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Eri Yamamoto: Precioso entendimiento sonoro

En la abundante colaboración vasco-japonesa que presenta el Jazzaldia de este año destacaba la colaboración entre el Eri Yamamoto Trío y el Coro Easo. Juntas y revueltas se plantaron en un Victoria Eugenia lleno para defender ‘Goshu Ondo’, una suite que mezcla el jazz con lo nipón. Porque así deben ser las ententes. Fusionando locales y foráneos, voces e instrumentos, todos en bella armonía.

Los asistentes disfrutaron de la simpatía de la pianista oriental. Vestida con un kimono, la autora se mostró encantada de estar en Donostia y explicó el programa del evento: tras dos canciones de la banda entraría la coral para atacar, según sus propias palabras, un “goshu ondo” ”que en vasco puede significar “pequeño dulce” pero que en realidad se refiere a una música tradicional japonesa triste a la que yo insuflo alegría”.

El primer fogonazo llegó pleno de optimismo pop, una suerte de sintonía de un remake de la teleserie “treinta y tantos” con gotas de moderno folk vasco. El segundo pasaje tomó más altura basándose en formas nocturnas e intrincadas. Y fue en el solo de batería de este tema cuando el nutrido Coro Easo, que más que “treintaytantos” fueron “cincuentaypico”, entró en escena.

Juntos atacaron el motivo principal de la cita. Con un momento inicial que erizó los vellos y mostró a unas voces atentas a las disonancias jazzy. El segundo corte, un minutaje cíclico en el que comienzo y final se dieron la mano, remarcó el carácter fílmico e histórico de las melodías con un conjunto que ganó protagonismo. Sobre todo el batería, que además de erizar con sus filigranas tuvo que lidiar con unas partituras que se alejaron, volvieron, cayeron y subieron del timbal en el que se apoyaban.

El tercer capítulo comenzó informal, con los coristas chasqueando los dedos, para mas tarde encandilar en su atractiva extrañeza. La cuarta pieza llegó espaciosa, radiante, con los músicos cabalgando sobre el ritmo del contrabajo y un coro que se vistió de orquesta de cuerdas. El quinto fue un enrevesado easy-listening, la siguiente tiró para el jazz-blues más vivo y la última fue una parranda que contó con el colegueo de un público al que le enseñaron un movimiento que parecía mezclar los bailes tradicionales, el tai chi y lo gospel. Todos ellos, visitantes y donostiarras, saludaron encantados al final de los noventa minutos de la actuación.

Publicado enCríticas de conciertos

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