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Categoría: Reportajes

Fenomena: Un festival de afortunados experimentos

El festival Fenomena celebrado en Hondarribia contó con atractivas mezclas musicales y actuaciones de gran calidad.

El festival Fenomena hondarribitarra nos permitió ayer gozar de una de esas fusiones difícilmente repetibles: unir sobre un mismo tablado a El Niño De Elche, Joseba Irazoki y Ruper Ordorika. Fue el gancho del festival, el evento que más gente reunió, el que más barullo creó en la barra del bar y sus alrededores. Pero no fue el único acto. La tarde-noche de ayer estuvo llena de actuaciones gratuitas organizadas por Fenomena Kultur Elkartea y el Ayuntamiento de Hondarribia.

El cartel comenzó a las once de la mañana con los talleres para niños en las terrazas del Puerto Deportivo de la localidad guipuzcoana. Un espacio más amplio que la anterior base de operaciones del certamen, los jardines del Kasino Zaharra. No fue la única mejora: las actuaciones se celebraron en una carpa para hacer frente a las adversidades meteorológicas. No hay que olvidar que el año pasado una borrasca echó por tierra parte de la programación.

La fiesta sonora propiamente dicha comenzó a las cuatro de la tarde y corrió a cargo del combo madrileño Patio Rosemary. Más cercanas a las Runaways que al grupo Dover, su propuesta llegó llena de rabia y melodías, con momentos cercanos a Los Pixies o los Sonic Youth de Kim Gordon. La familias se estiraban en la cercana campa. Algunos preparados, con mantas aislantes. Otros de forma relajada, mientras sus hijos corrían por la zona. Un aplauso a quienes colocaron a niños y niñas unos cascos aislantes para la escucha de los conciertos, que fueron los menos.

Flavio Banterla cogió el testigo y lo subió a la estratosfera. Sus canciones fueron siderales, repletas de elegancia y buen hacer. En formato trío – mas una violinista que echó una mano en algunos pasajes- y con una felicidad contagiosa, sus piezas sonaron a medio camino entre Franco Battiato y los Flaming Lips. Unos tonos llenos de fuerza y con una voz sobresaliente que confirmaron la potencia festivalera de esta propuesta única.

Y llegó la mezcla de Ruper Ordorika, Joseba Irazoki y Niño de Elche. Comenzó Ordorika con sus suaves tonadas (“Martin Larralde”), composiciones soleadas (“Haizea Garizumakoa”) y algún que otro ímpetu (“Hondartza Galduan”). La tradicional “Zazpi Nobio” hizo de gancho con Joseba Irazoki.

El músico de Bera voló después libre. Presentó cortes de su último disco, el instrumental “Ez-Nostalgia”, ofreció un “Ahorik ahora” de tintes rafaelianos, brindó cortes country y salió a capela (“Blue Cristal Fire” de Beñat Achiary). Su enlace con el Niño de Elche nos deleitó con una arrebatadora versión castellana de “Txoria txori” que musicalmente podría ir en una banda sonora de Win Wenders. El cantaor flamenco se lanzó después a interpretar dos canciones en solitario. La inicial “Mercados” confirmó la tremenda voz de este autor de Elche. La posterior obra, cantada sin acompañamiento, mostró la vertiente más heterodoxa de este creador.

Esta fiesta a tres se cerró con un par de temas juntos. El primero ensanchó el “Fas Fatum” de Ruper Ordorika con un Irazoki bailando entre punteos de guitarra y un cantante mediterráneo ofreciendo preciosos giros de voz. El posterior y casi indistinguible homenaje al “Deep Song” de Tim Buckley fue una parranda de alegrías. A su fin los cántabros Los Estanques y el grupo australiano Datura4 fueron los encargados de dar carpetazo a un festival que tuvo una gran respuesta popular.

Jazzaldia 2019: Un cierre para todos los públicos

Las terrazas del Kursaal clausuraron su programación con una gran afluencia de gente.

