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Etiqueta: jazzaldia

Eri Yamamoto: Precioso entendimiento sonoro

En la abundante colaboración vasco-japonesa que presenta el Jazzaldia de este año destacaba la colaboración entre el Eri Yamamoto Trío y el Coro Easo. Juntas y revueltas se plantaron en un Victoria Eugenia lleno para defender ‘Goshu Ondo’, una suite que mezcla el jazz con lo nipón. Porque así deben ser las ententes. Fusionando locales y foráneos, voces e instrumentos, todos en bella armonía.

Los asistentes disfrutaron de la simpatía de la pianista oriental. Vestida con un kimono, la autora se mostró encantada de estar en Donostia y explicó el programa del evento: tras dos canciones de la banda entraría la coral para atacar, según sus propias palabras, un “goshu ondo” ”que en vasco puede significar “pequeño dulce” pero que en realidad se refiere a una música tradicional japonesa triste a la que yo insuflo alegría”.

El primer fogonazo llegó pleno de optimismo pop, una suerte de sintonía de un remake de la teleserie “treinta y tantos” con gotas de moderno folk vasco. El segundo pasaje tomó más altura basándose en formas nocturnas e intrincadas. Y fue en el solo de batería de este tema cuando el nutrido Coro Easo, que más que “treintaytantos” fueron “cincuentaypico”, entró en escena.

Juntos atacaron el motivo principal de la cita. Con un momento inicial que erizó los vellos y mostró a unas voces atentas a las disonancias jazzy. El segundo corte, un minutaje cíclico en el que comienzo y final se dieron la mano, remarcó el carácter fílmico e histórico de las melodías con un conjunto que ganó protagonismo. Sobre todo el batería, que además de erizar con sus filigranas tuvo que lidiar con unas partituras que se alejaron, volvieron, cayeron y subieron del timbal en el que se apoyaban.

El tercer capítulo comenzó informal, con los coristas chasqueando los dedos, para mas tarde encandilar en su atractiva extrañeza. La cuarta pieza llegó espaciosa, radiante, con los músicos cabalgando sobre el ritmo del contrabajo y un coro que se vistió de orquesta de cuerdas. El quinto fue un enrevesado easy-listening, la siguiente tiró para el jazz-blues más vivo y la última fue una parranda que contó con el colegueo de un público al que le enseñaron un movimiento que parecía mezclar los bailes tradicionales, el tai chi y lo gospel. Todos ellos, visitantes y donostiarras, saludaron encantados al final de los noventa minutos de la actuación.

Tormenta de buenos conciertos

Una tromba de agua deslució una tarde de grandes actuaciones en las terrazas del Kursaal

Nos las prometíamos felices ayer a primera hora. Un viento norte que refrescaba el “caloret”, nubes que tapaban el sol y grupos que prometían muy buenos momentos. Quiso la programación que el día de Santiago Apóstol el arranque terracero le tocara a unos músicos afiliados a la Texas Christian University de E.E.U.U. La Curt Wilson Alumni Big Band, una tropa de dieciocho exalumnos que curran en Microsoft y derivados, defendió sus amores por los sonidos de las grandes bandas. ¡Cómo gusta este estilo en nuestra ciudad! Y más cuando la formación que toca suena impoluta, rayando la perfección, como fue el caso.

Todo brotó bien balanceado en su set, con unos vientos muy presentes y temas que volaron a gran altura. Tremendo el sentimiento que le dieron al “Sing Sing Sing” popularizado por Benny Goodman y que el donostiarra temporal Woody Allen ha utilizado hasta en tres de sus films. Vital y contagioso tocaron el swing de “Flight of the Foo Byrds” (Count Masie) y no menos estratosférico y chisposo el “Take the a train” de Duke Ellington.

