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Juan Luis Etxeberria Entradas

Ghost Number & His Tipsy Gypsies: este muerto está muy vivo

Intérpretes: David Pisabarro (banjo, voz), Jon Ander Burgos (trompeta), Miguel Arribas (saxo), Jordi Arcusa (trombón), Nerea Quincoces (percusión), Iñigo Manterola (batería), Ander Solabarrieta (guitarra), Arantza Molina (violín), Lidia Insausti (voz) Sara Grajal (voz), Karmen Salazar (voz). Lugar: Sala Dabadaba (Donostia). Día: 31 de octubre del 2018. Asistencia: unas 250 personas.

Celebración de Halloween, la llegada del año nuevo celta (“Sahmain”) … Todo el que quiso celebrar algo la noche del 31 de octubre pudo hacerlo con el fin de gira de la banda donostiarra Ghost Number & His Tipsy Gypsies en una sala Dabadaba engalanada para la ocasión.

Después de 40 conciertos con fechas bastante potentes (Jazzaldia, Hondarribia Blues, Cazorla Blues), el populoso combo anunciaba un parón para grabar sus nuevas canciones. Y lo hacía en casa, a lo grande, con una formación que en ocasiones se estiró hasta los doce integrantes. Nada que el pulcro sonido del local no pudiera ecualizar de manera precisa.

Y todo el mundo, disfrazado o no, movió el esqueleto al ritmo del swing. La banda le pone etiquetas más ajustadas, porque su música bebe de cien sitios festivos. Emir Kusturika y sus marchas, el blues, la música del Far-West o Nueva Orleans. Las nuevas composiciones nos permitieron disfrutar de otros sabores, caso del son cubano, el calypso y el rock. Las melodías más tranquilas nos acercaron ese otro sonido habitual, el del murmullo de la gente.

La primera línea de escenario fue intachable: desde el buen hacer de la violinista hasta el marcado compás del contrabajo, pasando por la guitarra y la trompeta. Al frente de todos se situó el cantante y músico de banjo David Pisabarro, quien ofreció una gran voz en todos los registros y no dudó en buscar los coros de la gente en algunas composiciones.

Todo en estos Gypsies está dispuesto para el disfrute de los asistentes, y el grupo se mostró concentrado en su labor y contagioso en la ejecución, presentando una maquinaria bien engrasada. Y así, tras un bis con varias partes y casi dos horas de actuación, la banda se retiró a sus catacumbas dejando un gran sabor de boca.

Entrevista completa a Fino Oyonarte

Hace unas semanas tuve la suerte de poder entrevistar a Fino Oyonarte, lo cual salió bien plasmado en El Diario Vasco con motivo de su concierto en Arrasate. Pero siempre es una faena recortar respuestas de este hombre, que en cada oración deja una frase con sentido y profundidad.

Así que ahora recupero la entrevista completa, dado que Oyonarte vuelve a Donostia (2 de noviembre, Dabadaba). Vamos pues con el «writer´s cut»


 

Las críticas que está recibiendo este debut son acordes a su calidad. Intuyo que nada de esto esperaba cuando esbozaba las canciones con la guitarra acústica…

 Pues muchas gracias. Estoy contento con el resultado y contento de haber conseguido hacer lo que llevaba mucho tiempo deseando. Parece que esta teniendo buena acogida – a pesar de ser un disco tan inusual para los tiempos que corren – y eso a nadie le desagrada. Cuando empecé a trabajar las canciones, a componer, a escribir… no pensaba en nada de eso, aunque algún día se me podía pasar por la cabeza cómo serían recibidas, si gustarían o no. Creo que nos pasa en general a todo aquel que hace un trabajo artístico; tienes la incertidumbre de cómo será recibido.

En aquellos momentos tenía la cabeza bastante ocupada con intentar escribir, en encontrar algo que contar que me convenciera. Hay días que las canciones me parecían buenísimas y otros no tanto, pero cuando las grabé sentí que era el disco que quería hacer.

Un disco que nace, o se lanza a plasmarse, después de un buen susto de salud.