¡Cómo cambia el Jazzaldia con el buen tiempo! Tras un par de días de paseos plastificados cual Leslie Nielsen en las escenas de amor de “Agárralo como puedas” y algunos eventos suspendidos por trombas variadas, el sol volvió a lo alto y con él las estampas habituales de estos espacios gratuitos: cientos de personas en la zona del Kursaal con toda la atención puesta en los conjuntos musicales. En esa situación inmejorable siempre brotan los “problemillas del primer mundo”: Que si es difícil pasar de un sitio a otro, que si qué de carritos, qué de patinetes, qué de… ganas de disfrutar de los conciertos, demonio. “Qué calor, ya podía llover”, dijo un espectador de la Reunion Big Band. No pudimos sino reírle la ocurrencia.

Fiel a su tradición el Jazzaldia colocó una “big band” para dar comienzo a la última jornada. Un formato que este año ha tenido excelentes ejemplos en la programación y que clausuraba su presencia con decenas de personas atendiendo al Espacio Frigo. Los veintiún integrantes de la Reunion Big Band nos trasladaron a los mundos del swing (el “flow” del siglo pasado, muchachos), el boogaloo, la bossa nova y las músicas encantadoras con la suavidad de una brisa marina y el frescor de un chapuzón. Fue como ir en crucero pero sin marearse.

Los asistentes, de corte familiar, gozaron con las canciones de esta numerosa orquesta y aplaudieron en consecuencia. Porque el Jazzaldia es para todos los públicos: los chavales y chavalas criban la arena por la noche bailando, los “menos chavales” disfrutan en las músicas añejas, unos pagan por ver conciertos y otros pasean por estas zonas sin cargo, aquellos se pirran por el jazz y el resto destaca la oferta paralela.

En el txoko Coca-Cola se desfogaban unos “perros viejos” de la escena local. Los más paseados recordaran a varios integrantes de la Hot Potato Blues Band como parte del mobiliario sónico de La Gatera, aquel bunker defensor de los sonidos del Misisipi que había en la donostiarra Plaza Easo. Estos creadores eran entonces miembros de Blues Stop, luego fueron Lau Behi y ahora estas “patatas calientes”. Su música sigue siendo clásica – el blues es más pétreo que las rocas del espigón-, mas su ejercicio de estilo fue enérgico, contagioso y muy jaleado. Tanto que pudieron hasta disfrutar de esos aplausos ”jazzeros” que se ofrecen al acabar un solo, un gesto poco habitual en su palo sonoro.

Tan potentes y tan fuertes sonaban que sus guitarrazos llegaban, diluidos, hasta la Terraza Heineken. En ella se explayaban los compinches de Lurpekariak, una apetitosa “marcianada” de raíces locales y naturaleza libertina. Con una formación en claro homenaje a Ornette Coleman (dos contrabajos, dos baterías, trompeta y voces), sus temas fueron de una riqueza experimental que a veces dislocaba y otras hacía alucinar. Hubo pasajes oníricos, gritos africanos y batidoras de timbales. Deconstruyeron el “Aita San Migel” y recuperaron danzas a las que insuflaron un apacible aire extraterrestre. Contaron con la colaboración del bertsolari Sustrai Colina, el más “sano” de toda la mezcla. Lurpekariak quizás no sean plato de buen gusto para algunos oídos pero es un gusto ver platos así en estos festivales.

La programación de estas terrazas anunciaba un fin de fiesta lleno de tracas con las actuaciones de varios combos japoneses (Yuri Arimasa- Ryo Ogihara, Ai Kuwabara The Project), revueltos acústico-electrónicos (Nasim Quartet), formaciones hard-bop (Xvr Estévez Sextet) y atronadores dúos locales (Anai).

El festival más vasco del mundo

Buenas bandas hicieron lo que pudieron un día en el que hasta los perros llevaron chubasquero

Con un cielo encapotado amaneció el día de ayer en la capital festivalera. Las brisas fuertes y las molestas lluvias también se han apuntado a los conciertos gratuitos del Jazzaldia. Pero…¿en qué se basan los mandamases del Jazzaldia para suspender un concierto?