En la Terraza Heineken se estrenaba en estas lides festivaleras Ainhoa Larrañaga. Famosa por salir en la teleserie Goazen, la de Hernani consiguió llenar la plaza de preadolescentes encantados de verla. Bueno, no solo ellos y ellas. Progenitores y paseantes reventaron la estancia y disfrutaron de la suavidad creativa de sus canciones. Su jazz-pop adulto y reposado a veces buscó lo latino y siempre encontró el apoyo de la expresividad de la voz principal, muy activa sobre el tablado. Unas fans y/o amigas animaban a la guipuzcoana con una pancarta casera de “La Nueva Rosalía”. Fue un guiño de ánimo curioso y divertido.

En el Escenario Coca-Cola se desfogaban The Funk & Risketeers, la enésima remesa de Musikene – nuestro Basque Musikari Center creativo-. No consiguieron quitarse de encima la etiqueta academicista ni atacando el “Blame It On The Boogie” de Jackson Five ni frenando el “Crazy” de Gnarls Barkley. No estuvo mal, pero no consiguió detener nuestra marcha.

La cosa se tornó tenebrosa en el segundo turno de actuaciones. La alta humedad relativa perdió dicha relatividad y llegó en forma de cuatro gotas que luego fueron ocho y mas tarde un diluvio de rayos, truenos y centellas. Lo cual suele dejar estampas muy “cuquis” para instagram, con parejas bajo un paraguas, pero que es algo realmente molesto para los espectadores, quienes corrieron a taparse bajo cualquier cubierta posible.

La cosa quedó, hasta la suspensión por seguridad a las ocho y veinte de la tarde, en un ensayo sin gente delante. Y fue una pena. Porque el populoso conjunto Long Island Sound Vocal Jazz fue pura alegría. Atacaron el ya mencionado “sing, sing sing”. Una pieza que ante el vendaval rebautizamos como “swim, swim, swim” (nadar, nadar, nadar).

En el parterre Heineken repetían pase Elkano Browning Cream. Con el órgano Hammond como amo y señor de los tórridos sonidos, su concierto mostró un gran esqueleto. En el coqueto Coca-Cola florecieron Ekhilore Quintet. Sonaba precioso y atractivo, raro y encantador. Pero la lluvia se llevó todo el arte por delante.

Esto sí es Kawaii, qué guay

El festival arrancó con una fiesta inaugural llena de soles cantores y bonanzas sopladoras.

El Jazz Band Ball del Jazzaldia es el corte de cinta previo de la etapa del tour, el primer día de fiestas patronales, el suculento entrante – que para algo somos vascos- de un menú que inundará Donostia estos próximos días. El pistoletazo “free jazz” (por aquello de que es gratis y suele haber mucha música de ese estilo) se celebra siempre en la parte trasera del Kursaal, que dispone de tres escenarios además del grande situado en la arena. Una playa que a las 19,30 horas de ayer, momento en el que los sonidos comenzaron a brotar de los altavoces, aún andaba repleta de gente buscando refrescarse del calor reinante ante una galerna que apuntó pero no disparó.

En realidad la zona se abrió sobre las siete de la tarde. Y para entonces ya había gente esperando a Joan Baez en la valla del Escenario Verde. Jóvenes y mayores fueron llenando poco a poco las distintas terrazas de la zona. Ana Pérez, de Pasajes San Pedro, nos confirmaba que siempre que puede se acerca al Jazz Band Ball. “Me parece un gran plan. No solo el del espacio grande sino el de estos más pequeños. Aquí siempre encuentras grupos atractivos. Si alguno te gusta menos pues te das un paseo por la zona y listo”. Le tanteamos por sus preferidos, pero defendió su idea de picoteo y las bonanzas de los transportes públicos de su zona.“Aprovechamos los servicios nocturnos de los buses para volver a casa”.

El continente no ha variado, manteniendo los elementos las disposiciones habituales. En la entrada más cercana al puente del Kursaal / Zurriola se colocan el stand de discos, las taquillas para los tiques, las tabernas y el Escenario Frigo. En la terraza superior aparece el Heineken. Como txoko coqueto cercano a Sagüés sigue estando el Escenario Coca-Cola.

