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Categoría: Críticas de conciertos

Edison Woods: Más allá de la música

Día: Lunes 5 Abril 2004.Lugar: Sala Gazteszena. Egia. Donostia.Asistencia: unas 200 personas.

Ni forenses grabados con finura, ni niñeras recauchutadas con 7 imberbes a su cargo. Las doscientas personas que coparon casi al completo la noche del lunes los asientos retráctiles de la sala Gazteszena donostiarra huyeron de la programación televisiva para acercarse a ver el concierto de Edison Woods, populoso combo de la inquieta ciudad de Nueva York.

El escenario se engalanó con una decoración mínima, poblado por decenas de velas minúsculas, para recibir a los seis músicos (chelo, batería, guitarra eléctrica, violín, bajo y corista) que acompañan a Julia Frodahl, pianista, cantante y foco principal de esta banda norteamericana.

Nos lo avisaba la propia Julia en la entrevista que publicaba el pasado viernes nuestro Dvorame. ”Ahora mismo la música se lleva gran parte de mi tiempo, aunque en Edison Woods nunca olvidamos las obras de arte”. Y esa dicotomía creativa se mostró en su cita del pasado lunes.

Porque así era como, a nuestro modesto entender, debía saborearse esta actuación. Como quien observa una obra de arte, traspasando la frontera de lo estrictamente musical y dejándose llevar por el componente artístico-expresivo de Edison Woods, entendiendo el evento en su totalidad.

Vestida como una bailarina de una caja de música, Julia Frodahl gesticulaba con lentitud corporal las emociones que su garganta y su teclado saben emanar con suavidad y ternura. Su fragilidad vocal se dejaba caer unos tonos de más con demasiada facilidad, aunque la mayor parte del tiempo supo embriagar con emotividad natural, una cercanía emocionante y una dulzura digna del mejor confite pastelero.

Nos entró algo de miedo cuando la cantante apareció en escena con una jaula iluminada repleta de plumas. Ya saben que las performances buscan provocar, pero todos respiramos más tranquilos cuando, hilando algunas de dichas plumas a su muñeca, Frodahl volvió a imbuirse en sus ensoñadoras melodías.

Sus socios no le iban a la zaga. El batería sintonizaba diversas emisoras radiofónicas locales como quién busca señales de otro planeta, el violinista se decidía por puntear con suavidad las cuerdas de su instrumento. La corista, extraída de una película de Dreyer, se descolgaba con frases de opera, desnudando sus estudios clásicos.

En lo estrictamente musical, Julia Frodahl se trajo buenos ejecutantes a esta gira, aunque se echaba en falta algo más de complicidad entre ellos. Una frialdad quizás obligada por el guión predeterminado. También lamentamos la ausencia de los acertados detalles electrónicos de su último disco “Seven Principles Of Leave No Trace”. Pero las relajadas canciones, mínimas y meticulosas, supieron aguantar con dignidad la carencia de elementos digitales.

Y abandonamos la sala con la idea de haber sido testigos de una cita cultureta e intelectual del magma artístico de Nueva York. Ampuloso, snob, emotivo, exquisito, vacuo, reconfortante, exagerado… Poner los adjetivos dependió del grado de integración personal en la actuación. Para el arriba firmante ganaron los positivos.

Alex Kid: Por los pelos

Tibia entrada el pasado jueves en Gazteszena para escuchar las peripecias sonoras del creador electrónico Alex Kid, nacido en la Galia y asentado durante muchos años en las Islas Baleares.

Seguro que fue en las animosas discotecas de las Pitiusas donde nuestro mozo fomentó sus amores por las tendencias musicales bailongas más efectistas: House, Deep Techno, Garage…

Etiquetas abrazadas por muchos con mayor fortuna y repercusión que las de éste ejecutante francés. No es un nombre estrella de la escena dance, aunque haya pasado la mayor parte de su carrera en el importante sello F Communications, capitaneado por Laurent Garnier (¿les suena más éste nombre?).