Fuentes de la organización nos confirmaron que en estos casos “prima lo técnico y la seguridad. Eso significa que el escenario no debe estar muy afectado por el agua. Y también se refiere al público. Si de repente llega un vendaval suspendemos el concierto”. Las previsiones que manejaban ayer hablaban de “sirimiri constante y chubascos intermitentes”. Les traduzco: agua sin parar. ¿Y qué hay más vasco que la lluvia? Esas gotas que convierten el chubasquero en nuestro traje tradicional veraniego. Ayer hasta los perros llevaban gabardina. Ese era el nivel.

Normal que Sara Zozaya esperara algo preocupada en el Escenario Heineken. Sus fans se arremolinaban en una carpa cercana mientras esperaban el comienzo del concierto. Mejor suerte corrieron los integrantes del Fredi Peláez Trío, cuyos sonidos nos llamaban desde el agazapado Escenario Frigo. Peláez y los suyos ofrecieron un acto atractivo con momentos tórridos, pasajes punzantes, buenos diálogos entre instrumentos y alguna que otra balada. “Porque todo el mundo sabe que los shows de jazz deben tener siempre una balada”, dijo el organista.

Volvimos al tablado de Sara Zozaya esperando que la cosa pudiera dar comienzo. Músicos y técnicos hablaban sobre un escenario en el que los elementos escénicos estaban plastificados. Mala pinta. A la media hora anunciaron por megafonía que el evento se suspendía. La preocupación se tornó tristeza en la cara de la cantante, que saludaba a los que habían ido a verle en circunstancias tan poco favorables.

En el Escenario Frigo el joven Juan José Cabillas se acompañaba de un cuarteto y una formación de cuerda para defender una de sus cuatro apariciones en el Jazzaldia de este año. Sus interpretaciones sonaron magníficas, llenas de jazz y swing, repletas de creatividad y viveza. En el parte acuoso destacaremos el paraguas que cubría a la violonchelista más cercana al borde del escenario. Además de ser un bonito detalle, deben saber que una versión profesional de ese instrumento vale más que muchos de los coches que circulan por nuestras carreteras.

El segundo turno se las prometía felices con la relativa bonanza climática. Una pausa que sacó el caracol que tenemos dentro. Decenas de personas se acercaron a los escenarios para disfrutar, por ejemplo, del buen hacer de Dan Barrett, un maestro trombonista que llenó la estancia de sonidos clásicos y elegantes. Organizing sacaron chispas de su formación de cuarteto con canciones calurosas y ritmos bien sabrosos. Javier Lopez Jaso y Marcelo Escrich sonaron como la banda más adecuada posible: temas ensoñadores, marítimos, arrabaleros y calmados. Tocados todos con gran distinción. Pero volvió la lluvia, y todo retornó a donde lo habíamos dejado. Una pena.

Tormenta de buenos conciertos

Una tromba de agua deslució una tarde de grandes actuaciones en las terrazas del Kursaal

Nos las prometíamos felices ayer a primera hora. Un viento norte que refrescaba el “caloret”, nubes que tapaban el sol y grupos que prometían muy buenos momentos. Quiso la programación que el día de Santiago Apóstol el arranque terracero le tocara a unos músicos afiliados a la Texas Christian University de E.E.U.U. La Curt Wilson Alumni Big Band, una tropa de dieciocho exalumnos que curran en Microsoft y derivados, defendió sus amores por los sonidos de las grandes bandas. ¡Cómo gusta este estilo en nuestra ciudad! Y más cuando la formación que toca suena impoluta, rayando la perfección, como fue el caso.

Todo brotó bien balanceado en su set, con unos vientos muy presentes y temas que volaron a gran altura. Tremendo el sentimiento que le dieron al “Sing Sing Sing” popularizado por Benny Goodman y que el donostiarra temporal Woody Allen ha utilizado hasta en tres de sus films. Vital y contagioso tocaron el swing de “Flight of the Foo Byrds” (Count Masie) y no menos estratosférico y chisposo el “Take the a train” de Duke Ellington.

