Camisetas

Desde niño tuve una fijación muy clara con esta ligera prenda de vestir. Nunca acepté los modelos que en herencia familiar me veían. Ni los horribles productos promocionales fruto de los trabajos mercantiles de mis padres. Diseños de neón que provocarían aún hoy el colapso epiléptico de nuestros mayores en las zonas de paseo de Benidorm. Así que, más que una opción personal, la cosa empezó como una rebeldía pre-acné.

Pasaron los granos, y la cosa no hizo más que empeorar. En las fotos de la orla siempre había una camiseta distinta entre los mares de polos y rocosos cardados. Porque, desde el inicio de mi vida estúpida, digo, adolescente, tuve claro que ese espacio me pertenecía. A mí y sólo a mí. A mis gustos musicales, que encontraban en esa tela un espacio de difusión. Y si alguien deseaba aparece entre mis antebrazos, primero debía convencerme y después, caso de ser multinacional, pagarme.

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Para no molestar

En este post, como en las últimas de «El Jueves«, hay un titular pero podía haber muchos más: El «Como (no) hemos cambiado» de los papeles de hoy, «La Ketchup»,… Y todos sería acertados.

Porque Soledad Gimenez, la ex de Presuntos Implicados, tiene un esquema compositivo muy fijo. Mezcla mucho jazz, pop, soul (a su lado, Duffy es Billie Holiday), algo de latinismos brasileños. Pero todo es tan extremadamente suavecito y contenido que se hace difícil apuntar algún matiz.

Explicaba Manoukian cómo en los discos actuales había un recorte de rango dinámico que hacía que todo sonara mas plano.

Pues bien, el técnico de sonido de la valenciana  puede atribuirse el honor de ser la primera persona en el mundo que es capaz de trasladar esa forma de trabajo a un concierto en un teatro. Daba igual que el melenas se hiciera un punteo distosionado, o que el bajista le diera al slap como si jugara a las maquinitas de Olimpiadas de los 90.

Nada que objetar a los músicos, impolutos ellos en el toque. Pero Todo quedaba engullido en esa zona media sonora, sin sobresaltos ni compositivos ni sonoros. Como el ketchup, que ya puedes echárselo a un plato rápido que a una comida de Arzak que todo lo homogenea.

Sobre esa línea recta Giménez cantó y habló y habló y rió al comienzo de las canciones comiéndose estrofas. Le disculparemos su charlatanería porque a la frialdad habitual de los donostiarras se unió una entrada realmente pobre, de unas 200 personas. A eso quítenle los 20 de su oficina de promoción y los 40 (mínimo) que fueron con invitaciones y les queda un buen ejemplo de música perfecta simplemente caduca.

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