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Año: 2016

Andrés Calamaro: Un traje perfecto

Sobrio. Esa palabra que jamás asociarían a la persona o el personaje de Andrés Calamaro, a quien se le conocen excesos verbales y de los otros durante parte de su carrera. Sobrio, repetimos, remarcamos, se presentó el argentino en nuestro Kursaal. Poca escenografía, poco disparate escénico, pocos socios sobre las tablas. Buscando cierta intimidad y cercanía con las luces y, sobre todo, los tonos de las melodías.

El autor traía bajo el brazo “Romaphonic Sessions”, tercer volumen de sus “Grabaciones encontradas”. Álbum creado en compañía del pianista Germán Wiedemer – presente en esta gira-, que buscaba la inmediatez y la frescura en las reconstrucciones propias y ajenas. Y con la sola compañía de la armónica, sin mediar palabra, comenzó la noche con la “dylaniana” tonada titulada “La Libertad”.
No es casual la referencia. Calamaro teloneó, sin ir más lejos, al murmurador de Minnesota el pasado mes de julio en nuestra ciudad. Y sus querencias se traspiran aunque ahora le pegue a otros estilos, como sucedió en la calmada “Algunos hombres buenos”.

El público se mostró entregado desde la primera pausa vocal que vieron en el protagonista, quien no saludaría al respetable hasta la cuarta pausa de la noche, interpretadas ya “Estadio Azteca” y el traje crooner de “Algo contigo”. El antiguo miembro de los Rodríguez también dejó espacio para aquella banda (“Copa Rota”,“Sin documentos”) y recordó momentos preciosos de Jairo&Piazzola (“Milonga del trovador”) o Carlos Gardel (“El día que me quieras”, “Soledad”). También hubo éxitos personales (“Flaca”), momentos de blues (“¿Quién asó la manteca?”), arranques tangueros (“Garua”) e inmersiones en el jazz (la muy cambiada “Los aviones”).

No queremos marearles con más títulos. Sintetizaremos la idea general. Con esa eterna voz rasgada, a punto de romperse o tropezarse pero de gran expresividad narrativa, este traje le queda como un guante al autor argentino. Persona que ha convertido estos conciertos en un sincero homenaje a esos autores eternos a quienes nuestro día a día actual corre el peligro de olvidar. Un olimpo en el que, de alguna manera, Andrés Calamaro hace tiempo que empezó a asomar el hocico.

Damien Jurado: disfrute lisérgico

Interpretes: The Weather Station, Damien Jurado & band. Lugar: Casa de Cultura de Intxaurrondo (Donostia). Día: 2 de mayo. Asistencia: unas 300 personas.

¡Qué gozada cuando los posibles permiten disfrutar de una banda al completo! Algo desgraciadamente poco habitual, o no tanto como debiera. Como ver pasar un cometa.. O disfrutar con un equipo poco conocido ganando una liga. Similar a llevar a tus amigos turistas de pintxos y que no te sonrojes por los precios u observar cómo todo el mundo está de acuerdo con algo de la capitalidad 2016. Casi una extravagancia.

Nos hemos malacostumbrado a ver a cantantes acompañados por solo una guitarra defendiendo orgiásticas composiciones de estudio. Un formato obligado por la carestía que suele suponer pasear al resto de socios por otro continente, y también porque algunos se piensan que España sigue siendo la gallina de los huevos de oro a la hora de negociar caches (sobre todo en esos festivales cuya competencia aviva la llama de los “musicodólares”).

A veces, caso de la chica telonera de la noche (“The Weather Station”), los grupos aterrizan en formato dúo con un batería exquisito en los parches porque su folk clásico y espacial no tiene aún mucho tirón. Aunque los aplausos recibidos denotaron cierta base de seguidores en nuestra tierra. Su media hora de actuación– gozosa en la calma, algo menos cuando se ponía “Soyuz” en los tonos- estuvo muy bien, y acabó cuando tenía que acabar.

Total, que al fin pudimos ver a Damien Jurado con su banda. Y fue la repera, como bien pueden atestiguar las tres cuartas partes de aforo de la Casa de Cultura de Intxaurrondo, con gentes de todas las fronteras que nos circundan entre el respetable. No olviden que era un lunes.

Podíamos empezar comentando que su voz, enorme y enérgica como de costumbre, particular y distinguida sobre los sencillos acordes, era capaz de comerse y borrar la cola de la reverberación cavernosa de su micrófono. O apuntar cómo el teclista consiguió con su “mellotron” imprimir acidez y lisergia a la grupal rabieta eléctrica. La base rítmica, que en el “solo” de turno dejó deslizar cierta educación jazz, sonaba sencillamente atractiva en los golpeos y quemada en los trastes de bajo.