En la Terraza Heineken se estrenaba en estas lides festivaleras Ainhoa Larrañaga. Famosa por salir en la teleserie Goazen, la de Hernani consiguió llenar la plaza de preadolescentes encantados de verla. Bueno, no solo ellos y ellas. Progenitores y paseantes reventaron la estancia y disfrutaron de la suavidad creativa de sus canciones. Su jazz-pop adulto y reposado a veces buscó lo latino y siempre encontró el apoyo de la expresividad de la voz principal, muy activa sobre el tablado. Unas fans y/o amigas animaban a la guipuzcoana con una pancarta casera de “La Nueva Rosalía”. Fue un guiño de ánimo curioso y divertido.

En el Escenario Coca-Cola se desfogaban The Funk & Risketeers, la enésima remesa de Musikene – nuestro Basque Musikari Center creativo-. No consiguieron quitarse de encima la etiqueta academicista ni atacando el “Blame It On The Boogie” de Jackson Five ni frenando el “Crazy” de Gnarls Barkley. No estuvo mal, pero no consiguió detener nuestra marcha.

La cosa se tornó tenebrosa en el segundo turno de actuaciones. La alta humedad relativa perdió dicha relatividad y llegó en forma de cuatro gotas que luego fueron ocho y mas tarde un diluvio de rayos, truenos y centellas. Lo cual suele dejar estampas muy “cuquis” para instagram, con parejas bajo un paraguas, pero que es algo realmente molesto para los espectadores, quienes corrieron a taparse bajo cualquier cubierta posible.

La cosa quedó, hasta la suspensión por seguridad a las ocho y veinte de la tarde, en un ensayo sin gente delante. Y fue una pena. Porque el populoso conjunto Long Island Sound Vocal Jazz fue pura alegría. Atacaron el ya mencionado “sing, sing sing”. Una pieza que ante el vendaval rebautizamos como “swim, swim, swim” (nadar, nadar, nadar).

En el parterre Heineken repetían pase Elkano Browning Cream. Con el órgano Hammond como amo y señor de los tórridos sonidos, su concierto mostró un gran esqueleto. En el coqueto Coca-Cola florecieron Ekhilore Quintet. Sonaba precioso y atractivo, raro y encantador. Pero la lluvia se llevó todo el arte por delante.

Esto sí es Kawaii, qué guay

El festival arrancó con una fiesta inaugural llena de soles cantores y bonanzas sopladoras.

El Jazz Band Ball del Jazzaldia es el corte de cinta previo de la etapa del tour, el primer día de fiestas patronales, el suculento entrante – que para algo somos vascos- de un menú que inundará Donostia estos próximos días. El pistoletazo “free jazz” (por aquello de que es gratis y suele haber mucha música de ese estilo) se celebra siempre en la parte trasera del Kursaal, que dispone de tres escenarios además del grande situado en la arena. Una playa que a las 19,30 horas de ayer, momento en el que los sonidos comenzaron a brotar de los altavoces, aún andaba repleta de gente buscando refrescarse del calor reinante ante una galerna que apuntó pero no disparó.

En realidad la zona se abrió sobre las siete de la tarde. Y para entonces ya había gente esperando a Joan Baez en la valla del Escenario Verde. Jóvenes y mayores fueron llenando poco a poco las distintas terrazas de la zona. Ana Pérez, de Pasajes San Pedro, nos confirmaba que siempre que puede se acerca al Jazz Band Ball. “Me parece un gran plan. No solo el del espacio grande sino el de estos más pequeños. Aquí siempre encuentras grupos atractivos. Si alguno te gusta menos pues te das un paseo por la zona y listo”. Le tanteamos por sus preferidos, pero defendió su idea de picoteo y las bonanzas de los transportes públicos de su zona.“Aprovechamos los servicios nocturnos de los buses para volver a casa”.

El continente no ha variado, manteniendo los elementos las disposiciones habituales. En la entrada más cercana al puente del Kursaal / Zurriola se colocan el stand de discos, las taquillas para los tiques, las tabernas y el Escenario Frigo. En la terraza superior aparece el Heineken. Como txoko coqueto cercano a Sagüés sigue estando el Escenario Coca-Cola.