Llevaba tiempo queriendo hacer algo diferente pero sí: tras superar un infarto, esa misma noche mientras pensaba en la suerte que había tenido, escribí algunos deseos en un pequeño cuaderno: «quiero vivir y voy a hacer todo lo posible para ponerme bien y voy a escribir canciones para un disco en solitario, voy a hacer lo que de verdad quiero». Era como una deuda pendiente que tenía conmigo mismo y había llegado el momento de llevarlo a cabo. Necesitaba hacer algo propio, encontrar mi voz.

¿El tipo de canciones que salen después de un momento así tienden a ser más íntimas, acústicas o relajadas, con ese aire folk como el que cuenta “Sueños y tormentas”?

 A mi me han salido así, como las describes, pero no creo que tenga que estar relacionado un problema de salud con hacer canciones más o menos acústicas o tranquilas. A otro le puede dar por hacer un disco punk porque es su forma de expresarse y está hasta los cojones de ver que el mundo es una mierda. Fue más la necesidad que tenía de expresarme a mi manera, que el efecto por haber tenido un problema de salud; eso solo fue el detonante.

Sí es verdad que tras el episodio llevaba una vida muy tranquila pero cuando me puse a trabajar; a repasar notas, bocetos, demos y alguna maqueta que tenía grabada no iba buscando algo acústico mas bien algo que me gustara, independientemente de la forma. Prácticamente empecé de cero menos una pequeña demo que tenía grabada con acústica desde hacía un tiempo y al tocarla con el piano se convirtió en «Estos años», que es la canción menos acústica del disco. 

 Quizás a los oyentes nos haga falta esa calma que pide usted para escuchar su debut, esa calma para disfrutar de las canciones. ¿Tenía claro que debía ser un disco breve?

 Antes no paraba. Ahora he descubierto que es necesario y estimulante parar, respirar, meditar, y no pensar en nada. A veces nos creemos que nuestro mundo no gira si nos paramos. Todo va a tanta velocidad que casi no nos da tiempo a disfrutar de momentos tranquilos por ejemplo escuchando un disco.

Este disco necesita esa atención. Esta claro que no es un disco festivo, para saltar, pero si contiene reflexiones, imágenes y paisajes sobre la vida en estos tiempos que vivimos con un tono más reposado. Y si, quería que fuera un disco que no pasara de 40 minutos, como los álbumes de finales de los 60 y principio de los 70.

Elena Setién: Lujos terrenales

Intérpretes: Sara Zozaya, Elena Setien con banda. Lugar: Sala Kutxa Kultur Kluba (Donostia). Dia: 19 de octubre: Asistencia: unas 150 personas.

Hay gente que es de otra pasta. Artistas que iluminan el término hasta que éste vuelve a recuperar el respeto perdido. Elena Setien es una de esas personas. Un ejemplo de retorno de talento: Tras varios años desarrollando su arte en el norte de Europa volvió a Donostia y aquí continúa su prodigioso crecimiento. Viaje que le ha llevado a fichar con Thrill Jockey, sello “indie” que bien podría encuadrarse en el Top 3 mundial del ramo.

Setien actuó el pasado viernes en la capital guipuzcoana. Y volvió a sacudirnos los templos. Así son los grandes creadores. Lejos de quedarse en las formas más aplaudidas, ellos y ellas continúan imaginando, creando, avanzando. Las nuevas composiciones (“We See You Shine”, “She Was So Fair”) son clásicos instantáneos en nuestras listas y todo indica que pronto lo serán en otras más internacionales.

El nuevo estilo de la donostiarra es menos etéreo, con el country como posible nueva etiqueta asimilada. En este brillante nuevo camino tienen gran relevancia Fernando “Lutxo” Neira (bajo) y Karlos Arancegui (batería), sus socios la pasada noche. Ellos le añaden una deliciosa tensión a los temas sin pasar nunca al primer plano ejecutante. Especialmente remarcable el trabajo del más vistoso, Arancegui, quien supo brillar en las suavidades y silencios.