La primera media hora larga fue una elevación sonora, un subidón sobrio por los caleidoscopios de aquellos años 70 californianos, la época de los Doors y otros tantos experimentadores. Y tras un pequeño impasse de un par de temas no tan excelentes la banda recuperó bríos y mordiente hasta llegar a los bises. Espacio en el que el norteamericano recuperó viejas hechuras para defenderse como un emperador con la sola compañía de su acústica. Que no por conocido deja de ser maravilloso ese formato. Hasta pudimos escuchar al autor de perenne ceño fruncido contar una anécdota sin que pareciera un sociopata en el intento.

A partir de ahora ya no vamos a querer al Jurado con poca compañía en los escenarios. Para eso ya tendremos internet y los miles de vídeos que bajo aspecto promocional se graban con los cantantes tocando en oficinas, patios o cabinas telefónicas. Visto lo visto el pasado lunes, agradeceremos todo intento de los promotores para volver a disfrutar de estas fantásticas actuaciones.

Delorean: regreso al futuro

Intérpretes: Las Marines DJ, Delorean. Lugar: Factoría marítima Albaola (Pasaia), Día: 10 de abril del 2016. Asistencia: lleno, unas 300 personas

La cita de ayer del Music Box Festibala, certamen auspiciado por nuestro 2016 que busca ofrecer actuaciones en espacios no habituales de San Sebastián, se esperaba con expectación. La entradas se habían agotado unos días antes en, un cartel que aunaba interés musiquero -la actuación de los zarauztarras Delorean reconstruyendo temas de Mikel Laboa- y un emplazamiento atractivo, la Factoría marítima Albaola de Pasaia.

Seguro que ya lo saben, pero Albaola es la empresa encargada de llevar a cabo uno de los proyectos estrella de nuestra capitalidad, la reconstrucción de la Nao San Juan – ballenero que zarpaba del País Vasco hacia Terranova en el siglo XVI-. Uno de los buques insignia de nuestro gran año cultural que al final no tocará el agua hasta el 2019. En fin, pelillos a la mar.

El grupo Delorean tomó el mismo camino de la histórica nave, el de unir dos culturas, en la convocatoria del domingo a la tarde. Haciendo honor a su nombre (tomado del coche del film “Regreso al futuro”), los guipuzcoanos afincados en Barcelona viajaron al pasado para desmontar la proa y la popa de los temas de nuestro honorable creador artístico para construir una fragata de ondas más personal y futurista.

The Bellrays: rock anti murmullo

Interpretes: Luma, The Bellrays. Lugar: Casa de Cultura de Intxaurrondo (Donostia). Día: 7 de abril del 2016. Asistencia: unas 400 personas.

A veces suceden estas cosas. Tienes enfrente a un grupo fantástico y enérgico que está dando un espectáculo estupendo y….te quedas tibio. Como si hubiera un muro invisible entre ejecutantes y oyentes. Con The Bellrays me sucedió algo así. Y mira que la cantante lo intentaba constantemente con su “this is a rock show”. Nada, ni por esas. No puedo culpar la falta de de potencia, amigos. Gracias a ella nos evitamos el brutal murmullo de los espectadores situados (esta vez) en la zona izquierda de la sala.

La cantora de cardado imposible – había más pelo en esa cabeza que en las cinco primeras filas de espectadores juntas- desplegó una voz que en los momentos calmados sonaba maravillosamente negra, un grito góspel entre arpegios eléctricos. Y cuando eran los chicos los que tiraban del carro me hacía imaginar a Aretha Franklin rodeada de melenudos enfadados. O a James Brown con MC5 en su chepa. Rock y soul empastado e impactante. Lo intentaron con el “Whole Lotta Love” de Led Zeppelin, una canción tan icónica que hace que cualquier versión, por muy vital que sea, tienda a desfallecer respecto al original. Pese a todo lo más justo sería puntuar a The Bellrays con un notable. Igual el día malo era el mío.

Los donostiarras Luma, encargados de abrir la noche, se subieron al vagón de las buenas calificaciones. Un dúo de batería y guitarrista cuya sencillez permite no etiquetarles. Aunque sus pinceladas de rock distorsionado emulsionen las virtudes de Nirvana, Joy Division, The Doors o The Strokes para felicidad de la escena local.

