijo sin rubor. Y acertó. Lo del Workshop de Lyon fue una cosa ‘fantabulosa’. Cuatro chalados con edad para protagonizar un remake de ‘Cocoon’, que en teoría debían estar ejerciendo de ‘comepintxos’ por las calles cercanas, dedicando -magníficos- temas a gente con la que se habían cruzado en su vida: que si un cabrero, que si una cantante francesa, que si un tipo que pintaba lágrimas de sangre a los maniquíes… La música no se quedó atrás, con libertinos pasajes de jazz, alguna brutalidad a lo John Zorn y mucho folk agitado. Eso sí que eran ‘piezas’ de museo, y no algunas de las que se pueden ver en las salas de estos espacios. No me quiero ni imaginar la que pueden liar estos cuatreros con sus colegas hoy en el Victoria Eugenia con La Marmite Infernale.

Jazzaldia 2016: El domingo se convirtió en el nuevo sábado

El festival gozó de su enésimo éxito de público en unas actuaciones que permitieron gozar del jazz y los sones latinos.

Las bondades del calendario nos han regalado un sábado más en el Jazzaldia. Siendo el lunes no laborable por cuestiones de santoral, la programación habitual de este día de descanso descansó lo justo. Y por eso se disfrazó de “víspera de fiesta”, con muchos eventos llenos de vitalidad situados a lo largo y ancho de las zonas gratuitas del festival.

Un buen ejemplo han sido los conciertos de la Plaza de la Constitución, el Escenario Skoda que ha viajado entre el jazz y el soul. Y el blues, apuntamos, porque ayer también se llenó en el concierto de Paul San Martin y Romain Gratalon. La gente, que parece no tener casa, volvió a responder de manera masiva. Nunca piensen ustedes que una explanada o una terraza están llenas de gente. Siempre cabe uno más. Como en el metro de Japón.

Algo más cercanos, desde Burdeos (Francia), llegaban los cuatro socios de la Edmond Bilal Band al escenario Coca Cola, quienes repiten aparición esta noche en idéntica zona. Fueron la opción más oscura y nocturna de la tarde. En la Terraza Heineken asistimos a un pase único en diversidad, el de la cantante británica Eska Mtungwazi. Colaboradora de las travesuras sonoras de Grace Jones, Bobby McFerrin y Cinematic Orchestra, su voz fue el protagonista principal de un concierto algo difuso. No lo decimos nosotros, lo dicen nuestros entrevistados. La madrileña “pero pon que nacida en Don Benito, Badajoz” Raquel González opinaba que “más allá de una voz espectacular, el conjunto no me entusiasma. Me gustaron más los Rural Zombies de la noche del sábado”. En similar cuerda se posicionaba el irundarra Jesus Miguel Gimeno. “Es muy borroso lo de esta señora, muy disperso. Le falta unidad al conjunto. Me ha gustado la parte de raíz jamaicana, pero esa sección desgraciadamente se ha acabado muy pronto”. No todas las opiniones parecían tirar por esos derroteros. La cantante se hartó de saludar a fans y sacarse fotos con ellos en el paseillo que había entre el escenario y los camerinos.