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Andrés Calamaro: Un traje perfecto

Sobrio. Esa palabra que jamás asociarían a la persona o el personaje de Andrés Calamaro, a quien se le conocen excesos verbales y de los otros durante parte de su carrera. Sobrio, repetimos, remarcamos, se presentó el argentino en nuestro Kursaal. Poca escenografía, poco disparate escénico, pocos socios sobre las tablas. Buscando cierta intimidad y cercanía con las luces y, sobre todo, los tonos de las melodías.

El autor traía bajo el brazo “Romaphonic Sessions”, tercer volumen de sus “Grabaciones encontradas”. Álbum creado en compañía del pianista Germán Wiedemer – presente en esta gira-, que buscaba la inmediatez y la frescura en las reconstrucciones propias y ajenas. Y con la sola compañía de la armónica, sin mediar palabra, comenzó la noche con la “dylaniana” tonada titulada “La Libertad”.
No es casual la referencia. Calamaro teloneó, sin ir más lejos, al murmurador de Minnesota el pasado mes de julio en nuestra ciudad. Y sus querencias se traspiran aunque ahora le pegue a otros estilos, como sucedió en la calmada “Algunos hombres buenos”.

El público se mostró entregado desde la primera pausa vocal que vieron en el protagonista, quien no saludaría al respetable hasta la cuarta pausa de la noche, interpretadas ya “Estadio Azteca” y el traje crooner de “Algo contigo”. El antiguo miembro de los Rodríguez también dejó espacio para aquella banda (“Copa Rota”,“Sin documentos”) y recordó momentos preciosos de Jairo&Piazzola (“Milonga del trovador”) o Carlos Gardel (“El día que me quieras”, “Soledad”). También hubo éxitos personales (“Flaca”), momentos de blues (“¿Quién asó la manteca?”), arranques tangueros (“Garua”) e inmersiones en el jazz (la muy cambiada “Los aviones”).

No queremos marearles con más títulos. Sintetizaremos la idea general. Con esa eterna voz rasgada, a punto de romperse o tropezarse pero de gran expresividad narrativa, este traje le queda como un guante al autor argentino. Persona que ha convertido estos conciertos en un sincero homenaje a esos autores eternos a quienes nuestro día a día actual corre el peligro de olvidar. Un olimpo en el que, de alguna manera, Andrés Calamaro hace tiempo que empezó a asomar el hocico.

Publicado enCríticas de conciertos

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