Pero seguro que han escuchado sus composiciones en cualquier peluquería (perdón, salón de estilismo integral). Porque las sencillas amalgamas de digitalismos de su último álbum “Mint” se encuadran en esa serie de discos que se vaporizan habitualmente entre brushings, peelings y resto de denominaciones anglófilas que abundan en los salones de belleza más modernos.

Ya nos temíamos que Alex Kid se iba a dejar de peinados clásicos y secadores monocasco. Nada de cortar las puntas y desgastar un poco. Lo del jueves noche en Gazteszena fue meter tijera sin remisión. Kid se escondía entre teclados y samplers, su socio se repartía la otra mitad del equipamiento digital y en la parte trasera el señor batería trataba de agregar el elemento orgánico al concierto.

Andrew Bird, Clem Snide: Vaya pájaros

ANDREW BIRD + CLEM SNIDE
Sala Gazteszena
19 Febrero 2004

Buena entrada la recibida en la sala Gazteszena del barrio donostiarra de Egía para disfrutar de una sesión musical doble tan interesante como sorprendente. La propuesta foral Gaztemaniak! programó para los oidos más inquietos una cita con el desconocido Andrew Bird y el grupo Clem Snide. Ambos presentaron concepciones musicales frescas para el anquilosado panorama actual.

Como avanzadilla de la sesión apareció el chico solitario, Andrew Bird. Que hizo buen uso de su apellido, porque menudo pájaro el artista éste. Armado con un violín, algunas sencillas bases pregrabadas, pertrechándose en ocasiones tras una guitarra y silbando como los ángeles entre todas las escalas musicales habidas y por haber, el artista de Chicago demostró que sus cuerdas vocales son tersas y muy sentidas.

Cercano en ocasiones a los tonos popularizados por Sting, gastaba voz sensible el norteamericano cuando entonaba sus tiernas melodías, en una especie de folk de violines que sorprendió a los presentes. Con esa imagen de gran creador que navega por encima de acordes y estructuras, sus canciones se disfrutaban con frescura y sencillez. Buena muestra de ello era su puesto de venta de CDs, muy poblado al final del concierto.

Tras él llegaron los trajeados Clem Snide. Bajo sus ropajes de yuppies descastados pronto dejaron claro que en concierto iban a relajar las buenas formas presentadas en CD. Y no hablamos de la voz de Eef Barzelay, que se permitía lujos como el cantar una canción de manera sobresaliente sin acompañamiento alguno. Ni de desmontar sus pequeños éxitos y reconstruirlos en ocasiones de manera casi irreconocible.

Pequeños logros melódicos que en disco se muestran ricos en detalles y en vivo quedarían algo desnudos si no fuera por el chorro natural de la voz de su cantante. En un castellano defendible se acercaba al público, mientras dejaba el inglés para esas canciones de amor y falta de cariño que han desarrollado con acierto a lo largo de su carrera.

Era en los detalles donde se podía observar las ganas de este cuarteto de pasarlo bien y hacer disfrutar a los presentes, cargando de ironía sus elegantes composiciones. Como ejemplo inicial, los chicos se mostraron al día colando entre canciones propias unas estrofas del “Milkshake” de Kelis, el ultimo éxito erótico hip-hopero televisado hasta la extenuación en las cadenas musicales del ramo.

La fiesta continuó con otras líneas de Nelly Furtado, mientras la habituales tonadas del grupo perdían purismo campestre para ganar fuerza rockera, con el buen hacer habitual de las bandas guitarreras americanas.

Al final recuperarían las versiones de Christina Aguilera (“Beautiful”) y Velvet Underground (“I´ll be you mirror”) presentes en su última referencia discográfica, a las que hay que añadir una mordaz dedicatoria a los mandamases de su país y el nuestro con la revisita al “War Pigs” de Black Sabbath.

Gaztemaniak!: Conciertos del 10 aniversario.