Silvio Rodriguez: Fantástico regreso

Bajo el plomizo nubarrón habitual de nuestra tierra, el domingo se prestaba a no dejar mayor huella en nuestros calendarios más allá del sofá y la mantita y el ojeo a los resultados deportivos. Hasta que llegó Silvio Rodríguez y nos acercó a ese “Domingo Rojo” suyo, tema que enunciaba aquello de “Domingo, es como si no me quedaran penas, como si fuera siempre primavera”. Una cita que llevaba días con el cartel de “no hay billetes” y que venía auspiciado por el “Stop War Festibala”, la propuesta músico-reivindicativa que brotó bajo el paraguas de nuestra capitalidad cultural. La gira arrancaba en nuestra tierra y recorrerá buena parte de la península española. Que se preparen los asistentes futuros de este “tour”. Les espera un fantástico concierto.

Y bien podrían haber asistido más de las 5500 personas presentes en el Velódromo donostiarra si no fuera por las comprensibles medidas de seguridad, las mismas que limitaron el número de sillas presentes en la zona de la pista. Un acierto su colocación y disposición, que los cuerpos ya no están para tantas horas sin apoyar las nalgas…

Con cierto retraso sobre el horario previsto (veinte minutos que se hicieron comprensibles tras ver los abarrotados accesos), con la luz del sol colándose por las cristaleras del recinto deportivo y tras una introducción instrumental se posó sobre el escenario el autor cubano bajo una lluvia de aplausos. La excusa de la visita se llama “Amoríos”, el disco que publicaba a finales del año pasado tras casi un lustro de mutismo discográfico. Trabajo en el que retoma algunas canciones de décadas pasadas que nunca fueron grabadas por este creador de la “Nueva Trova Cubana” nacido en San Antonio de los Baños y que despegó como autor en la capital de su país.

El trovador cubano arrancó su velada con algunas composiciones de ese último lanzamiento: “Una canción de amor esta noche” y esa mezcolanza titulada “Tu soledad me abriga la garganta” que pone un pie en Paul Simon y el folk norteamericano de su colega Pete Seeger. Los primeros aplausos de mención llegaron con “Tonada de albedrío” y sus aires setenteros. Y las primeras agitaciones sonoras con “Día de agua”, una rumba urbana cubana bien regada de vitalidades latinas.

Bajo una escenografía austera montada alrededor de la voz principal y con un juego de luces tan sobrio como acogedor y efectivo se desarrollaron los veinte minutos de su “exposición de mujer con sombrero”, cuatro piezas melódicas agrupadas bajo una misma idea en la que destacó, sin nos atenemos a la respuesta del público, la ya conocida “Oleo de mujer con sombrero”. Aunque el jugueteo pop del final de estas tonadas, “mujer sin sombrero”, bien merece un espacio en nuestras repaso. Una creación que mezcló de manera fantástica el pop, el jazz y las buenas maneras narrativas del isleño, un maestro a la hora de sugerir e interpretar.

La cita llegó a un interludio en el que brillaron los miembros de Trovarroco, y en especial el intérprete de “Tres”, esa guitarra tan particular. Menudos bríos le pegó a la espera, como bien se pudo ver en las pantallas laterales que ampliaban lo que sucedía en el tablado. “La maza” hizo retornar los aplausos masivos al Velódromo, que escuchaba atento la explicación del vuelo “semi privado” que Rodríguez compartió con Gabriel García Márquez que inspiró el tema “San Petesburgo”.

El concierto fue cogiendo carrerilla entre el respetable tras la interpretación de la preciosa “Quién fuera”, la bien recibida “La era está pariendo un corazón” y ese final de concierto – así estaba previsto en la lista de canciones, antes de atacar los bises- que puso a todo el mundo de pie tras dos horas de fantástico evento. Show cerrado en ese punto con la íntima “Qué poco es conocerte”.

Pero aún parecía quedar mucha velada si atendemos a la prevista lista de bises, tremenda en longitud. Aunque atendiendo a los usos del cantor, más bien parecía un listado del que sacar las cuatro espuelas que suele llevar a cabo. Cualquier cosa es posible si hablamos de un músico con más de cuatro décadas de carrera musical y más de 20 álbumes publicados.

La urgencia de esta crónica nos impidió detallar todos los pasajes restantes, pero sí podemos apuntar que “Pequeña serenata diurna” se arrancó con las luces del recinto encendidas y el runrún de la gente canturreando el tema. Y que “Ojalá” sigue siendo un maravilloso himno en boca de este autor. Un creador que esperemos retorne pronto, que no tenga que pasar otro decenio hasta su siguiente visita. Silvio Rodríguez hace los domingos (y la vida, por extensión) mucho más llevaderos y agradables con sus creaciones enamoradizas.