Hubo momentos para vacilar con un sonido de teclado que le recordaba a Enya, jugar con “loops” y recordar a un aita “que no está pero está”. Gozamos con creaciones que unían el entierro de la sardina y la música de funeral de Nueva Orleans, acordándonos de Gainsbourg o Lee Hazlewood. Y disfrutamos con los nuevos envoltorios de las viejas golosinas (“Dreaming Of Earthly Things”)

Abrió la noche la joven Sara Zozaya, de la que destacaremos las vaporosas canciones cercanas a Mazzy Star que sonarán en su próximo disco, a estrenarse en unas semanas.

Willis Drummond: Huracán Drummond

Intérpretes: Joseba Irazoki, Willis Drummond. Lugar: Casa de Cultura de Intxaurrondo (Donostia). Día: 13 octubre. Asistencia: Lleno, unas 500 personas.

Vivimos en tiempos de alarmas y previsiones borrascosas, algunas de las cuales desgraciadamente tienen razón de ser. Cuando no es una ola de calor infernal es una tormenta catastrófica o una nevada sin igual. “Desde que hay registros” ya es casi una coletilla que suena día sí día también en nuestras charlas.

El sábado por la noche se anunciaba una de estas chaparradas (sonoras) en Donostia con motivo del concierto de Willis Drummond. Una banda que aprovechaba esta muesca guipuzcoana para, como se hacía en los años 90, grabar un disco en directo.

El ahora trío de Iparralde quiso invitar a la fiesta a Joseba Irazoki, encargado de hacer las labores de teloneo de tan magna cita. Y, como no podía ser otra forma, su actuación fue alucinante, demencial y estratosférica. Siempre es una gozada ver al de Bera tocando la guitarra con otros grupos, a los que se adapta como un guante. Pero en solitario la cosa es aún mejor. No hay mayor gustazo que observarle aporreando el bombo, jugando con unos loops -a los que apenas atiendes- y guitarreando asilvestrado mientras aúlla como un lobo.

Y tras el rayo llegó el trueno. Tras pasarse toda la semana ensayando y probando cosas en la propia casa de cultura para que la noche fuera correctamente registrada y nada se saliera del tiesto, Willis Drummond comenzaron como los grandes, a telón bajado. Con una escenografía sencilla que buscaba centrar la atención en los amplificadores y sin más invitados que los instrumentos y sus ejecutantes, su primera media hora fue un vendaval en toda regla. Más allá de canciones conocidas y cabreos arpegiados deberemos destacar el sonido impoluto de la velada, a la manera de Wilco o Pearl Jam en sus estadios.

La maravillosa pegada del batería, la voz aguda y casi cortante del cantante, la grave animosidad del bajista… Todo se escuchaba “como si estuvieras poniendo el disco en casa”, decía un asistente a nuestra vera. Aún me pregunto si esa ecualización era buena o mala, si el fin justificaba los (elevados) medios (tonos) y que la voz quedara solo para fans irredentos que se supieran todas las letras. ¿Sonó así porque iban a grabar el disco o graban el disco ahora porque suenan así? Bueno, no se alarmen, son vericuetos de escribiente pensativo. La culpa fue nuestra por soñar con barro y pogos en todos los conciertos de rock cuando lo que se lleva es subir fotos a Instagram.

El set relajó su energía en la zona media, atemperando su potencia, para coger impulso y atacar sus canciones más conocidas en esa zona final que tuvo dos bises. “Joan ikustera” y el resto de pelotazos consiguieron animar la sección trasera de la sala, más tranquila en sus manifestaciones. Labor a la que ayudó la arenga desde el escenario. No todos los días podemos escuchar nuestro alarido de ánimo en un soporte discográfico. Ni disfrutar de manera tan aseada de los fieros sonidos de Willis Drummond.

Fino Oyonarte: Lujoso domingo

Interpretes: Fino Oyonarte (guitarra, voz), Ana Galletero (violín), Elsa Matéu (violonchelo). Lugar: Casa de Cultura Kulturate (Arrasate). Día: 16 septiembre. Asistencia: Unas cien personas.