La propuesta foral (que este año cumple aniversario) reserva también sus esfuerzos para acercar a nuestra provincia algunas de las propuestas musicales internacionales más renovadoras e interesantes. Gaztemaniak! ha continuado el pasado 2003 (y lo hará en el 2004. Ya hay las primeras fechas confirmadas) programando en diferentes espacios culturales provinciales esos sonidos que por difusión se encuentran alejados de los medios de comunicación generalistas y redes mayoritarias.

Buen ejemplo de ello fue el germano Losoul, que abrió el fuego a finales de enero del pasado año con su electrónica de aires cálidos. El grupo Smith And Mighty redundó en el interés popular por estas músicas digitales con su actuación de octubre. En ese mes Gaztemaniak apostó por colaborar con el Festival Elektronikaldia, en el que patrocinó una de sus noches con las actuaciones de algunos de los más arriesgados artistas vascos como Martiko eta garate o Irazoki, Telletxea y Erkizia Trio, que sirvieron de contrapunto al estiloso sonido dance ejecutado por los centroeuropeos Schneider y Farben.

El pop ha sido otro de los puntos fuertes de la programación anual de ésta propuesta foral. Desde Nueva York llegaron sus nuevos bríos con los conciertos de Parker and Lily y Speedball Baby. En Oñati se pudo disfrutar de los aciertos melódicos de Pernice Brothers, mientras el Gazteleku de Zarauz acomodaba su coquetería para mostrarnos las dulzuras de L´altra o aquel inolvidable concierto que los madrileños Emak Bakia compartieron con el exquisito Tex La Homa.

Los asturianos Manta Ray también se desfogaron en Gazteszena gracias a la colaboración de Gaztemaniak!, con un lleno casi absoluto de la sala. Dicho local acogió momentos más rockeros, con las actuaciones de Mark Olson y Victoria Williams, y dejó abierto su escenario a otras propuestas de difícil definición estilística. David Grubbs confirmó porqué Chicago ha de tomarse como cuna de las inquietudes más actuales musicalmente hablando. Jaga Jazzist demostraron que su inclusión en los más importantes festivales de jazz del mundo venía demostrada por sus mezclas imposibles de jazz y pop. Caminos que el Chicago Underground Trio revisitó de manera personalísima en su actuación donostiarra.

Y también se abrió Gaztemaniak! a nuevos lugares (Elgeta acogió el divertido concierto de los históricos White Flag). Nos quedó tiempo el pasado año para disfrutar del country más idílico con Stacey Earle y Mark Stuart en el Gazteleku de Oñati, o degustar las rimbombantes composiciones de King Khan, que dejaron atónitos a los espectadores de la Casa de Cultura de Egia. Espacio escénico que, para cerrar el año, registró otro llenazo con el cercano Ruper Ordorika y su pop repleto de carácter.

Y comienza Gaztemaniak! la andadura de éste décimo año de existencia con dos atractivas propuestas no exentas de calidad. El 8 de febrero pisará tierras zarauztarras, Matt Elliot, uno de los compositores más en boga los últimos meses, presentando su disco «The mess we made». Y pocos días más tarde, el 19 de febrero, Gazteszena colocará sus mejores galas para recibir al grupo Clem Snide, una de las formaciones más interesantes del country-rock alternativo. Atentos a las sorpresas, porque Gaztemaniak! prepara eventos muy especiales con motivo de estos diez años de vida que se cumplen en el 2004.

Speedball Baby, Lost Sounds: Acción de grácias

Jueves 27 Noviembre
Lugar: Gazteszena
Entrada: Unas 250 personas

El jueves se presentaba rockero en Euskadi. Mientras en la capital de la Comunidad los británicos Spiritualized prometían melodías contundentes y repetitivas con luces estroboscópicas para deleite de sus seguidores, Donostia se vestía con sus mejores galas (a saber, frío, lluvia y viento, los modelos más empleados en nuestra ciudad esta temporada otoño-invierno) para recibir el concierto de dos grupos norteamericanos, Lost Sounds y Speedball Baby.

