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Juan Luis Etxeberria Entradas

Danny Ocean: un océano de gente joven

Y llegó el fiestón juvenil. El delirio. La gran parranda musical adolescente. La cita que durante las últimas semanas fue de boca en boca hasta convertir la explanada de Sagüés en una populosa reunión. Que digo populosa, multitudinaria. Que estaba la plaza “abarrotá”, como diría el Dúo Sacapuntas. Una de esas reuniones que vacían el “pintxopo(te)” de Gros previo y hace que los clientes sean hormiguillas en busca del azúcar sonoro que suele ofertar el gran escenario público de la Semana Grande donostiarra.

No les puedo decir si había más o menos gente que en aquel reventón de La Oreja De Van Gogh en esta misma ubicación allá por el Pleistoceno, en el año 2017. Pero sí les puedo confirmar que la tropa se llegó a ubicar más allá de las txosnas. En una densidad que para sí querría más de una manifestación reivindicativa.

Un encuentro que tuvo un telonero local, Iñigo Martínez de Nanclares “Tinez”. Joven curtido en las barras de “lo viejo” que comienza a pisar los escenarios de Madrid. Orgulloso amaratarra que graba sus vídeos en la Plaza de Los Estudios o el Puente de Hierro y que la noche del jueves contó con 20 minutos para defender el arte callejero del 20011, código postal del mencionado barrio de la capital.

Acompañado de dos colegas y con una voz que mostró cierta sobredosis de autotune (aceptable cantando, más “Gallo Claudio” cuando charlaba) sus letras fueron repetidas por la mayoría de los presentes, con ‘Si supieras’ y sobre todo ‘Qué tal?’ como temas más vitoreados.

Empezó fuerte el protagonista de la velada, Danny Ocean, gracias a la potente “Dembow’. El venezolano vino a Donostia en formato de banda completa con un montaje espectacular en su concepto más visual: pantallas gigantes, acelerados juegos de luces y un par de chaparrones de “alerta amarilla por confeti” que volaron sobre nuestras cabezas.

Su cantar y componer se asentaron más cerca de Alejandro Sanz (‘Báilame’) que del Bad Bunny que sonó como música ambiental antes de su concierto. Las partituras de este caraqueño mezclan música de raíz latina bien asentada, bien clásica, con sonidos y cadencias más actuales. Filtrando los sonidos (‘Istanbul’) o usando las palmas flamencas en esas creaciones que se desvanecían como si fueran parte de un álbum (‘Brisa’).

A la lista no le faltó espacio para agarrar el soft-pop de teclados popularizado por la B.S.O de la película ‘Drive’ (como en ese ‘Volare’ que rapiñó frases del famoso ‘Nel blu dipinto di blu’ de Domenico Modugno) o cantar sedosas canciones de cadera y cercanía (‘Epa Wei’) en los que elevó su voz suave y rota. Mas sobre todas las cosas, el muchacho tiene baladas para exportar (‘Fuera de mercado’).

El venezolano, el primer autor de su país en alcanzar los mil millones de reproducciones de un vídeo en YouTube, se permitió lujos como el de interpretar el afamado ‘Swing’ en formato acústico. Algo que descolocó al personal. Bueno, a todos menos a una chica, la que subió al escenario desde el público y se sentó a escuchar la pieza en una “experiencia religiosa’, que diría Enrique Iglesias. La juerga finalizó a los contractuales 90 minutos con el corte más famoso del autor, ‘Me rehúso’, en una llanura en la que se hizo de día gracias a los miles de móviles que buscaron registrar el momento.

Bulego: caminando por el lado optimista de la vida

Las agrupaciones de corte familiar esperaban sentadas en el suelo, impertérritas frente la viveza del ‘Don´t call me up’ de Mabel que lanzaba el sonido ambiental. Grupos de chavales y chavalas adolescentes iban llegando nerviosos desde el paseo del Kursaal mientras se sacaban ‘selfies’ para capturar el momento. Alguna pareja suelta se adentraba en los bares de la zona, tranquilos para los que suele ser una fiesta de este pelo. “Quitando el concierto de ‘El Drogas’ el resto no ha traído a mucha peña”, nos contaba un gerente. El miércoles no iba a ser la excepción.

