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Mes: julio 2019

Jazzaldia 2019: Un cierre para todos los públicos

Las terrazas del Kursaal clausuraron su programación con una gran afluencia de gente.

¡Cómo cambia el Jazzaldia con el buen tiempo! Tras un par de días de paseos plastificados cual Leslie Nielsen en las escenas de amor de “Agárralo como puedas” y algunos eventos suspendidos por trombas variadas, el sol volvió a lo alto y con él las estampas habituales de estos espacios gratuitos: cientos de personas en la zona del Kursaal con toda la atención puesta en los conjuntos musicales. En esa situación inmejorable siempre brotan los “problemillas del primer mundo”: Que si es difícil pasar de un sitio a otro, que si qué de carritos, qué de patinetes, qué de… ganas de disfrutar de los conciertos, demonio. “Qué calor, ya podía llover”, dijo un espectador de la Reunion Big Band. No pudimos sino reírle la ocurrencia.

Fiel a su tradición el Jazzaldia colocó una “big band” para dar comienzo a la última jornada. Un formato que este año ha tenido excelentes ejemplos en la programación y que clausuraba su presencia con decenas de personas atendiendo al Espacio Frigo. Los veintiún integrantes de la Reunion Big Band nos trasladaron a los mundos del swing (el “flow” del siglo pasado, muchachos), el boogaloo, la bossa nova y las músicas encantadoras con la suavidad de una brisa marina y el frescor de un chapuzón. Fue como ir en crucero pero sin marearse.

Los asistentes, de corte familiar, gozaron con las canciones de esta numerosa orquesta y aplaudieron en consecuencia. Porque el Jazzaldia es para todos los públicos: los chavales y chavalas criban la arena por la noche bailando, los “menos chavales” disfrutan en las músicas añejas, unos pagan por ver conciertos y otros pasean por estas zonas sin cargo, aquellos se pirran por el jazz y el resto destaca la oferta paralela.

En el txoko Coca-Cola se desfogaban unos “perros viejos” de la escena local. Los más paseados recordaran a varios integrantes de la Hot Potato Blues Band como parte del mobiliario sónico de La Gatera, aquel bunker defensor de los sonidos del Misisipi que había en la donostiarra Plaza Easo. Estos creadores eran entonces miembros de Blues Stop, luego fueron Lau Behi y ahora estas “patatas calientes”. Su música sigue siendo clásica – el blues es más pétreo que las rocas del espigón-, mas su ejercicio de estilo fue enérgico, contagioso y muy jaleado. Tanto que pudieron hasta disfrutar de esos aplausos ”jazzeros” que se ofrecen al acabar un solo, un gesto poco habitual en su palo sonoro.

Tan potentes y tan fuertes sonaban que sus guitarrazos llegaban, diluidos, hasta la Terraza Heineken. En ella se explayaban los compinches de Lurpekariak, una apetitosa “marcianada” de raíces locales y naturaleza libertina. Con una formación en claro homenaje a Ornette Coleman (dos contrabajos, dos baterías, trompeta y voces), sus temas fueron de una riqueza experimental que a veces dislocaba y otras hacía alucinar. Hubo pasajes oníricos, gritos africanos y batidoras de timbales. Deconstruyeron el “Aita San Migel” y recuperaron danzas a las que insuflaron un apacible aire extraterrestre. Contaron con la colaboración del bertsolari Sustrai Colina, el más “sano” de toda la mezcla. Lurpekariak quizás no sean plato de buen gusto para algunos oídos pero es un gusto ver platos así en estos festivales.

La programación de estas terrazas anunciaba un fin de fiesta lleno de tracas con las actuaciones de varios combos japoneses (Yuri Arimasa- Ryo Ogihara, Ai Kuwabara The Project), revueltos acústico-electrónicos (Nasim Quartet), formaciones hard-bop (Xvr Estévez Sextet) y atronadores dúos locales (Anai).

Charles McPherson: El jazz de los grandes momentos

El Teatro Victoria Eugenia de la capital guipuzcoana se llenó hasta el anfiteatro y más allá para disfrutar del concierto del saxofonista Charles McPherson y su cuarteto. Cita especial en el programa de actividades que el director del Jazzaldia, Miguel Martín, quiso destacar con una presentación antes del inicio del evento. En ella nos ubicó a McPherson en el entorno de Charles Mingus, músico con el que este creador de ochenta años compartió escenario durante más de dos lustros.

