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Ben Harper: una voz prodigiosa que enamoró a todo un auditorio

El cantante californiano brilló en Donostia con un concierto en el que destacaron sus piezas acústicas

“¡No se puede ir!¡No se puede ir ahora!”. La chica sentada detrás de mi asiento gritaba apasionada cuando Ben Harper y su banda se despedían encantados del público donostiarra que abarrotó el Auditorio Kursaal. El grupo le hizo caso. A ella y los centenares de asistentes que le chillaban “beste bat” (¿Qué entenderán los angloparlantes cuando escuchan a 1800 personas chillar eso tan parecido a “Esteban”?).

Volvieron para un regalo final en el que desmelenaron su rabia guitarrera con un “Amen / Omen” que incluyó partes del famoso “Knockin’ on Heaven’s Door”. Al cierre todos y todas les ofrecieron tres minutos largos de aplausos, agradeciendo un concierto con el que conectaron desde el principio.

El arranque fue un lujo al alcance de muy pocos. El quinteto de ejecutantes, repartidos en tres micrófonos, atacó una embriagadora ‘Below Sea Level’. Harper empezó a demostrar poderío separándose un par de metros para entonar los agudos sin que la mezcla lo notara. Su voz es un prodigio. Cálida, poderosa y cercana. Herencia casi familiar y sanguínea de Marvin Gaye. Usando el falsete como puntual aditivo (‘Burn One Down’) y brillando hasta cegar en los momentos acústicos.

Fue sin duda uno de los hitos de la noche. El cantante sentado en la silla de madera, la guitarra sintiendo pocos pulsos. Y su tono vocal viajando y estremeciendo (‘Giving Up Your Ghost’, la nana ‘Waiting For An Angel’, la plegaria de ‘I Shall Not Walk Alone’). Nadie duda que en este formato llenaría los mismos recintos.

Mención aparte a la poderosa improvisación instrumental que abrazó el blues y el flamenco. El propio Ben explicaría después lo importante que ha sido para él esa música española y lo impactante que fue conocerla viniendo del hip-hop. La calma y la complicidad dejó segundos divertidos (cuando se echó la bronca a sí mismo por hablar todo el rato en inglés) y reivindicativos (“Trump habla inglés, no habléis un idioma que hable Trump”).

No podemos olvidar el trabajo coral de la formación. Porque Harper y los suyos no son de repetir menú. Sus gustos brotan en cualquier parte de las canciones. Hay momentos reggae más férreos (‘Two Hands’). Pero su arte, que incluye un reseñable trabajo vocal, les permite jugar con melodías heredadas del chicle de los 70 (‘Diamonds’, ‘Don´t Give Up On Me Now’), endurecerse (‘Burn to Shine’), acercarse al Caribe un rato para acabar en Nashville (‘Steal My Kisses’) o contonearse con el jazz-funk (‘Mamas Trippin’). Fue una actuación que tocó el cielo en la parte acústica y ofreció una diversa elección de sabores para acompañar esa voz heredera de los más grandes.

Publicado enCríticas de conciertos

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