La “bomba japonesa”

Pero vayamos al contenido, que es lo que nos pirra. Y más si empezamos con fuerza y rabia blues-rock de la mano de Rei. Uno de los grupos japoneses que, gracias a un acuerdo con la Fundación Japón, recalarán en esta edición 54 del Jazzaldia. En formato de trío llegaron Rei (chica a la guitarra y voz), Katsuhiro Mafune (bajo) y Miyoko Yamaguchi (pegadora baterísta). Con ropas llenas de colores y ese aire “naif” que impregna la música popular de su país. A esa supuesta belleza o ternura ellos la llaman Kawaii. Y la actuación fue guay, kawaii, y todos los términos fantásticos que se les ocurran. Una “bomba japonesa” al estilo de las de los fuegos artificiales. Una fiesta llena de vitalidad y alegría.

Simpáticas y sonrientes, fueron disparando temas haciendo olvidar su jet-lag – llegaron la víspera- y animando de buena gana el cuerpo de los presentes. En el menú cabía de todo: rock-blues, pop, funk, bases de baile. Rei hablo en castellano de manera más que digna, hizo de “Guitar Hero”, cantó por un megáfono y tocó una pandereta al cuello. Su equipo repartió pegatinas promocionales por la zona. Todo feliz y radiante. Si se perdieron la cita de ayer no desesperen, que el trío repite pase hoy y mañana en idéntico tablado.

Mientras las palabras “Jamie Cullum” y ”Joan Baez” flotaban en el viento durante nuestro paseo por la zona – si nos hubieran dado un euro cada vez que escuchamos los nombres de las grandes estrellas del día igual si podíamos haber fichado a la dichosa Rosalía- llegamos a la elegancia de Ola Onabulé.

El anglo-nigeriano fue un ejemplo de finura y distinción ante un abarrotado espacio. Con un soul de corte británico – ni muy meneado ni muy parado- y bien apoyado en una banda de corte estándar – batería, bajo, piano,…-, sus canciones fueron entrando por los poros cual crema solar. Su voz, tersa y afectada, fue una montaña rusa a la hora de pasear por los tonos. “Es como si cantara jazz con el meñique levantado”, dijo un espectador a nuestra vera para intentar definir el estilo. No pudimos reprocharle nada a la frase.

En el Escenario Frigo se comprimieron los nueve integrantes de Saxophone Con-Clave. Una dinámica formación de corte clásico que lanzó algo de swing, latinismos acolchados y mucho pasaje calmado, al menos durante nuestra visita. Quienes llegaron con ganas de mover el bullarengue, que la promoción invitaba a ello, deberán escoger otro momento. Aquello fue un paseo tranquilo por el jazz de las grandes bandas. Mas esto no ha hecho más que empezar. Nos esperan muchos días, paseos, formaciones y grandes momentos. ¡Que ustedes lo disfruten!

Un arranque de película

Hasta músicos que han tocado para Woody Allen se cuelan en los seductores conciertos previstos estos días en las terrazas del Kursaal

«Si funciona, no lo toques”, reza uno de los dichos populares de nuestra tierra. Y el Jazzaldia se ha tatuado esa frase en el brazo que programa las actuaciones en las terrazas del Kursaal. Tres escenarios que acompañan al “verde”, el potente de la playa, con una oferta que busca innovar, entretener y fascinar. Parafraseando aquel anuncio de detergentes, diremos que el eslogan para estos espacios gratuitos bien pudiera ser el de “busque, compare, y si encuentra algo mejor…siéntese a escucharlo”.
Arranquemos esta tarde de Jazz Band Ball con dos aristas bien atractivas. La japonesa Rei defenderá su blues-rock vital y enérgico. En la otra esquina estilística se topará con el cantante Ola Onabulé. Un caballero del soul que unirá la vitalidad africana con el refinado estilo londinense.