Martín habló de los paralelismos entre el saxo alto y la voz cantada para finalizar la exposición con la entrega de una placa al protagonista de la noche como distinción a su larga trayectoria. El norteamericano agradeció el detalle, afirmando que era un gran orgullo recibir el galardón para cerrar su intervención con un aplaudido “los fans del jazz son las mejores personas del mundo”.

La música comenzó con el “What Is This Thing Called Love” de Cole Porter, pieza en la que todos comenzaron bailando sus pulsaciones al tintineo de los platos de la batería para luego ir enmarañando sus notas dejando que el saxo alto brillara muy alto. La banda, lejos del supuesto papel gregario, sonó en este arranque como si los tres primeros del Tour de Francia se jugaran la victoria final en Paris al sprint. Por una llanta, una “blanca”, ganó el pianista esta carrera no competitiva.

La interpretación libertina del “Nature boy” popularizado por Nat King Cole y su curiosa historia hollywodiense, tuvo una soberbia entrada a bloque, con un Mark Hodgson (contrabajista) atento al detalle y un aire de nocturnidad muy bien recibido. En “Spring Is Here” McPherson quiso dejar que sus socios destacaran en otra lujosa carrera por los acordes en la que el batería Stephen Keogh supo guiar al resto por el buen camino.

El emocionalmente complicado ”A Tear And A Smile” emergió romántico y lleno de esperanza en el piano y los soplidos hasta la preciosa caída final. “Jumping Jacks” puso el foco en un vals casi saltarín y la balada posterior tuvo otro elegante momento a las teclas negras y blancas pulsadas por Bruce Barth. Los últimos pasajes fueron magníficos, con los intérpretes paseando por el jazz con gran compenetración y unas melodías que nos hicieron mover los pies sentados en los asientos. El cuarteto, agradecido por la acogida, salió a interpretar un bis y recibir los aplausos de una audiencia que gozó de la velada.

El festival más vasco del mundo

Buenas bandas hicieron lo que pudieron un día en el que hasta los perros llevaron chubasquero

Con un cielo encapotado amaneció el día de ayer en la capital festivalera. Las brisas fuertes y las molestas lluvias también se han apuntado a los conciertos gratuitos del Jazzaldia. Pero…¿en qué se basan los mandamases del Jazzaldia para suspender un concierto?

Fuentes de la organización nos confirmaron que en estos casos “prima lo técnico y la seguridad. Eso significa que el escenario no debe estar muy afectado por el agua. Y también se refiere al público. Si de repente llega un vendaval suspendemos el concierto”. Las previsiones que manejaban ayer hablaban de “sirimiri constante y chubascos intermitentes”. Les traduzco: agua sin parar. ¿Y qué hay más vasco que la lluvia? Esas gotas que convierten el chubasquero en nuestro traje tradicional veraniego. Ayer hasta los perros llevaban gabardina. Ese era el nivel.

Normal que Sara Zozaya esperara algo preocupada en el Escenario Heineken. Sus fans se arremolinaban en una carpa cercana mientras esperaban el comienzo del concierto. Mejor suerte corrieron los integrantes del Fredi Peláez Trío, cuyos sonidos nos llamaban desde el agazapado Escenario Frigo. Peláez y los suyos ofrecieron un acto atractivo con momentos tórridos, pasajes punzantes, buenos diálogos entre instrumentos y alguna que otra balada. “Porque todo el mundo sabe que los shows de jazz deben tener siempre una balada”, dijo el organista.

Volvimos al tablado de Sara Zozaya esperando que la cosa pudiera dar comienzo. Músicos y técnicos hablaban sobre un escenario en el que los elementos escénicos estaban plastificados. Mala pinta. A la media hora anunciaron por megafonía que el evento se suspendía. La preocupación se tornó tristeza en la cara de la cantante, que saludaba a los que habían ido a verle en circunstancias tan poco favorables.

En el Escenario Frigo el joven Juan José Cabillas se acompañaba de un cuarteto y una formación de cuerda para defender una de sus cuatro apariciones en el Jazzaldia de este año. Sus interpretaciones sonaron magníficas, llenas de jazz y swing, repletas de creatividad y viveza. En el parte acuoso destacaremos el paraguas que cubría a la violonchelista más cercana al borde del escenario. Además de ser un bonito detalle, deben saber que una versión profesional de ese instrumento vale más que muchos de los coches que circulan por nuestras carreteras.