La explanada de Sagüés se ocupó al 75% para recibir las canciones de Bulego, quintento azkoitiarra que canta en euskera y que cala en los estratos más juveniles de nuestra pirámide. Ellos son los autores de unos tonos animosos que aún están despegando – tienen un disco grande y dos pequeños- pero que ya les ha dado para agenciarse el escenario grande de nuestras fiestas de agosto.

Su menú es variado. Pantallas hiperactivas y luces impactantes acompañan al pop-rock local de la radiofórmula vasca, ahora modernizado con golpes digitales y el sonido de unos teclados que quisimos apagar en un par de temas por su sonido extemporáneo. Con gotas de tecno europeo ochentero (menos oscuro que el de Zetak), épica sin traca final y esencia de mainstream vasco. Acabando la lista con sus pelotazos – ‘Kantu bat’, ‘Bueltan Da!!!’ – y dejando espacio para baladas más clásicas que el jersey anudado al cuello. Una mistura que fue cobrando sentido con el paso de los minutos, demostrando el disfrute que puede dar la creatividad que no busca posarse en ningún estilo concreto.

Buena parte de la “culpa” de la salud de la banda la tiene el cantante del combo, Tomás Lizarazu. “Tom” en algunas entrevistas de medios modernos. De profesión, optimista. Treintañero y “product manager” de una empresa de maquinaria. Feliz padre de familia (su hija se llevó una dedicatoria en ‘Entera daitezela’) y sobre todo, guindilla.

Un muchacho con una vitalidad tal que deja a Zetak en madrugón de lunes laboral. Propuso todo lo imaginable para que los presentes entraran en el bolo: aplausos, brazos en alto, encender el móvil y convertir la explanada en un Mar de Ardora. picar a los locales con referencias vizcaínas, agacharse y levantarse, mil y un onomatopeyas (“uooo”), callarse para que la gente cantara, bajar a primera fila a entonar. Si me dejo alguna es fruto del olvido, no porque no la ofertara el chaval.

Pero Lizarazu es sobre todo un gran cantante – que, esto no es normal, realiza todos los punteos de guitarra de la formación-. Llegar a Donostia convaleciente de una neumonía y que apenas se note (sin ponernos Rottenmeyer solo le cazamos un despiste de tono) es digno de mención y aplauso. Como el de sus letras. Amorosas y buenrollistas sin pasarse de almibar. Con contadas referencias a los apasionados juegos de sábanas fácilmente explicables si el niño pregunta insistentemente “Ta hori zer da?”. Líricas que defienden el euskera (‘Irulegiko esku’) o se posicionan contra las agresiones machistas y homófobas. En el futuro pocos escenarios mayores y más gratuítos que el de ayer encontrarán por nuestra zona. Aunque no sería de extrañar que la siguiente vez lo reventaran por las costuras.

El Drogas: esta es una noche de rock and roll

63 años. 64 castañas a finales de agosto. Hay que frotarse los ojos, ajusta las progresivas y mirarlo una y otra vez en la Wikipedia para confirmar la edad de Enrique Villareal “El Drogas”. Vale que cada vez lleguemos mejor a esa edad de corte que nos lanza a la despreocupación laboral. Pero lo de este “chaval” de La Chantrea (Pamplona) es una cosa alucinante. Un detalle sobre su vigorosidad: el bolo duró dos horas y contuvo treinta canciones. Treinta. Sin apenas pausas, claro.

Por más que rebusco en mi bloc de notas del concierto no veo la palabra “tranquilo” por ninguna parte. El volumen, sin ir más lejos, fue digno de Spinal Tap. Más de uno y más de mil dejaron la explanada de Sagüés con el oído avisando del exceso puntual. Y qué decir de las composiciones musicales. En esa carrera eterna hacia la contundencia de la -formidable- banda que acompaña a Villareal, la categorización de tonadas tuvo su punto más bajo en el rock callejero de los años ochenta. De ahí para arriba, el cielo pedregoso.