Los amantes de los sonidos clásicos no se perderán al Dan Barrett Classic Jazz All Stars. El trombonista Barret tiene un currículo de ministro: miembro de la orquesta de Benny Goodman, músico de Mel Tormé y Tony Bennett y soplador en las bandas sonoras de Woody Allen (“Balas sobre Broadway”,”Poderosa Afrodita” y”Todos dicen I love you”).

Sin salir del mundo del celuloide llegaremos a “Love & Revenge”, combinado de imágenes y sonidos árabes que llenará de vanguardia la trasera del Kursaal. La Saxophone Con-Clave propondrá una mezcla libre y suculenta de las obras de compositores como John Coltrane con la “sabrosura” caribeña. Y no menos vitalista se presenta el trío Elkano Browning Cream de Mikel Azpiroz.

El festivo jueves atardecerá con los casi veinte músicos de la Curt Wilson Alumni Jazz Band pregonando sus amores jazzeros, mientras el swing de la no menos populosa Long Island Sound Vocal Jazz llegará peligrosa y refrescante como el cóctel que homenajean. La joven y televisiva Ainhoa Larrañaga (Go!azen) inundará el espacio de dulzura y el pianista Adrien Brandeis promete fusionar el jazz tradicional con tendencias más modernas. Desde Musikene arribarán potentes combos de funk (The Funk & Risketeers), vanguardismo (Ekhilore Quintet) y hard-bop (Xahu).

En un brinco nos ponemos en un viernes que ofertará la calmada oscuridad de Sara Zozaya, el toque oriental de Ai Kuwabara y la parranda de Javier López Jaso-Marcelo Escrich Quartet. Un conjunto que une la música clásica, la argentina, la francesa y el folclore vasco. ¡Ahí es nada! Los órganos Hammond destacarán en los sets de Fredi Peláez Trio y Organizing. La ensoñación la firmarán Juan José Cabillas with Strings y el Züm Trio francés.

El sábado 27 de julio Yuki Arimasa y Ryo Ogihara charlarán con piano y voz sobre exquisitas partituras mientras el Chihiro Yamanaka Trio sonará lírico en sus pulsaciones. La fiesta explotará con el ska de La Amaika Rude Sound y una Broken Brothers Brass Band de charangueras fusiones. Las Hermanas Caronni y las bandas Ro y No-Land Trio completarán la programación sabatina.

Y si un Jazzaldia no coloca “big bands” un domingo a la tarde es que ha perdido el norte. La Reunion Big Band hará las delicias de los aficionados a este tipo de formaciones. El Xvr Estévez Sextet será una buena continuación para esos fans. La sesión de cierre se completará con la apertura de miras del Nasim Quartet, la fusión vasco-norteamericana de Lurpekariak, la potencia rock del dúo Anai y el blues local de Hot Potato Blues Band.

Jazzaldia 2018: mucho reggae, cero reggaeton

Los conciertos gratuitos del Jazzaldia se extienden por la zona centro de la ciudad. El DJ local Ibon Errazkin pinchó música selecta en el Náutico, mientras una fiesta jamaicana inundó Alderdi Eder

El centro de Donostia es una ciudad hecha para pasear. El Jazzaldia se sube a la ola caminante y en apenas diez minutos coloca hasta tres escenarios gratuitos en su zona más turística. Los jardines de Alderdi Eder, el Naútico y el Museo San Telmo son los espacios en los que el festival extiende su oferta.

La pinacoteca situada en la Parte Vieja es la reina de las mañanas con un programa doble al que le llueven las buenas críticas. Pero nosotros fuimos directos al turno de tarde. Así, deambulando entre “selfies” costeros, oteando a la chavalería saltar desde las escaleras del Náutico, llegamos a la zona portuaria denominada Nauticool. Un espacio en el que estos días DJ´s de todos los colores sonoros convierten el espacio en un atardecer casi ibicenco.