Sonrisas contra la guerra

Intérpretes: Nina Coyote y Chico Tornado, Inna Modja. Lugar: Puente de Maria Cristina (Donostia). Día: 25 de marzo del 2016. Asistencia: lleno, unas 5000 personas.

Tras un fantástico día de paseos culturales y alimentarios por el centro de Donostia, la primera de las grandes jornadas del Stop War Festibala dirigió sus decibelios al Puente de Maria Cristina, emplazamiento festivo que – esta vez sí- se antojó perfecto a la hora de disfrutar de los actos programados por nuestra capitalidad cultural para la noche del pasado viernes.

Con un tablado colocado entre los pilones más cercanos a la estación de tren, la gente se dispuso a lo largo del puente y en la orilla del Paseo de Gernika, donde también pudieron degustar los menús de los puestos de comida callejera que el festival ha dispuesto estos días.

Y a quien en pleno picoteo el visionado del show le pillara algo lejos siempre podía acudir a las dos pantallas laterales situadas a ambos lados del escenario que, gracias a una perfecta realización, destacaban los detalles de las actuaciones que se estaban celebrando. Más allá de piruetas conceptuales y sesudos análisis vanguardistas, una pregunta brotó de nuestra cabeza: “¿Ves qué fácil era, Cereza?“

Gracias a esas pantallas que comentamos pudimos ver más de cerca la sonrisa constante de Ursula Strong, batería del dúo Niña Coyote y Chico Tornado, y la complicidad que mostraba con el guitarrista de la banda, el fantástico Koldo Soret. Sin echar en falta los tonos graves del bajo o los más acolchados de los teclados (en parte porque Soret busca recrearlos con los pedales de efectos usados en directo). Ella, a su vera, le pegaba de forma sencilla y regia, remarcando el lado contundente de estos donostiarras.

Sus 45 minutos se pasaron volando entre cantos en euskera, pasajes instrumentales y pelotazos de corte clásico. Melodías que ahondaron en el lado más oscuro de la banda, la que se pirra por bandas como Black Sabbath, Kyuss y Fumanchu. O el gran Iggy Pop y sus Stooges, cuyo “Gimme Danger” recrearon ante la creciente audiencia.

Unos espectadores que ya cubrían la totalidad del Puente de María Cristina cuando llegó el turno de la cantante y modelo franco-maliense Inna Modja. De un primer vistazo pudo recordar a Neneh Cherry en su reciente visita a nuestra ciudad: Tonos trip-hop y una voz central que acaparaba casi todas las miradas. Pero pronto descubrimos que su paseo era mucho más despejado y enriquecedor.

La disposición del escenario nos sirvió de pista. A la izquierda de Modja estaba el muchacho encargado de los teclados y los pregrabados (Pierre Antoine Grison, presentado como “Krazy Baldhead” y responsable de buena parte de las canciones del último disco de la francesa). Y a la derecha de la protagonista se colocó Seyba Sissoko, autor de todos los sonidos de corte tradicional (guitarra, ngoni, kora, tama,…) que sonaron en la velada.

Juntos construyeron un mensaje que buscó posicionarse en categorías más actuales: Sin olvidar los tonos de la madre tierra africana, hubo momentos rapeados y letras en francés, inglés y bambara (idioma malí). En lo sonoro a veces se enfocaban hacia el “r&b” británico o norteamericano contemporáneo, otras se acercaban a la pista de baile de las discotecas y en ocasiones sonaban netamente pop. No es casual que su última grabación la haya capitaneado Stephen Budd, socio de Damon Albarn en el transfronterizo proyecto“Africa Express”

Mención especial merecen las reivindicativas líricas del trío. Unas presentaciones que recibieron muchos aplausos por parte del sensibilizado público: “Lampedusa” recordó la tragedia marítima de hace dos años, “Water” recordó los problemas de la gente que no tiene acceso al agua potable, “Tombuctu” – uno de sus mayores éxitos en el país vecino- puso sobre el tapete la guerra contra el terrorismo que durante los últimos tres años está sufriendo Mali.

El concierto acabó con Inna Modja corriendo arriba y abajo por el puente, mezclándose con el público e incitándoles a bailar y brincar. “La letra con fiesta entra”, pareció decir el cimbreo de la autora, quien puede contar sin rubor que su primer concierto en España fue todo un éxito.

Bill Ryder-Jones: Una noche irrepetible

La iglesia donostiarra de Zorroaga volvió a abrir sus puertas para un concierto de música pop. El llenazo de la sala confirmó lo apropiado de la apuesta de Music Box, la rama de nuestra capitalidad cultural que propone eventos en sitios poco habituales. La cita fue doble y contó con la presencia de un atractivo grupo local y un soberbio autor británico que supo sobreponerse a los acontecimientos con maestría. Es la ventaja de hacer canciones estupendas. Que por mucho que la noche se tuerza sabes que saldrás victorioso.