Ay, el rock de Leño, Tarántula o Asfalto. Aquel estilo urbano que no anunciaba hamburguesas y llegaba reivindicativo (como el ‘Pétalos’ dedicado en San Sebastián a “Las 13 Rosas”). Unas creaciones que la noche del martes brotaron encrespadas. Txus Maraví, el guitarrista del combo con apariencia de curtido contable, moldeó el sonido de la formación para conseguir que esos cortes sucios sonaran mucho más impactantes apoyándose en los tonos agudos de su guitarra Flying V.

Repaso a la discografía “Barri”

Del repaso a la discografía “Barri”, espina dorsal de la cita del 15 de agosto, copia de la reciente gira “Barricada 40” con la que el de Iruña ha recordado sus viejos tiempos, indicar que hubo puñetazos punk (‘Barrio conflictivo’), otros cercanos a los Rolling Stones (‘Deja que esto no acabe nunca’), minutos de aire clásico guitarrero (‘No hay tregua’, ‘La hora del Carnaval’) y alguna pieza ondulante (‘Esta noche’).

La fiesta se completó con guiños al glam (‘Cuidado con el perro’), pinceladas de blues tenso (‘Tan fácil’), adoraciones sin rubor de la apìsonadora Motorhead (‘Bahia de Pasaia’, ‘Ninguna bandera’). Con recuerdos al hard rock angelino de los años 90 (‘En la silla eléctrica’, ‘Problemas’) o firmando obras de regusto australiano (‘Ocupación’). La única versión ajena fue el ‘Cumpleaños feliz’ que el grupo y los asistentes le cantaron al técnico de sonido Iñaki Ábrego.


Todo ello iluminado por un juego de luces acelerado y una pantalla que iba mostrando lo que pasaba en el escenario a tiempo real. Sumando esto y aquello nos quedó “una noche de rock and roll”: una fiesta de hitos que explotaban en los estribillos, con gente que se apuntaba a corearlo todo para acompañar a esa voz principal – ubicable entre el trago de cazalla y la gravedad del tenor- que no mostró flojera en su particular estilo. Cuando decimos cantarlo todo es literal: hubo más de una docena de canciones en las que el micro apuntó a las cabezas de los presentes. Y allí entramos todos como el toro al trapo.

Buscando una conclusión o resumen final del sentir general basten las palabras que el propio Drogas suele decir a lo largo de sus conciertos: la gente abandonó el lugar “a gusto”, destacando en sus comentarios la energía y la buena interpretación de aquellos éxitos.

Gari, el condenado a la esperanza

Podríamos arrancar el texto por el remate, por la zona que llaman “Bis”, que fue una maravilla. O destacar el lujoso repertorio propio que tiene Iñaki Igon Garitaonaindia Murgiondo “Gari”. Sin poder olvidar que sonaron las canciones de Hertzainak, aquel mítico grupo cuya última gira de despedida no pisó la capital guipuzcoana. Podríamos empezar por cualquier parte, pero el resultado sería el mismo: 24 piezas y dos horas de concierto en los que el autor dignificó su pasado y puso en valor su momento actual.

Con los rayos cayendo sobre el mar nos recibió la explanada de Sagüés en su día grande de su semana ídem. Pocas almas en los minutos previos. Menos mal que como el sirimiri la gente fue dejándose caer y al final consiguieron llenar media plaza. Un espacio que también fusionó presente y pasado, con gente ya cercana a la jubilación y muchachos de esa parranda sin efectos secundarios persistentes.

Los interpretes fueron intercalando autorías compositivas. El lado Hertzainak se inauguró con el potente aire rockerillo inicial de ‘Amets’. ‘Rock and rolla batzokian’ quiso unir a The Housemartins y el saxofón ska. ‘Bi minutuero’ se nos mostró con una estructura pétrea. Una locomotora con un vestir que gustaría al propio Bruce Springsteen – saxo incluido- .

La conocida ‘Eh Txo’ fusionó a The Police y las guitarras a la contra. El descaro de ‘Amets Prefabrikatuak’ estuvo bien dirigido por el sinuoso bajo. ‘Si vis pacem, parabellum’ llegó opresiva y tuvo una clara inspiración ochentera que empezó jazzy y se cerró con un estribillo que firmarían Itoiz.