No se asusten si no conocen a los autores anunciados en estos carteles. Son gente especializada en sonidos tórridos, exquisitos y briosos. Tonos alejados de la radiofórmula o los karaokes televisivos. A veces escucharán música afroamericana, latinismos acelerados – sin llegar al reggaeton, como bien apuntó el director Miguel Martín- o contoneos brasileños.

La “gozadera” se amplificaba ayer con los cortes seleccionados por Ibon Errazkin. uno de los personajes más creativos, influyentes y respetados de la escena independiente popera. Tras un inicio con un volumen heredado del cierre de la noche anterior, la mayor adecuación del mismo al espacio y el ambiente permitió disfrutar de su siempre exquisita selección musical. Hubo dub y raggamuffin, que suena a magdalena cuqui pero es un tipo de reggae. También lanzó cosas disco dignas del Studio 54. Le habríamos pedido una lista de todo lo que estaba sonando, pero nos tememos que eso es como pedirle los trucos a un mago.

En 16 pasos contados llegamos al set de Alderdi Eder, frente al Ayuntamiento. Un sitio de postal. Los cientos de turistas que se sacan fotos en el paseo lo confirman. Un escenario con la bahía a la espalda, el carrusel a un lado y el antiguo Gran Casino al otro. Ni el coche de la marca que paga el montaje quiso perderse la cita.

La tarde de ayer estaba marcada a fuego en la agenda de muchos musiqueros. El mítico sello Trojan Records, casa de algunos de los más afamados autores de música jamaicana (Desmond Dekker, Toots & The Maytals, Jimmy Cliff), se montaba una francachela para celebrar sus 50 años de vida editorial. Al festejo en formato Sound System -un potente equipo de sonido, un pinchadiscos poniendo temas- se sumaron Dennis Alcapone y Dawn Penn.

No vimos a los nombrados. Normal, la fiesta duraba cuatro horas y las urgencias de este texto no nos permitieron disfrutarla en su totalidad. En nuestra parada el pincha, con un polo que recogía los colores de la bandera de Jamaica, lanzaba singles, remezclas de temas afamados (“Exodus”, de Bob Marley y sus Wailers) y hacía las delicias del numeroso público presente.

Publicado en El Diario Vasco

Jazzaldia 2018: arranca la parranda playera

La fiesta inaugural de las terrazas del Kursaal volvió a ofrecer un sabroso picoteo melódico a cielo abierto

En Pamplona tienen el chupinazo. Nuestra Semana Grande se honra de tener un cañonazo. Y el Jazzaldia, para seguir con los “-azos” festivos, inicia sus celebraciones musicales con un pelotazo sonoro de entrada gratuíta en el que abunda la pluralidad creativa. Ellos lo llaman de manera oficial “Jazz Band Ball”, se celebra en la trasera del Kursaal y empieza a media tarde. Pero la gente de la calle lo conoce como el comienzo de las “senas de pikoteou” sonoro, que diría el quesero francés de aquel anuncio televisivo ambientado en París.

El festival también se asienta en los terrados, como el holgazán francés ese de las cenas. Pero tenemos otra clase, otro “savoir-faire”. En el Jazzaldia todo lo que se ofrece es fresco, hecho al momento, recién salido del horno, tocado e improvisado, jazzero y salsero en todas sus acepciones. Ahí estaba Rubén Blades como estrella del día inaugural para demostrar la amplitud de esa etiqueta. Y nada de echarse pintxos al plato y contar los palillos, “mon Dieu”. Aquí paseamos de garito en garito, del Escenario Frigo al Heineken pasando por el Verde o el Coca Cola, parando un rato si la ocasión lo merece.

Un tinglado que gusta

Así obraba el hernaniarra Pedro Gómez cuando le dimos el alto frente al concierto de Bruce Barth y sus colegas. “Acabamos de llegar de la playa y nos vamos a perder un poco por esta zona. Me encanta el tinglado que montan aquí. Tengo muchas ganas de ver a Rubén Blades, pero a ver si estos me dejan, que se hace un poco tarde para ellos”. Sus “estos/ellos” respondían al nombre de Ibai y Marta, niños que no tenían pinta de parar ni para tomar impulso.