El almeriense afincado en Madrid Fino Oyonarte cerraba ayer la décima edición del ciclo “Kulturate Akustikoa”. Una serie de conciertos “ligeros de electricidad” que buscaban acercar a Arrasate algunas de las más interesantes propuestas del momento.

En este año de redondo aniversario el escenario de Kulturate ha visto pasar, entre otros, a Olatz Salvador, Salto y Virginia Maestro (ganadora de OT 2008 a quien quizás conozcan mejor como Virginia Labuat, o simplemente Labuat). La última etapa de esta vuelta le correspondió a Fino Oyonarte, bajista de Los Enemigos, que acaba de publicar un fantástico trabajo titulado “Sueños y Tormentas”. Un debut folk, calmado y elegante, que el autor vino a presentar con la compañía de dos instrumentistas de cuerda. Un formato que se antojó perfecto para la belleza de sus composiciones.

Comenzaron puntuales los artistas en su cita del Alto Deba. “Por dónde empezar” fue el primer tema. Y eso nos preguntamos durante los sesenta minutos del concierto. Cuando uno se sentaba en las sillas dispuestas para este show guipuzcoano, y atendía al esplendor de las melodías y las letras, no sabía muy bien en qué punto comenzar a colocar las estrellitas del concierto. Porque las hubo, y muchas.

Sentado sobre una banqueta creativa cuyas patas bien podían ser The Beatles, Elliott Smith y Nick Drake, Fino Oyonarte defendió un disco lleno de emoción. Hay preciosidades que te atrapan a la primera escucha, caso de “Huellas en el tiempo” y “La deriva”. El resto de cortes sonaron estupendos con un violonchelo y un violín a su vera.

Hubo tiempo para los nuevos temas, los cuales sonaron más directos. Más rockeros, si se me permite. Del trío de novedades nos quedamos con “No mirar atrás”, belleza de aires británicos y con cierto toque blues. Recuperó el autor el “Satellite Of Love” de Lou Reed, y se despidió agradecido de la atención mostrada por los presentes. En los garitos de rock por los que se ha solido mover este autor no suele haber tanto silencio, y estas canciones lo piden para un mayor disfrute. Fue un lujo el sitio, la gente y la música. Ojalá más domingos así…

Jazzaldia 2018: mucho reggae, cero reggaeton

Los conciertos gratuitos del Jazzaldia se extienden por la zona centro de la ciudad. El DJ local Ibon Errazkin pinchó música selecta en el Náutico, mientras una fiesta jamaicana inundó Alderdi Eder

El centro de Donostia es una ciudad hecha para pasear. El Jazzaldia se sube a la ola caminante y en apenas diez minutos coloca hasta tres escenarios gratuitos en su zona más turística. Los jardines de Alderdi Eder, el Naútico y el Museo San Telmo son los espacios en los que el festival extiende su oferta.

La pinacoteca situada en la Parte Vieja es la reina de las mañanas con un programa doble al que le llueven las buenas críticas. Pero nosotros fuimos directos al turno de tarde. Así, deambulando entre “selfies” costeros, oteando a la chavalería saltar desde las escaleras del Náutico, llegamos a la zona portuaria denominada Nauticool. Un espacio en el que estos días DJ´s de todos los colores sonoros convierten el espacio en un atardecer casi ibicenco.

No se asusten si no conocen a los autores anunciados en estos carteles. Son gente especializada en sonidos tórridos, exquisitos y briosos. Tonos alejados de la radiofórmula o los karaokes televisivos. A veces escucharán música afroamericana, latinismos acelerados – sin llegar al reggaeton, como bien apuntó el director Miguel Martín- o contoneos brasileños.

La “gozadera” se amplificaba ayer con los cortes seleccionados por Ibon Errazkin. uno de los personajes más creativos, influyentes y respetados de la escena independiente popera. Tras un inicio con un volumen heredado del cierre de la noche anterior, la mayor adecuación del mismo al espacio y el ambiente permitió disfrutar de su siempre exquisita selección musical. Hubo dub y raggamuffin, que suena a magdalena cuqui pero es un tipo de reggae. También lanzó cosas disco dignas del Studio 54. Le habríamos pedido una lista de todo lo que estaba sonando, pero nos tememos que eso es como pedirle los trucos a un mago.