El segundo turno se las prometía felices con la relativa bonanza climática. Una pausa que sacó el caracol que tenemos dentro. Decenas de personas se acercaron a los escenarios para disfrutar, por ejemplo, del buen hacer de Dan Barrett, un maestro trombonista que llenó la estancia de sonidos clásicos y elegantes. Organizing sacaron chispas de su formación de cuarteto con canciones calurosas y ritmos bien sabrosos. Javier Lopez Jaso y Marcelo Escrich sonaron como la banda más adecuada posible: temas ensoñadores, marítimos, arrabaleros y calmados. Tocados todos con gran distinción. Pero volvió la lluvia, y todo retornó a donde lo habíamos dejado. Una pena.

Eri Yamamoto: Precioso entendimiento sonoro

En la abundante colaboración vasco-japonesa que presenta el Jazzaldia de este año destacaba la colaboración entre el Eri Yamamoto Trío y el Coro Easo. Juntas y revueltas se plantaron en un Victoria Eugenia lleno para defender ‘Goshu Ondo’, una suite que mezcla el jazz con lo nipón. Porque así deben ser las ententes. Fusionando locales y foráneos, voces e instrumentos, todos en bella armonía.

Los asistentes disfrutaron de la simpatía de la pianista oriental. Vestida con un kimono, la autora se mostró encantada de estar en Donostia y explicó el programa del evento: tras dos canciones de la banda entraría la coral para atacar, según sus propias palabras, un “goshu ondo” ”que en vasco puede significar “pequeño dulce” pero que en realidad se refiere a una música tradicional japonesa triste a la que yo insuflo alegría”.

El primer fogonazo llegó pleno de optimismo pop, una suerte de sintonía de un remake de la teleserie “treinta y tantos” con gotas de moderno folk vasco. El segundo pasaje tomó más altura basándose en formas nocturnas e intrincadas. Y fue en el solo de batería de este tema cuando el nutrido Coro Easo, que más que “treintaytantos” fueron “cincuentaypico”, entró en escena.

Juntos atacaron el motivo principal de la cita. Con un momento inicial que erizó los vellos y mostró a unas voces atentas a las disonancias jazzy. El segundo corte, un minutaje cíclico en el que comienzo y final se dieron la mano, remarcó el carácter fílmico e histórico de las melodías con un conjunto que ganó protagonismo. Sobre todo el batería, que además de erizar con sus filigranas tuvo que lidiar con unas partituras que se alejaron, volvieron, cayeron y subieron del timbal en el que se apoyaban.

El tercer capítulo comenzó informal, con los coristas chasqueando los dedos, para mas tarde encandilar en su atractiva extrañeza. La cuarta pieza llegó espaciosa, radiante, con los músicos cabalgando sobre el ritmo del contrabajo y un coro que se vistió de orquesta de cuerdas. El quinto fue un enrevesado easy-listening, la siguiente tiró para el jazz-blues más vivo y la última fue una parranda que contó con el colegueo de un público al que le enseñaron un movimiento que parecía mezclar los bailes tradicionales, el tai chi y lo gospel. Todos ellos, visitantes y donostiarras, saludaron encantados al final de los noventa minutos de la actuación.

Tormenta de buenos conciertos

Una tromba de agua deslució una tarde de grandes actuaciones en las terrazas del Kursaal

Nos las prometíamos felices ayer a primera hora. Un viento norte que refrescaba el “caloret”, nubes que tapaban el sol y grupos que prometían muy buenos momentos. Quiso la programación que el día de Santiago Apóstol el arranque terracero le tocara a unos músicos afiliados a la Texas Christian University de E.E.U.U. La Curt Wilson Alumni Big Band, una tropa de dieciocho exalumnos que curran en Microsoft y derivados, defendió sus amores por los sonidos de las grandes bandas. ¡Cómo gusta este estilo en nuestra ciudad! Y más cuando la formación que toca suena impoluta, rayando la perfección, como fue el caso.

Todo brotó bien balanceado en su set, con unos vientos muy presentes y temas que volaron a gran altura. Tremendo el sentimiento que le dieron al “Sing Sing Sing” popularizado por Benny Goodman y que el donostiarra temporal Woody Allen ha utilizado hasta en tres de sus films. Vital y contagioso tocaron el swing de “Flight of the Foo Byrds” (Count Masie) y no menos estratosférico y chisposo el “Take the a train” de Duke Ellington.