Miedo me dio preguntar a estos infantes su opinión sobre el show del Bruce Barth Trio, quienes presentaban en el espacio Frigo su revisión de las composiciones del grupo psicodélico norteamericano The Grateful Dead. El concierto arrancó de forma estupenda, pero verles aún enfrascados en la etapa ”cantajuegos” nos frenó en la acometida.

Movimos el micro hasta la posición de Ana Epelde, una donostiarra rodeada de amigos y amigas a la que casi molestamos con nuestro saludo inicial, atenta como estaba a lo que sucedía sobre el tablado. “Conocía algunas canciones de los californianos. Pero este trío las hace irreconocibles. ¡Me está encantando!”. Lo dijo con tanto énfasis que deberíamos haber puesto la oración en mayúsculas.

Su ímpetu se contagió al resto de asistentes, que llenaron las sillas desde el primer minuto y gozaron de las composiciones del trío. Temas plagados de solos que aplaudieron a rabiar. Melodías de gran elegancia que conformaron lo que probablemente fue el momento más exquisito de esta primera tanda. El jefe de la banda, el señor Barth, salió con una camisa que ni Chicote en sus pesadillas cocineras. Fue lo de menos, porque la velada discurrió tersa y elegante. Suave como la noche que comenzaba a caer.

Energías juveniles

En la Terraza Heineken asistimos el despliegue del tremebundo Tom Ibarra mientras la zona iba aumentando el número de visitantes. El joven guitarrista francés (¡18 años!) actuaba en formato quinteto, con una formación en la que abundaba la muchachada. Lejos de pillarse el foco principal en solitario, el de Bergerac dejó mucho espacio a sus compañeros, quedando el saxofonista como teórico director de escena. Unos y otros discurrieron por pasajes tendentes a la balada en los que no faltaron los brincos funk. Una energía esperada y deseada, demonios, que son zagales antes que virtuosos.

En Donostia el compositor Ibarra le echó “piparras” a sus rasgados, dejando ojipláticos a los allá presentes con sus acordes imposibles. Un trabajo que destacó por su elegancia y finura más que por la rapidez en los pulsos. Seguro que el festival ya le ha echado el ojo a Jazzindia, proyecto paralelo en el que Tom fusiona el jazz y la música clásica indostánica.

Por último, pero no menos importante, atendimos al Espacio Coca Cola, “txoko” escorado y con arbolillos situado en el propio paseo de la playa. Los conocidos miembros del combo Trizak (el saxosofonista Julen Izarra, Jon Piris al contrabajo y Hasier Oleaga a la batería) desplegaban sus pasos jazzeros con dulzura y cierta ternura nocturna, muy acorde con las nubes que comenzaban a poblar la zona. La brisa que llegaba del mar se mezclaba con las frases de la gente. En el aire flotaban las palabras “Blades” y “GoGo Penguin” como los nombres más relevantes de un turno nocturno que escapaba a nuestros escritos.

Jazzaldia 2017: Una despedida de ricos colores en las terrazas

Las terrazas volvieron a llenarse con las últimas propuestas gratuitas del Jazzaldia.

Finito. Kaput. C’est fini. Se acabó. Agur Jazzaldia 2017. Los análisis y valoraciones oficiales llegarán esta misma semana, cuando los responsables salgan en rueda de prensa hablando de los momentos más destacables y los pequeños detalles mejorables. Pero eso no evitó que, llegados a la recta final de festival un martes de Santiago, la gente muy paseada por “Frigos”, “Heinekens” y “Cocacolas” fuera dejando caer las cosas que más le habían gustado. Su particular “porra” de grupos musicales.