La zona en la que la voz de Gari se relajó y reclinó el asiento fue un pequeño lujo. Un viaje acústico realizado con la sola compañía de las cuerdas (‘Ispiluaren aurrean’, el comienzo de ‘Aitormena’) o la guitarra (muy emocionante la interpretación de ‘564’). Hubo más, algunas olvidables -‘Guantanamera’- y otras más directas -‘Zoratzen naizela’-. Se agradeció la revisita que el legazpiarra quiso dar a aquellos viejos éxitos a los que no perdió ojo pero añadió su propio rímel. Redecorando la casa sin perder la esencia.

Como decíamos, la larga lista de piezas contó con numerosas referencias a la obra reciente. Fueron melodías más interesantes que las tributarias ya que mostraron a un autor en buena forma, con inquietud, elegancia y sensibilidad. De esos 30 años de firma propia nos quedaremos con ‘Beste denbora batean’, un lujazo pop. ‘Gaur’ fue de una densidad y oscuridad de innegable atractivo, con la voz larga y el punteo Neil Young. Pero no todo fueron agobios, que al ‘Egun on Mundo’ vestido de Coldplay solo le faltó una explosión de confeti. Temas que contaron con un efectivo uso de la pantalla de fondo que combinó ilustraciones con imágenes a tiempo real.

La banda destacó en las creaciones de claro influjo norteamericano. La sección a banda completa de ‘Aitormena’, la suave ‘Amapola’, la arrebatadora ‘Esperantzara kondenatuta’, esa mezcla Triki-Wilco de ‘Zaharra zara Bilbo’. En el top colocaremos ‘Estutu nazazu’, obra bien contrastada que despertó electrónica y finalizó con esa reiteración que no quieres que acabe nunca. Sonriente, feliz, como durante toda la noche, se despidió Gari tras una actuación que echó la vista atrás pero embelleció el estado actual del guipuzcoano.

Rocío Márquez y Bronquio: una clausura perfecta

Ruido y aplauso. La petición de ‘Ruido’ por parte de los autores urbanos que ha sustituido en los conciertos juveniles a los aplausos. El aplauso flamenco, la palma a la contra. Y a la contra fueron la cantante Rocío Márquez y el artista Bronquio cuando publicaron ‘Tercer Cielo’, disco experimental que ha buscado fusionar lo folclórico y lo moderno. Un álbum que, por cierto, ganó este año el “Premio Ruido” al mejor trabajo nacional en la fiesta organizada por los Periodistas Asociados de Música.

El Jazzaldia les entregó las llaves de cierre para clausurar su programación del Auditorio Kursaal en una cita que rejuveneció la media de edad de los asistentes. Un descenso apoyado en lo arriesgado de la propuesta y en el precio más económico de toda la programación del festival (20 euros).

La onubense y el gaditano se ubican más cerca de otro dúo, María Arnal y Marcel Bagés, que de Rosalía a la hora de atacar las tradiciones. Su escenografía es sencilla y cuidada, con un triángulo -abierto por un lado, el nuestro- que ocupa buena parte del escenario. Le acompañan juegos de luces sencillos y los aparatos de Bronquio. Instrumentos sobre los que el artista brincó de manera expresiva durante toda la tarde.

Juntos consiguen una mezcla nivelada y de gran interés. Bronquio es el pulmón sonoro. Su obra digital aprovecha la crudeza del flamenco para construir el techno. Bebiendo de las fuentes antiguas, sampleando extractos o jugando con las palmas flamencas digitalizadas. Con bombos ocasionales y mucho espacio libre. Acercándose a los tonos germánicos y explotando libre en el cierre del evento.

Ella lleva la batuta dominando la escena con naturalidad. Empleando también sus músculos corporales para trasladar el mensaje. Jugando con una capa, arrastrándose, bailando o atravesando la tela vertical para darle un toque solemne a su entonar, Como si no fuera suficiente con su voz sureña, larga y alargada con los efectos. Defensora de la seguiriya, los tangos, el garrotín, los campesinos verdiales y las bulerías. Tono que defiende la libertad a capela y chilla en los segundos más impactantes.