La “bomba japonesa”

Pero vayamos al contenido, que es lo que nos pirra. Y más si empezamos con fuerza y rabia blues-rock de la mano de Rei. Uno de los grupos japoneses que, gracias a un acuerdo con la Fundación Japón, recalarán en esta edición 54 del Jazzaldia. En formato de trío llegaron Rei (chica a la guitarra y voz), Katsuhiro Mafune (bajo) y Miyoko Yamaguchi (pegadora baterísta). Con ropas llenas de colores y ese aire “naif” que impregna la música popular de su país. A esa supuesta belleza o ternura ellos la llaman Kawaii. Y la actuación fue guay, kawaii, y todos los términos fantásticos que se les ocurran. Una “bomba japonesa” al estilo de las de los fuegos artificiales. Una fiesta llena de vitalidad y alegría.

Simpáticas y sonrientes, fueron disparando temas haciendo olvidar su jet-lag – llegaron la víspera- y animando de buena gana el cuerpo de los presentes. En el menú cabía de todo: rock-blues, pop, funk, bases de baile. Rei hablo en castellano de manera más que digna, hizo de “Guitar Hero”, cantó por un megáfono y tocó una pandereta al cuello. Su equipo repartió pegatinas promocionales por la zona. Todo feliz y radiante. Si se perdieron la cita de ayer no desesperen, que el trío repite pase hoy y mañana en idéntico tablado.

Mientras las palabras “Jamie Cullum” y ”Joan Baez” flotaban en el viento durante nuestro paseo por la zona – si nos hubieran dado un euro cada vez que escuchamos los nombres de las grandes estrellas del día igual si podíamos haber fichado a la dichosa Rosalía- llegamos a la elegancia de Ola Onabulé.

El anglo-nigeriano fue un ejemplo de finura y distinción ante un abarrotado espacio. Con un soul de corte británico – ni muy meneado ni muy parado- y bien apoyado en una banda de corte estándar – batería, bajo, piano,…-, sus canciones fueron entrando por los poros cual crema solar. Su voz, tersa y afectada, fue una montaña rusa a la hora de pasear por los tonos. “Es como si cantara jazz con el meñique levantado”, dijo un espectador a nuestra vera para intentar definir el estilo. No pudimos reprocharle nada a la frase.

En el Escenario Frigo se comprimieron los nueve integrantes de Saxophone Con-Clave. Una dinámica formación de corte clásico que lanzó algo de swing, latinismos acolchados y mucho pasaje calmado, al menos durante nuestra visita. Quienes llegaron con ganas de mover el bullarengue, que la promoción invitaba a ello, deberán escoger otro momento. Aquello fue un paseo tranquilo por el jazz de las grandes bandas. Mas esto no ha hecho más que empezar. Nos esperan muchos días, paseos, formaciones y grandes momentos. ¡Que ustedes lo disfruten!

Un arranque de película

Hasta músicos que han tocado para Woody Allen se cuelan en los seductores conciertos previstos estos días en las terrazas del Kursaal

«Si funciona, no lo toques”, reza uno de los dichos populares de nuestra tierra. Y el Jazzaldia se ha tatuado esa frase en el brazo que programa las actuaciones en las terrazas del Kursaal. Tres escenarios que acompañan al “verde”, el potente de la playa, con una oferta que busca innovar, entretener y fascinar. Parafraseando aquel anuncio de detergentes, diremos que el eslogan para estos espacios gratuitos bien pudiera ser el de “busque, compare, y si encuentra algo mejor…siéntese a escucharlo”.
Arranquemos esta tarde de Jazz Band Ball con dos aristas bien atractivas. La japonesa Rei defenderá su blues-rock vital y enérgico. En la otra esquina estilística se topará con el cantante Ola Onabulé. Un caballero del soul que unirá la vitalidad africana con el refinado estilo londinense.

Los amantes de los sonidos clásicos no se perderán al Dan Barrett Classic Jazz All Stars. El trombonista Barret tiene un currículo de ministro: miembro de la orquesta de Benny Goodman, músico de Mel Tormé y Tony Bennett y soplador en las bandas sonoras de Woody Allen (“Balas sobre Broadway”,”Poderosa Afrodita” y”Todos dicen I love you”).