En la Terraza Heineken se estrenaba en estas lides festivaleras Ainhoa Larrañaga. Famosa por salir en la teleserie Goazen, la de Hernani consiguió llenar la plaza de preadolescentes encantados de verla. Bueno, no solo ellos y ellas. Progenitores y paseantes reventaron la estancia y disfrutaron de la suavidad creativa de sus canciones. Su jazz-pop adulto y reposado a veces buscó lo latino y siempre encontró el apoyo de la expresividad de la voz principal, muy activa sobre el tablado. Unas fans y/o amigas animaban a la guipuzcoana con una pancarta casera de “La Nueva Rosalía”. Fue un guiño de ánimo curioso y divertido.

En el Escenario Coca-Cola se desfogaban The Funk & Risketeers, la enésima remesa de Musikene – nuestro Basque Musikari Center creativo-. No consiguieron quitarse de encima la etiqueta academicista ni atacando el “Blame It On The Boogie” de Jackson Five ni frenando el “Crazy” de Gnarls Barkley. No estuvo mal, pero no consiguió detener nuestra marcha.

La cosa se tornó tenebrosa en el segundo turno de actuaciones. La alta humedad relativa perdió dicha relatividad y llegó en forma de cuatro gotas que luego fueron ocho y mas tarde un diluvio de rayos, truenos y centellas. Lo cual suele dejar estampas muy “cuquis” para instagram, con parejas bajo un paraguas, pero que es algo realmente molesto para los espectadores, quienes corrieron a taparse bajo cualquier cubierta posible.

La cosa quedó, hasta la suspensión por seguridad a las ocho y veinte de la tarde, en un ensayo sin gente delante. Y fue una pena. Porque el populoso conjunto Long Island Sound Vocal Jazz fue pura alegría. Atacaron el ya mencionado “sing, sing sing”. Una pieza que ante el vendaval rebautizamos como “swim, swim, swim” (nadar, nadar, nadar).

En el parterre Heineken repetían pase Elkano Browning Cream. Con el órgano Hammond como amo y señor de los tórridos sonidos, su concierto mostró un gran esqueleto. En el coqueto Coca-Cola florecieron Ekhilore Quintet. Sonaba precioso y atractivo, raro y encantador. Pero la lluvia se llevó todo el arte por delante.

Esto sí es Kawaii, qué guay

El festival arrancó con una fiesta inaugural llena de soles cantores y bonanzas sopladoras.

El Jazz Band Ball del Jazzaldia es el corte de cinta previo de la etapa del tour, el primer día de fiestas patronales, el suculento entrante – que para algo somos vascos- de un menú que inundará Donostia estos próximos días. El pistoletazo “free jazz” (por aquello de que es gratis y suele haber mucha música de ese estilo) se celebra siempre en la parte trasera del Kursaal, que dispone de tres escenarios además del grande situado en la arena. Una playa que a las 19,30 horas de ayer, momento en el que los sonidos comenzaron a brotar de los altavoces, aún andaba repleta de gente buscando refrescarse del calor reinante ante una galerna que apuntó pero no disparó.

En realidad la zona se abrió sobre las siete de la tarde. Y para entonces ya había gente esperando a Joan Baez en la valla del Escenario Verde. Jóvenes y mayores fueron llenando poco a poco las distintas terrazas de la zona. Ana Pérez, de Pasajes San Pedro, nos confirmaba que siempre que puede se acerca al Jazz Band Ball. “Me parece un gran plan. No solo el del espacio grande sino el de estos más pequeños. Aquí siempre encuentras grupos atractivos. Si alguno te gusta menos pues te das un paseo por la zona y listo”. Le tanteamos por sus preferidos, pero defendió su idea de picoteo y las bonanzas de los transportes públicos de su zona.“Aprovechamos los servicios nocturnos de los buses para volver a casa”.

El continente no ha variado, manteniendo los elementos las disposiciones habituales. En la entrada más cercana al puente del Kursaal / Zurriola se colocan el stand de discos, las taquillas para los tiques, las tabernas y el Escenario Frigo. En la terraza superior aparece el Heineken. Como txoko coqueto cercano a Sagüés sigue estando el Escenario Coca-Cola.

La “bomba japonesa”

Pero vayamos al contenido, que es lo que nos pirra. Y más si empezamos con fuerza y rabia blues-rock de la mano de Rei. Uno de los grupos japoneses que, gracias a un acuerdo con la Fundación Japón, recalarán en esta edición 54 del Jazzaldia. En formato de trío llegaron Rei (chica a la guitarra y voz), Katsuhiro Mafune (bajo) y Miyoko Yamaguchi (pegadora baterísta). Con ropas llenas de colores y ese aire “naif” que impregna la música popular de su país. A esa supuesta belleza o ternura ellos la llaman Kawaii. Y la actuación fue guay, kawaii, y todos los términos fantásticos que se les ocurran. Una “bomba japonesa” al estilo de las de los fuegos artificiales. Una fiesta llena de vitalidad y alegría.