Los “sonidos perdidos” se encargaron de abrir fuego, con dos partes musicales bastante diferenciadas. Con una formación clásica de trío (guitarra, bajo, batería) y la compañía de una bella moza a los sintetizadores golpeando y berreando con soltura cuando la ocasión lo merecía, los primeros compases fueron muy gratificantes. Sonido garajero, de profundas raíces sesenteras briosas y contundentes, como el que propagó por los cinco continentes el grupo The Cynics.

Llegaban los Lost Sounds de Menphis, Tennessee, la ciudad del rey del rock Elvis Presley. Pero estos tipos poco habrán acudido a la casa dicho monarca para coger influencias. A lo sumo, para realizar sesiones de espiritismo y magia de diferentes colores. Porque en esta segunda fase de su actuación el guitarrista se pasó también a los teclados y los sonidos se oscurecieron cual nube de tormenta de nieve.

Un estilo casi gótico, por momentos épico, del cual no se desperezaron hasta el final de su show por mucho que la chica se asiera la guitarra y ocupara planos centrales. Como le suele suceder al equipo de futbol donostiarra, jugaron una parte bien y la otra menos bien.

Los Speedball Baby llegaban con un nombre fiero (speedball era y es la droga que se llevó por delante a John Belushi y River Phoenix entre otros, una mezcla explosiva de cocaína y heroína) desde la gran ciudad cultural de Nueva York. Siempre fue la gran manzana hervidero de músicas, y sus creaciones más guitarreras sufren una nueva explosión mediática con grupos como los Strokes, Mars Volta o los Yeah, Yeah, Yeahs.

Sería un error meter a los cuatro chicos de Speedball baby en ese saco. El cuarteto bebe de fuentes más clásicas, principalmente sones de los años 50, presentándolas de manera poco común. Al estilo de la Jon Spencer Blues Explosion, salpicando sus canciones de diversidad creativa, de momentos fieros y pausados sin haber acabado el propio tema. Y quizás su sombra fuera demasiado alargada en la noche del jueves en Donostia.

Pero vayamos a lo positivo y auténtico. El cantante Ron Ward, una especie de Al Pacino atacado por el baile de San Vito, se apropió de todo el escenario y de los ojos de los asistentes. Nervioso y enérgico, sus melodías no se ajustaban a las estructuras, volando libre y personalmente por las músicas capitaneadas por el acicalado guitarrista Matt Verta-Ray. El resto de la banda permitía que los continuos cambios de estructuras y estilos se realizaran de manera brillante, con un batería que tan pronto posaba los palos como hacía recorridos contundentes por los diferentes tambores.

Smith & Mighty: Clase Turista

Entre grises nubes de intermitente y potente descarga acuosa nos acercamos a la cita que la propuesta foral Gaztemaniak! nos había organizado para la noche del jueves en la sala Gazteszena, en el barrio donostiarra de Egia. Los protagonistas de la noche, Smith and Mighty, llegaban con una elegante aureola desde las islas británicas.

Su nombre ha ido creciendo desde los años 90, cuando ellos, Massive Attack, Tricky, Portishead y Roni Size revolucionaban los mundos digitales con las creatividades que la ciudad de Bristol emanaba desde sus suburbios.

En esa misma fase suburbana e iniciática se encuentra nuestro Tüsüri, telonero de los británicos en su cita donostiarra. Este mozo de apenas 16 años no tuvo problemas a la hora de utilizar su laptop ante el numeroso público que se acercó para escuchar sus creaciones.

En esa edad en la que la mayoría de nosotros nos preocupábamos de darle pataditas a un balón o empezar a naufragar en ridículas aventuras amorosas, Oier Iruretagoiena ya comienza a adentrarse en los ritmos digitales con paso firme. Aún está algo imberbe el chaval. Los estilos están sin pulir, con las influencias demasiado presentes y pocos matices de producción. Algo normal cuando estamos ante las primeras chanzas con los programas musicales informáticos.

Pero a uno le entran ínfulas de ojeador futbolista, y se aventura a opinar que en 5 años (si madura con pausa, como los buenos vinos) nuestro Oier tendrá un espacio importante en la música electrónica de nuestro país y alrededores continentales.