Desde Arrasate llegaban Mary May & The Muppets, la banda capitaneada por María Fagan Sagasta. Su folk aguerrido recuerda a las andanzas de aquellas figuras de los años 90 (Kristin Hersh, Throwing Muses). La actuación dejó muy buen sabor de boca, ligeramente empañado por esos últimos divertimentos que no casaban con el resto de su lista.

Tras ellos arribaron Bill Ryder-Jones y su diezmada banda: El bajista tuvo que ser ingresado en un hospital local por problemas estomacales. Convirtiendo pegas en retos, la iglesia inaugurada en 1910 fue “el sitio perfecto para probar mis tonos más tranquilos en este obligado formato semi acústico”, como nos confirmaría el autor inglés en los camerinos al final de la noche.

Aparcadas las energías de su último CD, el nervioso “West Kirby County Primary”, su actuación fue un maravilloso viaje por sus discos anteriores. Con la puntual compañía del resto de socios de la gira (batería y teclista), sus rasgados solitarios y esa voz tierna y conmovedora se bastaron para ofrecer una velada sensacional. Tan solo la escucha consecutiva de“By the morning I “ y “Cristina“, dos cautivadoras odas a la melancolía, hizo que la asistencia mereciera la pena.

Afable y divertido entre temas, Ryder-Jones amagó con tocar temas de Jimmy Hendrix y los Smiths antes de atacar el “Two Lines” de Lightships, el proyecto en solitario de otro iluminado de las melodías, Gerard Love (Teenage Fanclub). Y emocionado por la respuesta general y lo singular del lugar, en el día que todo parecía alinearse en su contra, el británico ofreció por primera vez en su carrera musical un “bis” nada más acabar su set habitual. Otro ejemplo más de que asistimos a un concierto irrepetible de un artista extraordinario. De esos que nos confirman que aún hay sitio en el mundo para melodías cuya sencillez nos desarma el interior.

Sin palabras

Intérpretes: Raphael y la Orquesta Sinfónica de Bilbao. Lugar: Auditorio Kursaal (Donostia). Día: 26 de febrero. Asistencia: Lleno unas 1800 personas.

Lo sucedido el pasado jueves en el Auditorio Kursaal escapa a la lógica. Y a los números me remito. Apunten. 35 canciones. 155 minutos de concierto. Sin descansos – lleva 55 años sobre los escenarios-. Con la Orquesta Sinfónica de Bilbao como acompañante y con la gente levantándose a aplaudir al final de casi todas las canciones. ¡En nuestro Kursaal!

Uno se asusta cuando ve los constantes retos que se “autoinflinge” Raphael. Pero el temor se convierte en pavor cuando ve que el de Linares sigue saliendo de todos ellos de manera grandiosa. De ello puede dar fe el heterogéneo público donostiarra presente, encantado con un espectáculo que acabó formando parte de los anales de nuestra ciudad. Pues no había una señora a mi lado que, llevando dos horas largas de show, tuvo la osadía de decir en alto “¿Cómo que se acaba ahora? ¡Que toque tres más!”. Ríanse de las believers. ¡Sus antecesoras son peores!

El incansable comenzó su antológica cita con el “Ahora, que el tiempo ha pasado” de su tema “Ahora”. Frase que no debe dirigirse a sí mismo. Lo que ofrece esta gira sinfónica es un meritorio retorno a aquellos maravillosos años líricos en los este jienense que se comía con patatas la orquesta de fondo, viva y locuaz, haciendo temblar el mismísimo Teatro Bolshoi ruso.

Especialmente emocionante cuando los socios le ponen un colchón clásico y popero de cuerdas emocionantes – listar los títulos de todos los aciertos haría que este artículo se acabara aquí- , el autor de las mil aristas se emociona, explota, se deshace, se desabrocha, se eleva, se cimbrea y aflamenca, nos desata, exagera y busca los extremos del amor y su despecho. Unas letras sublimes, de otra época, alejadas años luz de la insustancial lírica pop actual. Qué tenga que venir un setentón a contaros de qué va esto, indies y famosos televisivos… Manda narices.

Nunca un concierto se nos hizo más corto. Con eso queda todo dicho. ¿Qué sera lo siguiente, querido? ¿Tocar en un auditorio con gravedad cero?¿Cantar las canciones del revés? ¿Hacerlas a capela? ¿Montar un grupo con Kanye West? Poco importa. Lo más recomendable es ir comprando ya la entrada.