Márquez y Bronquio elaboran un proyecto de marcado carácter teatral que honra los estilos para reinventarlos de una manera tan respetuosa y aperturista que gustará a puristas e impuros. Fueron un final perfecto para una programación variada que también tuvo nombres famosos (Norah Jones), voces arrebatadoras (Ben Harper), virtuosismos adictivos (Pat Metheny) y jugosas ententes (Kenny Barron y la EGO).

Hakuei Kim: entre la improvisación y lo contemporáneo

Se cerraba el ciclo japonés del Museo San Telmo con la actuación de Hakuei Kim. Han sido cinco fechas con cuatro intérpretes en los que el país del sol naciente ha acercado al Jazzaldia varios de sus valores más interesantes.

La cita comenzó naciente (el concierto fue a las 11 am) pero con poco sol. Un ligero sirimiri nos acogió en el Claustro cuando el pianista de Kioto presentó la velada con su bien entonado euskera escrito en un folio.

El espacio, ideal para estos recitales especiales, nos regaló paseos de gaviota y repiques de campanas. Todos sumaron en la interpretación de “Open The Green Door”, una composición que supo sostenerse sobre una nota, repetida, dilatada, para aprovechar los silencios y construir su larga y delicada elaboración.

Comenzamos a disfrutar del gusto de Kim por las largas narrativas llenas de contrastes. Con una exigencia de atención digna de un guión de Aaron Sorkin. Por más que la obra brincara y se mostrara parlanchina (‘Lake Sagami’) siempre había un hueco para defender la improvisación y las partituras más contemporáneas de la música.

‘Offer Refused’ brotó matemática y oscura, grave y veloz, destacando en el trabajo de la zona izquierda del teclado. La posterior ‘Gardens By The Bay’ mostró a un autor tocando directamente las cuerdas del piano para dibujar un ambiente romántico que se aceleró en su broche final.

‘Late Fall’ y ‘White Entree’ parecieron la pregunta y su respuesta, una doble creación de estructura circular tras cuya última pulsación, larga, se oscureció el cielo y arreció la lluvia. El bis de la famosa ‘Take Five’ fue vivaracha e ilusionante, confirmando la libertad de ataduras mostrada por el compositor japonés durante toda la mañana.

Pat Metheny: una nueva lección de virtuosismo sexy

Pat Metheny (guitarra), Chris Fishman (piano, órgano, teclados), Joe Dyson (batería). Lugar: Auditorio Kursaal (Donostia). Día: 24-07-2023. Asistencia: lleno, unas 1800 personas

Qué difícil es emplear bien el virtuosismo. Qué complicado intentar cuadrar en unos trastes tu desbordante creatividad. Y qué gozada cuando vuelves a toparte con un autor que consigue unir de manera espectacular todas esas variables y engancharte desde el primer minuto.

Ayer Pat Metheny, el hombre que maneja 400 canciones bajo su frondosa melena, ofreció un concierto sublime para gozo de la gente que llenó el Auditorio Kursaal y que respetó la doble petición, en castellano e inglés, de no sacar fotos ni vídeos. Metheny vería en la oscuridad muchos contemporáneos cuando se sentó en solitario en mitad de un escenario que dejó mucho aire en los laterales y ubicó a los intérpretes en linea, concentrados, queriendo sentirse unos a otros.

El norteamericano echó mano de la guitarra Pikasso (42 cuerdas, cuatro mástiles) para dibujar nubes celtas en ‘Make Peace’. Sus socios ayer -Chris Fishman al teclado y Joe Dyson a los tambores- entraron en ‘So May It Secretly Begin’ para disfrutar de una guitarra eléctrica acolchada y una batería que comenzó a realizar su labor de andamiaje en un minutaje sexy. ‘Bright Size Life’ fue una explosión de amor brillante, con el teclado lanzado sonidos futuristas y todos viviendo un rápido frenesí. Alegría que se contagió a la posterior ‘Better Days ahead’, un mecano embriagador de fascinantes secciones.