Lo que Smith and Mighty presentaron nos empieza a cansar un poco. No por la música que ofrecieron (más que correcta), sino por la formación elegida: Un DJ que ponía canciones y un charlatán que hablabla/rapeaba sobre ellas. Mighty girando vinilos y un tal Kezz con el micro adherido a la mano.

Los combos de Hip-Hop se basan en ese esquema, sí. Pero cuando uno tiene una banda completa con la que suele actuar (mas de un asistente acudió a Gazteszena con esa idea) y se presenta en una ciudad con dos tocadiscos, una sirena algo reiterativa y unos parlamentos sin freno que el público no puede disfrutar en toda su extensión (el ingles no es aún lengua nativa en Euskadi), solo nos viene a la mente una imagen: Tipo con grupo famoso y sin disco reciente echa mano de un colega del barrio y le pregunta “¿Qué, nos pegamos unas vacaciones por Europa en clase económica y tarifa reducida tirando del nombre de mi banda?”.

Musicalmente, el concierto fue un gozo absoluto para los amantes de las melodías negroides en su vertiente más jamaicana: mucho Dub y Reggae, estilos que se adaptan muy bien al esquema grupal presentado dado que dejan cantar encima de los numerosos espacios sin voz que las canciones contienen. Sin olvidar algo de aquella oscuridad y parsimonia que caracterizó el trip-hop.

La cosa se fue animando y cayeron algunas gotas de estilos electrónicos más briosos como el Drum&bass y el 2 Step. Smith & Mighty (o esta versión light) ofreció un recital extenso y completo que movió no pocas caderas y brazos entre el personal asistente, en un hipnótico aerobithon bailarín. Lastima que no pudieran refrescarse todo lo deseado por el tristemente habitual caos organizativo del bar de esta sala donostiarra.

Elektronikaldia: Noche de fiesta

Cargado de actividades se presentaba nuestro sabado electrónico. El viernes más de uno había llegado casi a los churros mañaneros, así que había que armarse de valor y energía para intentar disfrutar de los conciertos diurnos en el Elektronikaldia. Disfrutar de un festival extenso en todos sus momentos requiere su esfuerzo, no se crean.

A la tarde, las salas polivalentes del Kursaal presentaron propuestas de aquí y allá para los paseantes que se acercaron al edificio grosero a disfrutar de la gratuidad de estos actos. Entre el Corvette que los organizadores colocaron en el hall del edificio donostiarra, las diferentes promociones y la feria comercial en la que uno podía parapetarse de modernidad en formato revista, los ganadores del concurso organizado entre los creadores digitales locales fueron los protagonistas de nuestra atención.

Su premio era aparecer en un CD y presentar sus personales composiciones a un público que se había acercado con ganas de ampliar su conocimiento. Se explayaron desde el mediodía demostrando que sus músicas se crean para sentirlas, no para bailarlas.

De más allá de nuestras fronteras, Jan Jelinek se convirtió por derecho propio en la principal referencia del Elektronikaldia en su formato soleado. Aunque más de uno también disfrutó con la contagiosa alegría de las chicas de Foyu.

La noche es otro cantar. Sobre todo si es sábado, día oficial de celebraciones sociales. Si el viernes el sentido que más disfrutó en este mismo espacio escénico fue el oído, el sábado llegó la hora de revolucionar el resto de músculos. Se respiraba en el ambiente de la sala Gazteszena de Egía, lugar de bríos nocturnos festivaleros, que la gente tenía ganas de juerga.

Y quién la buscó la consiguió. En la sala principal DJ Food destapó el tarro de las esencias durante más de dos horas con muchísimos estilos sonoros bien solapados, todos ellos animosos y con cadencia pegadora.

Lamentamos la griposa caída del cartel de Dego, el integrante del grupo 4Hero, pero el resto de miembros de la fiesta que el club británico Co Op se montó en Donostia dejaron bien alto (y cansado) el pabellón. Aquí hubo House, algo de jungle, breves momentos rapeados y un ambiente que rezumaba diversión por los cuatro costados.

