Ayer la oficina de Donostia 2016 tuvo a bien reunirnos en la sala “clandestina” del último piso de una Casa de Cultura. Aquello parecía una reunión de Bader Meinhof, con todas las (mini) fuerzas vivas, latentes y culturalmente apartaditas del gran maremagno popular apretadas alrededor de una mesa. Le daba un toque alegal muy chulo.
Lo primero de todo, agradecer al director de dicha oficina Edorta Azpiazu y su compañera laboral (sorry, no recuerdo el nombre, es un fallo genético no voluntario) Ana Espinosa que quisieran reunirse con nosotros. “Bueno, es su trabajo”, comentó alguien en la charla callejera posterior. Sí pero no. Todos podemos poner ejemplos de casos similares en los que su trabajo no ha cubierto ideas inferiores a las expresadas en una comida en Arzak. Por lo tanto, gracias.
Allí estábamos músicos, promotores culturales, DJs, diseñadores, gente del hip hop, de revistas no aptas para modernos. Reunidos todos para dar respuesta o aportar ideas a un proyecto que o nos viene grande o nos pilla escépticos por nuestra relación habitual con los poderes públicos.