Sin salir del mundo del celuloide llegaremos a “Love & Revenge”, combinado de imágenes y sonidos árabes que llenará de vanguardia la trasera del Kursaal. La Saxophone Con-Clave propondrá una mezcla libre y suculenta de las obras de compositores como John Coltrane con la “sabrosura” caribeña. Y no menos vitalista se presenta el trío Elkano Browning Cream de Mikel Azpiroz.

El festivo jueves atardecerá con los casi veinte músicos de la Curt Wilson Alumni Jazz Band pregonando sus amores jazzeros, mientras el swing de la no menos populosa Long Island Sound Vocal Jazz llegará peligrosa y refrescante como el cóctel que homenajean. La joven y televisiva Ainhoa Larrañaga (Go!azen) inundará el espacio de dulzura y el pianista Adrien Brandeis promete fusionar el jazz tradicional con tendencias más modernas. Desde Musikene arribarán potentes combos de funk (The Funk & Risketeers), vanguardismo (Ekhilore Quintet) y hard-bop (Xahu).

En un brinco nos ponemos en un viernes que ofertará la calmada oscuridad de Sara Zozaya, el toque oriental de Ai Kuwabara y la parranda de Javier López Jaso-Marcelo Escrich Quartet. Un conjunto que une la música clásica, la argentina, la francesa y el folclore vasco. ¡Ahí es nada! Los órganos Hammond destacarán en los sets de Fredi Peláez Trio y Organizing. La ensoñación la firmarán Juan José Cabillas with Strings y el Züm Trio francés.

El sábado 27 de julio Yuki Arimasa y Ryo Ogihara charlarán con piano y voz sobre exquisitas partituras mientras el Chihiro Yamanaka Trio sonará lírico en sus pulsaciones. La fiesta explotará con el ska de La Amaika Rude Sound y una Broken Brothers Brass Band de charangueras fusiones. Las Hermanas Caronni y las bandas Ro y No-Land Trio completarán la programación sabatina.

Y si un Jazzaldia no coloca “big bands” un domingo a la tarde es que ha perdido el norte. La Reunion Big Band hará las delicias de los aficionados a este tipo de formaciones. El Xvr Estévez Sextet será una buena continuación para esos fans. La sesión de cierre se completará con la apertura de miras del Nasim Quartet, la fusión vasco-norteamericana de Lurpekariak, la potencia rock del dúo Anai y el blues local de Hot Potato Blues Band.

Jazzaldia 2018: mucho reggae, cero reggaeton

Los conciertos gratuitos del Jazzaldia se extienden por la zona centro de la ciudad. El DJ local Ibon Errazkin pinchó música selecta en el Náutico, mientras una fiesta jamaicana inundó Alderdi Eder

El centro de Donostia es una ciudad hecha para pasear. El Jazzaldia se sube a la ola caminante y en apenas diez minutos coloca hasta tres escenarios gratuitos en su zona más turística. Los jardines de Alderdi Eder, el Naútico y el Museo San Telmo son los espacios en los que el festival extiende su oferta.

La pinacoteca situada en la Parte Vieja es la reina de las mañanas con un programa doble al que le llueven las buenas críticas. Pero nosotros fuimos directos al turno de tarde. Así, deambulando entre “selfies” costeros, oteando a la chavalería saltar desde las escaleras del Náutico, llegamos a la zona portuaria denominada Nauticool. Un espacio en el que estos días DJ´s de todos los colores sonoros convierten el espacio en un atardecer casi ibicenco.

No se asusten si no conocen a los autores anunciados en estos carteles. Son gente especializada en sonidos tórridos, exquisitos y briosos. Tonos alejados de la radiofórmula o los karaokes televisivos. A veces escucharán música afroamericana, latinismos acelerados – sin llegar al reggaeton, como bien apuntó el director Miguel Martín- o contoneos brasileños.

La “gozadera” se amplificaba ayer con los cortes seleccionados por Ibon Errazkin. uno de los personajes más creativos, influyentes y respetados de la escena independiente popera. Tras un inicio con un volumen heredado del cierre de la noche anterior, la mayor adecuación del mismo al espacio y el ambiente permitió disfrutar de su siempre exquisita selección musical. Hubo dub y raggamuffin, que suena a magdalena cuqui pero es un tipo de reggae. También lanzó cosas disco dignas del Studio 54. Le habríamos pedido una lista de todo lo que estaba sonando, pero nos tememos que eso es como pedirle los trucos a un mago.