A veces nos aturdía un poco tanta expresividad sonora, y nos dejábamos caer por la sala pequeña de Gazteszena. En aquél pequeño templo dos DJs locales nos hacía movernos con los Stooges, Spectrum, la Velvet Underground y otros canibalismos sonoros de cuando no peinábamos canas. A veces entraba Jamaica en formato dub o reggae, otras veces un decidido calipso. Decir que no gozamos con las alternadas sesiones de Ibón Errazkin y Josetxo Anitua sería mentir como cosacos. Y como cosacos ya hicieron otras cosas los espectadores de este evento.

Elektronikaldia: Luz suave.

Arrancó el evento más digital y danzarín de la capital guipuzcoana con nuestras mejores galas de viernes noche. La sala Gazteszena del barrio de Egía presentaba la primera entrega del quinto Elektronikaldia, el Festival Internacional de Música Electrónica de Donostia – San Sebastián que durante todo este fin de semana presenta conciertos y sesiones de DJ.

Allá nos acercamos, sabedores de que en el escenario grande íbamos a ver una interesante representación de sonidos germánicos. Y que en la sala txiki los artistas vascos demostrarían su increíble apertura de miras y su amor por las experimentaciones. Ambos espacios corrieron a la par en el tiempo y tuvieron más actuantes que DJs.

En el nombrado espacio pequeño el arrasatearra Asier Leatxe empezó con algo de retraso, porque el público (tres centenares) se hizo el remolón y el tardón. El muchacho ofertó lo que prometía, un estilado dancehall más jamaicano que las rastas de pelo, con algún toque hip-hopero.

Tras él, llegó el desembarco beratarra con algunas de sus mejores (y más innovadoras) mentes inquietas. El dúo vasco-navarro Martiko eta Garate dispararon desde su portátil extractos folclóricos regionales, bien reconstruidos bajo patrones experimentales. A Soundcheck lo escuchamos a ratos, entre paseo y paseo. La falta de potencia nos impidió asimilar mejor su propuesta de ejecución informática.

Similar comentario de volumen para el sugestivo trío Irazoki, Telletxea y Erkizia, que se desfogan musicando proyectos pop-rockeros (Xabier Montoia) para más tarde dar rienda suelta a sus agradables y reconfortantes devaneos musicales comunes, en los que todo parece ir montándose con suavidad y sin patrones aparentes. Sus melodías zigzagueaban con dulzura entre las conversaciones de los presentes.

Lo de los alemanes que le pegan a la música electrónica ya nos lo sabemos, pero no por ello dejamos de gozarlo. Schneider TM se presentó en formato trío, tocando instrumentos electrónicos y una pequeña curiosidad en forma de balalaica eléctrica.

Los germanos navegaron con diversión por los clichés que este país europeo ha exportado desde los años de Kraftwerk. A saber: Frías (que no gélidas) composiciones ambientales de sonidos apagados y cierto gustazo electro–pop ejecutado con humor, que nos recordó lo bien que nos lo pasamos en su día viendo en este mismo lugar a Airling & Cameron. Con baterías apacibles y sin apenas escuchar tonos graves.

Y nos llegó al alma esa versión del “There´s a light that never goes out” de The Smiths, una canción que sonaría genial hasta ejecutada con botes de Colón. Schneider TM la llevó a su terreno con gracejo y sentimiento, subiendo octanos en la puntuación final de los jueces, los cuales no dudaron en calificar el concierto como “simpático y confortable”.

Después llegó el turno de Farben (nacido Jan Jelinek), que se resguardó detrás de su portátil a la hora de entregar su interesante colección de ejercicios de estilo: Algo de Clicks and Cuts, experimentaciones sobre bases electrónicas de ritmos 4×4…. El berlinés presentó una actuación en la que el la personalidad y la elegancia del autor flotaron sobre las mentes de los espectadores.