Simpáticas y sonrientes, fueron disparando temas haciendo olvidar su jet-lag – llegaron la víspera- y animando de buena gana el cuerpo de los presentes. En el menú cabía de todo: rock-blues, pop, funk, bases de baile. Rei hablo en castellano de manera más que digna, hizo de “Guitar Hero”, cantó por un megáfono y tocó una pandereta al cuello. Su equipo repartió pegatinas promocionales por la zona. Todo feliz y radiante. Si se perdieron la cita de ayer no desesperen, que el trío repite pase hoy y mañana en idéntico tablado.

Mientras las palabras “Jamie Cullum” y ”Joan Baez” flotaban en el viento durante nuestro paseo por la zona – si nos hubieran dado un euro cada vez que escuchamos los nombres de las grandes estrellas del día igual si podíamos haber fichado a la dichosa Rosalía- llegamos a la elegancia de Ola Onabulé.

El anglo-nigeriano fue un ejemplo de finura y distinción ante un abarrotado espacio. Con un soul de corte británico – ni muy meneado ni muy parado- y bien apoyado en una banda de corte estándar – batería, bajo, piano,…-, sus canciones fueron entrando por los poros cual crema solar. Su voz, tersa y afectada, fue una montaña rusa a la hora de pasear por los tonos. “Es como si cantara jazz con el meñique levantado”, dijo un espectador a nuestra vera para intentar definir el estilo. No pudimos reprocharle nada a la frase.

En el Escenario Frigo se comprimieron los nueve integrantes de Saxophone Con-Clave. Una dinámica formación de corte clásico que lanzó algo de swing, latinismos acolchados y mucho pasaje calmado, al menos durante nuestra visita. Quienes llegaron con ganas de mover el bullarengue, que la promoción invitaba a ello, deberán escoger otro momento. Aquello fue un paseo tranquilo por el jazz de las grandes bandas. Mas esto no ha hecho más que empezar. Nos esperan muchos días, paseos, formaciones y grandes momentos. ¡Que ustedes lo disfruten!

Un arranque de película

Hasta músicos que han tocado para Woody Allen se cuelan en los seductores conciertos previstos estos días en las terrazas del Kursaal

«Si funciona, no lo toques”, reza uno de los dichos populares de nuestra tierra. Y el Jazzaldia se ha tatuado esa frase en el brazo que programa las actuaciones en las terrazas del Kursaal. Tres escenarios que acompañan al “verde”, el potente de la playa, con una oferta que busca innovar, entretener y fascinar. Parafraseando aquel anuncio de detergentes, diremos que el eslogan para estos espacios gratuitos bien pudiera ser el de “busque, compare, y si encuentra algo mejor…siéntese a escucharlo”.
Arranquemos esta tarde de Jazz Band Ball con dos aristas bien atractivas. La japonesa Rei defenderá su blues-rock vital y enérgico. En la otra esquina estilística se topará con el cantante Ola Onabulé. Un caballero del soul que unirá la vitalidad africana con el refinado estilo londinense.

Los amantes de los sonidos clásicos no se perderán al Dan Barrett Classic Jazz All Stars. El trombonista Barret tiene un currículo de ministro: miembro de la orquesta de Benny Goodman, músico de Mel Tormé y Tony Bennett y soplador en las bandas sonoras de Woody Allen (“Balas sobre Broadway”,”Poderosa Afrodita” y”Todos dicen I love you”).

Sin salir del mundo del celuloide llegaremos a “Love & Revenge”, combinado de imágenes y sonidos árabes que llenará de vanguardia la trasera del Kursaal. La Saxophone Con-Clave propondrá una mezcla libre y suculenta de las obras de compositores como John Coltrane con la “sabrosura” caribeña. Y no menos vitalista se presenta el trío Elkano Browning Cream de Mikel Azpiroz.

El festivo jueves atardecerá con los casi veinte músicos de la Curt Wilson Alumni Jazz Band pregonando sus amores jazzeros, mientras el swing de la no menos populosa Long Island Sound Vocal Jazz llegará peligrosa y refrescante como el cóctel que homenajean. La joven y televisiva Ainhoa Larrañaga (Go!azen) inundará el espacio de dulzura y el pianista Adrien Brandeis promete fusionar el jazz tradicional con tendencias más modernas. Desde Musikene arribarán potentes combos de funk (The Funk & Risketeers), vanguardismo (Ekhilore Quintet) y hard-bop (Xahu).