Llego el be-bop en ‘Timeline’ y la banda se lanzó al swing con preciosos diálogos y un poso detectivesco que impactó en su asombroso final. ‘Always and Forever’ volvió a tocar la fibra mientras el piano le posaba espaciadas notas. ‘When We Were Free’ liberó al combo en una dinámica arrebatadora y llena de compañerismo, con Metheny haciendo el bajo. La larga pieza entregó pasajes de goce embarrado, punteos sonando como trompetas y otra clausura antológica.

‘Farmers Trust’ nos mostró al Metheny enamorado de la guitarra española como creadora de belleza. ‘It Starts When We Dissapear’ presentó Orchestrion, una suerte de sampler prehistórico compuesto de un vibráfono, marimbas, luces y otros cachivaches que parecieron estar controlados por los instrumentos reales. Fue un momento experimental de diseño apocalíptico.

‘Phase Dance’ llevó el jazz a casa de la Bossa Nova en un atractivo dueto con el teclista. ‘Trigonometry’ permitió disfrutar de la sensibilidad del batería y abrazar el lado punk del compositor, la fusión del enfado rock con el alma blues perfilada por una sucia guitarra acústica. ‘Zenith Blue’ no bajó la velocidad y ‘Solo Nylon’ fusionó esplendor y optimismo en el diverso homenaje a las cuerdas de sonidos cálidos y redondos.

La insistencia del público hizo que tras la despedida el trío volviera para un veloz ‘Letter From Home’ que tuvo unas pulsaciones afiladas. Y tras dos horas y diez minutos de concierto el auditorio, sabedor que había asistido uno de esos recitales que perdurarán en su memoria, abandonó exultante el Kursaal.

Pat Metheny: una nueva lección de virtuosismo sexy

Pat Metheny (guitarra), Chris Fishman (piano, órgano, teclados), Joe Dyson (batería). Lugar: Auditorio Kursaal (Donostia). Día: 24-07-2023. Asistencia: lleno, unas 1800 personas

Qué difícil es emplear bien el virtuosismo. Qué complicado intentar cuadrar en unos trastes tu desbordante creatividad. Y qué gozada cuando vuelves a toparte con un autor que consigue unir de manera espectacular todas esas variables y engancharte desde el primer minuto.

Ayer Pat Metheny, el hombre que maneja 400 canciones bajo su frondosa melena, ofreció un concierto sublime para gozo de la gente que llenó el Auditorio Kursaal y que respetó la doble petición, en castellano e inglés, de no sacar fotos ni vídeos. Metheny vería en la oscuridad muchos contemporáneos cuando se sentó en solitario en mitad de un escenario que dejó mucho aire en los laterales y ubicó a los intérpretes en linea, concentrados, queriendo sentirse unos a otros.

El norteamericano echó mano de la guitarra Pikasso (42 cuerdas, cuatro mástiles) para dibujar nubes celtas en ‘Make Peace’. Sus socios ayer -Chris Fishman al teclado y Joe Dyson a los tambores- entraron en ‘So May It Secretly Begin’ para disfrutar de una guitarra eléctrica acolchada y una batería que comenzó a realizar su labor de andamiaje en un minutaje sexy. ‘Bright Size Life’ fue una explosión de amor brillante, con el teclado lanzado sonidos futuristas y todos viviendo un rápido frenesí. Alegría que se contagió a la posterior ‘Better Days ahead’, un mecano embriagador de fascinantes secciones.

Llego el be-bop en ‘Timeline’ y la banda se lanzó al swing con preciosos diálogos y un poso detectivesco que impactó en su asombroso final. ‘Always and Forever’ volvió a tocar la fibra mientras el piano le posaba espaciadas notas. ‘When We Were Free’ liberó al combo en una dinámica arrebatadora y llena de compañerismo, con Metheny haciendo el bajo. La larga pieza entregó pasajes de goce embarrado, punteos sonando como trompetas y otra clausura antológica.