En 16 pasos contados llegamos al set de Alderdi Eder, frente al Ayuntamiento. Un sitio de postal. Los cientos de turistas que se sacan fotos en el paseo lo confirman. Un escenario con la bahía a la espalda, el carrusel a un lado y el antiguo Gran Casino al otro. Ni el coche de la marca que paga el montaje quiso perderse la cita.

La tarde de ayer estaba marcada a fuego en la agenda de muchos musiqueros. El mítico sello Trojan Records, casa de algunos de los más afamados autores de música jamaicana (Desmond Dekker, Toots & The Maytals, Jimmy Cliff), se montaba una francachela para celebrar sus 50 años de vida editorial. Al festejo en formato Sound System -un potente equipo de sonido, un pinchadiscos poniendo temas- se sumaron Dennis Alcapone y Dawn Penn.

No vimos a los nombrados. Normal, la fiesta duraba cuatro horas y las urgencias de este texto no nos permitieron disfrutarla en su totalidad. En nuestra parada el pincha, con un polo que recogía los colores de la bandera de Jamaica, lanzaba singles, remezclas de temas afamados (“Exodus”, de Bob Marley y sus Wailers) y hacía las delicias del numeroso público presente.

Publicado en El Diario Vasco

Jazzaldia 2018: dobles pases explosivos

La banda Endangered Blood despuntó entre la calidad del resto de los conciertos de las terrazas del Kursaal.

Nuestro Jazzaldia tiene muchas cosas buenas. Como enumerarlas todas iba a ocupar buena parte de este texto, hoy nos centraremos en una de las mejores: los pases dobles de algunas bandas. Lejos de los usos y costumbres de otros macrofestivales, estos días hay formaciones que actúan en dos días distintos. Y quienes tienen la agenda apretada una tarde siempre pueden intentarlo a la siguiente.

Hicimos uso de esta oportunidad ayer mismo, y nos acercamos al segundo bolo de Endangered Blood. Un cuarteto cuyos miembros se han bregado con autores como Mike Patton, Uri Caine y John Zorn. Una banda que se formó con la intención de dar un concierto para pagar las facturas médicas del colega Andrew D’Angelo – así se las gastan en EEUU- y que llegaba a Guipuzcoa en plena forma.

Tras un inicio suave, con piezas que se podían acercar a la salsa o lo arabesco, la lista de canciones fue ganando quilates. Fue un set lleno de músculo, agitado y hasta revuelto, derrapante, explosivo. Atractivo y sinuoso. El momento exigía atención, pero si se la dabas el aluvión de ideas te atrapaba. Decir que el Escenario Coca Cola se les quedó pequeño es demasiado mundano. Era el mundo el que parecía encogerse ante sus composiciones. Chapeau, “bloodiers”

En el Escenario Frigo el público también disfrutó con la propuesta. Ayer la cosa iba de baterías. La experimentada banda de Iparralde llamada Double Drums Quartet contaba con dos pegadores, padre e hija, en su formación. Unos y otros se lanzaron a los estándares con finura, poniendo siempre el foco en la novedad sin que ésta se comiera al resto. Los timbales fueron los protagonistas, jugando mucho y bien a la hora de dialogar entre ellos y cambiarle el aire a las diferentes partes de un mismo tema.

El certamen siempre ha dedicado buena parte de su programación sin cargo a las bandas del norte de los Pirineos. Ahí estaba para demostrarlo ayer el saxofonista francés Éric Séva, quien llegaba a la ciudad con su quinteto. Venía con la etiqueta de amante del blues, y hubo momentos para ello con la inclusión de un cantante que, es sano admitirlo, tuvo días mejores a nivel vocal. La banda escoró la música del sur de Estados Unidos hacia conceptos más jazzeros, en una zona cuyo suelo mullido atrajo a las familias con niños pequeños. Ellos, los nenes, fueron los que más bailaron con los sonidos del grupo.

Publicado en El Diario Vasco