En un brinco nos ponemos en un viernes que ofertará la calmada oscuridad de Sara Zozaya, el toque oriental de Ai Kuwabara y la parranda de Javier López Jaso-Marcelo Escrich Quartet. Un conjunto que une la música clásica, la argentina, la francesa y el folclore vasco. ¡Ahí es nada! Los órganos Hammond destacarán en los sets de Fredi Peláez Trio y Organizing. La ensoñación la firmarán Juan José Cabillas with Strings y el Züm Trio francés.

El sábado 27 de julio Yuki Arimasa y Ryo Ogihara charlarán con piano y voz sobre exquisitas partituras mientras el Chihiro Yamanaka Trio sonará lírico en sus pulsaciones. La fiesta explotará con el ska de La Amaika Rude Sound y una Broken Brothers Brass Band de charangueras fusiones. Las Hermanas Caronni y las bandas Ro y No-Land Trio completarán la programación sabatina.

Y si un Jazzaldia no coloca “big bands” un domingo a la tarde es que ha perdido el norte. La Reunion Big Band hará las delicias de los aficionados a este tipo de formaciones. El Xvr Estévez Sextet será una buena continuación para esos fans. La sesión de cierre se completará con la apertura de miras del Nasim Quartet, la fusión vasco-norteamericana de Lurpekariak, la potencia rock del dúo Anai y el blues local de Hot Potato Blues Band.

Loreena McKennitt: Tradicional y exquisito

Intérpretes: Loreena McKennitt (voz, piano, arpa), Brian Hughes (guitarras), Caroline Lavelle (cello), Hugh Marsh (violín), Dudley Philips (bajo), Robert Brian (percusiones). Lugar: Auditorio Kursaal (Donostia). Día: 11/07/2019. Asistencia: lleno, unas 1800 personas.

Estarán felices los gestores del Kursaaal donostiarra con su fin de temporada. Tras los llenazos de Antonio Orozco y Beirut el podio se cerraba anoche con Loreena McKennitt y un auditorio repleto de gente que pagó 35 euros por el ticket. Asistentes que miraban atentos las novedades del atractivo puesto de venta, con vinilos a 20 euros y una tele que emitía un DVD de la artista. Otros aprovechaban el atractivo veraniego de los ventanales del “cubo” para hacerse fotos y guardarse un recuerdo. La instantánea mereció la pena. Fue un gran concierto.

Ya desde el arranque con “The Mystic´s Dream”, digno de salir en un film sobre las Tierras Altas escocesas, vimos que sus vaporosos teclados poco tendrían que ver con los edulcorantes de Enya. “The Star of The County Down”se agarró a la vivacidad del folk y nos permitió descubrir lo equilibrado que estaba el sonido de la sala. La canadiense aprovechó en ese momento para recordarnos que llevaba seis años sin pisar esta tierra para a continuación soltar el primero de los numerosos “eskerrik asko” de la noche.

El corte tradicional “Bonny Portmore” defendió los gustos irlandeses de una cantante que pivota durante la velada entre el pop, la llamada World Music, lo mediterráneo y lo puramente celta. Por cierto, maravillosa la voz principal. Elevada y épica sin llegar a ser chillona. El resto de la banda, impoluta en sus labores, se aprovechó del sencillo pero muy elegante juego de luces empleado. Al fondo del escenario quedaron los candelabros de siete velas. Un detalle que invitaba a un recogimiento casi místico.

Hubo tiempo para oscuridades turcas (“Marrakesh Night Market”), fabulosas fábulas (“Penelope´s Song”), guiños a Grecia (“The Gates of Istambul”) o a las cíclicas melodías israelíes (“Marco Polo”) en un evento que fue subiendo de intensidad para dejarse influir por lo sinfónico (“All Soul´s Night”) y el rock casi AOR (“The Bonny Swams”).

Esta crónica de urgencia dejó al auditorio jaleando el atípico solo de la famosa “Santiago” en un concierto que llegaría hasta las dos horas y nos mostraría una música ya lejos de los focos mediáticos pero con una legión de seguidores. Los fans de la etiqueta “músicas del mundo” pueden dormir tranquilos con autores como Loreena McKennitt. Sus shows son de una exquisitez suprema.