‘Farmers Trust’ nos mostró al Metheny enamorado de la guitarra española como creadora de belleza. ‘It Starts When We Dissapear’ presentó Orchestrion, una suerte de sampler prehistórico compuesto de un vibráfono, marimbas, luces y otros cachivaches que parecieron estar controlados por los instrumentos reales. Fue un momento experimental de diseño apocalíptico.

‘Phase Dance’ llevó el jazz a casa de la Bossa Nova en un atractivo dueto con el teclista. ‘Trigonometry’ permitió disfrutar de la sensibilidad del batería y abrazar el lado punk del compositor, la fusión del enfado rock con el alma blues perfilada por una sucia guitarra acústica. ‘Zenith Blue’ no bajó la velocidad y ‘Solo Nylon’ fusionó esplendor y optimismo en el diverso homenaje a las cuerdas de sonidos cálidos y redondos.

La insistencia del público hizo que tras la despedida el trío volviera para un veloz ‘Letter From Home’ que tuvo unas pulsaciones afiladas. Y tras dos horas y diez minutos de concierto el auditorio, sabedor que había asistido uno de esos recitales que perdurarán en su memoria, abandonó exultante el Kursaal.

Ben Harper: una voz prodigiosa que enamoró a todo un auditorio

El cantante californiano brilló en Donostia con un concierto en el que destacaron sus piezas acústicas

“¡No se puede ir!¡No se puede ir ahora!”. La chica sentada detrás de mi asiento gritaba apasionada cuando Ben Harper y su banda se despedían encantados del público donostiarra que abarrotó el Auditorio Kursaal. El grupo le hizo caso. A ella y los centenares de asistentes que le chillaban “beste bat” (¿Qué entenderán los angloparlantes cuando escuchan a 1800 personas chillar eso tan parecido a “Esteban”?).

Volvieron para un regalo final en el que desmelenaron su rabia guitarrera con un “Amen / Omen” que incluyó partes del famoso “Knockin’ on Heaven’s Door”. Al cierre todos y todas les ofrecieron tres minutos largos de aplausos, agradeciendo un concierto con el que conectaron desde el principio.

El arranque fue un lujo al alcance de muy pocos. El quinteto de ejecutantes, repartidos en tres micrófonos, atacó una embriagadora ‘Below Sea Level’. Harper empezó a demostrar poderío separándose un par de metros para entonar los agudos sin que la mezcla lo notara. Su voz es un prodigio. Cálida, poderosa y cercana. Herencia casi familiar y sanguínea de Marvin Gaye. Usando el falsete como puntual aditivo (‘Burn One Down’) y brillando hasta cegar en los momentos acústicos.

Fue sin duda uno de los hitos de la noche. El cantante sentado en la silla de madera, la guitarra sintiendo pocos pulsos. Y su tono vocal viajando y estremeciendo (‘Giving Up Your Ghost’, la nana ‘Waiting For An Angel’, la plegaria de ‘I Shall Not Walk Alone’). Nadie duda que en este formato llenaría los mismos recintos.

Mención aparte a la poderosa improvisación instrumental que abrazó el blues y el flamenco. El propio Ben explicaría después lo importante que ha sido para él esa música española y lo impactante que fue conocerla viniendo del hip-hop. La calma y la complicidad dejó segundos divertidos (cuando se echó la bronca a sí mismo por hablar todo el rato en inglés) y reivindicativos (“Trump habla inglés, no habléis un idioma que hable Trump”).

No podemos olvidar el trabajo coral de la formación. Porque Harper y los suyos no son de repetir menú. Sus gustos brotan en cualquier parte de las canciones. Hay momentos reggae más férreos (‘Two Hands’). Pero su arte, que incluye un reseñable trabajo vocal, les permite jugar con melodías heredadas del chicle de los 70 (‘Diamonds’, ‘Don´t Give Up On Me Now’), endurecerse (‘Burn to Shine’), acercarse al Caribe un rato para acabar en Nashville (‘Steal My Kisses’) o contonearse con el jazz-funk (‘Mamas Trippin’). Fue una actuación que tocó el cielo en la parte acústica y ofreció una diversa elección de sabores para acompañar esa voz heredera de los más grandes.