The Pretenders fue, como era de esperar, la palabra más empleada a la hora de hablar de los conciertos gratuitos de las terrazas y la playa. Más allá de los miles de espectadores, que los hubo, Chrissie Hynde y su banda dejaron un buen sabor de boca. En segundo lugar aparecíó Ray Gelato. Tampoco fue una sorpresa. El alegre y simpático trastear de su combo fue bien recibido a cualquier hora.

Cerca del top se coló la monstruosa creatividad de Uri Caine y la calidad de Ernie Watts, jazz de alto voltaje al alcance de todos los espectadores. Potente fue lo de Anne Meredith, un pelotazo colorido y especial que añadió modernismo al certamen. También se habló de la charanga neoyorquina Lucky Chops (aerobic musical de éxitos pop norteamericanos) y sus primos navarros, la Broken Brothers Brass Band. Formación esta última que ha animado las calles de la urbe durante estos días.

Exitosas bandas locales

No fueron los únicos autores cercanos alabados. Porque también hubo bandas con denominación de origen local que calaron en la gente más que la lluvia: Grande Days, Luma o los distinguidos Ghost Number & His Tipsy Gypsies (1700 espectadores la víspera, ahí es nada) fueron algunos de los nombrados.

Precisamente esta última formación realizó su último pase ayer en la sección que el establecimiento FNAC ha tenido en la zona del Kursaal. Como era de esperar, la carpa se quedó pequeña ante una agrupación que se encogió en el escenario. Pura física. No entran seis músicos en tan pocos metros cuadrados. Pero como parece que los ejecutantes tienen un cuerpo de heroica elasticidad, los chicos y chicas de Ghost Number supieron ponerse de canto y poner en danza a los asistentes, que aplaudieron todas y cada una de las melodías escuchadas. Su vitalidad se antojó ideal para el anubarrado día.

Jazzaldia 2017: El brillo que atraviesa las nubes

Ernie Watts brilló con luz propia en la inestable tarde de ayer en el Jazzaldia

A las seis y media de la tarde un cohete lanzado desde la cercanas fiestas de Sagüés hizo de oficioso chupinazo festivo, dando arranque a los conciertos que durante la tarde del lunes se celebraron en la zona gratuita del Jazzaldia, las terrazas situadas en la trasera de los cubos del Kursaal.

Ernie Watts y los suyos, quién sabe si influidos por ese fuego artificial, empezaron como un cohete para no bajar el pistón (de calidad) en ningún momento. El clima dichoso de nuestra tierra y el hecho de ser un lunes de puente, no estrictamente festivo, pareció atraer a menos gente a la zona, que presentaba a pesar de todo un estupendo aspecto.

Espectadores que no dudaron a la hora de emplear métodos manuales para limpiar las sillas mojadas del lugar y poner sus posaderas en ellas. Unos visitantes que, lejos de lanzar sus miradas al horizonte buscando un rayo de sol que mejorara aún más la estancia, oteaban el cielo para jugar a meteorólogos de Fórmula 1. Ya saben, esos profesionales que intentan decir en qué minuto va a llover sobre una zona concreta. Quienes apostaran por las 19:05 en la categoría de “sirimiri” y las 19:20 en el apartado “chaparrón vasco” se llevaron el gato al agua. Este segundo capítulo tuvo incidencia en el trascurrir de los conciertos, como leerán más adelante.

Impresionante Ernie Watts

Pero volvamos a Ernie Watts. Su formación ofreció un concierto impresionante. De esos que demuestran que el Jazzaldia no guarda sus lujos sólo para los escenarios de pago. Watts estuvo soberbio, tremendo en sus solos, elegante siempre en los pulsos y fantástico junto a sus socios: Christof Saenger (piano), Rudi Engel (contrabajo) y Heinrich Koebberling (batería). Son nombres, los de los músicos, que tendemos a dejar de lado en estos artículos por problemas de espacio. Pero sirva esta mención para todos esos autores y ejecutantes que han participado en esta gran edición del festival.