En 16 pasos contados llegamos al set de Alderdi Eder, frente al Ayuntamiento. Un sitio de postal. Los cientos de turistas que se sacan fotos en el paseo lo confirman. Un escenario con la bahía a la espalda, el carrusel a un lado y el antiguo Gran Casino al otro. Ni el coche de la marca que paga el montaje quiso perderse la cita.

La tarde de ayer estaba marcada a fuego en la agenda de muchos musiqueros. El mítico sello Trojan Records, casa de algunos de los más afamados autores de música jamaicana (Desmond Dekker, Toots & The Maytals, Jimmy Cliff), se montaba una francachela para celebrar sus 50 años de vida editorial. Al festejo en formato Sound System -un potente equipo de sonido, un pinchadiscos poniendo temas- se sumaron Dennis Alcapone y Dawn Penn.

No vimos a los nombrados. Normal, la fiesta duraba cuatro horas y las urgencias de este texto no nos permitieron disfrutarla en su totalidad. En nuestra parada el pincha, con un polo que recogía los colores de la bandera de Jamaica, lanzaba singles, remezclas de temas afamados (“Exodus”, de Bob Marley y sus Wailers) y hacía las delicias del numeroso público presente.

Publicado en El Diario Vasco

Jazzaldia 2018: dobles pases explosivos

La banda Endangered Blood despuntó entre la calidad del resto de los conciertos de las terrazas del Kursaal.

Nuestro Jazzaldia tiene muchas cosas buenas. Como enumerarlas todas iba a ocupar buena parte de este texto, hoy nos centraremos en una de las mejores: los pases dobles de algunas bandas. Lejos de los usos y costumbres de otros macrofestivales, estos días hay formaciones que actúan en dos días distintos. Y quienes tienen la agenda apretada una tarde siempre pueden intentarlo a la siguiente.

Hicimos uso de esta oportunidad ayer mismo, y nos acercamos al segundo bolo de Endangered Blood. Un cuarteto cuyos miembros se han bregado con autores como Mike Patton, Uri Caine y John Zorn. Una banda que se formó con la intención de dar un concierto para pagar las facturas médicas del colega Andrew D’Angelo – así se las gastan en EEUU- y que llegaba a Guipuzcoa en plena forma.

Tras un inicio suave, con piezas que se podían acercar a la salsa o lo arabesco, la lista de canciones fue ganando quilates. Fue un set lleno de músculo, agitado y hasta revuelto, derrapante, explosivo. Atractivo y sinuoso. El momento exigía atención, pero si se la dabas el aluvión de ideas te atrapaba. Decir que el Escenario Coca Cola se les quedó pequeño es demasiado mundano. Era el mundo el que parecía encogerse ante sus composiciones. Chapeau, “bloodiers”

En el Escenario Frigo el público también disfrutó con la propuesta. Ayer la cosa iba de baterías. La experimentada banda de Iparralde llamada Double Drums Quartet contaba con dos pegadores, padre e hija, en su formación. Unos y otros se lanzaron a los estándares con finura, poniendo siempre el foco en la novedad sin que ésta se comiera al resto. Los timbales fueron los protagonistas, jugando mucho y bien a la hora de dialogar entre ellos y cambiarle el aire a las diferentes partes de un mismo tema.

El certamen siempre ha dedicado buena parte de su programación sin cargo a las bandas del norte de los Pirineos. Ahí estaba para demostrarlo ayer el saxofonista francés Éric Séva, quien llegaba a la ciudad con su quinteto. Venía con la etiqueta de amante del blues, y hubo momentos para ello con la inclusión de un cantante que, es sano admitirlo, tuvo días mejores a nivel vocal. La banda escoró la música del sur de Estados Unidos hacia conceptos más jazzeros, en una zona cuyo suelo mullido atrajo a las familias con niños pequeños. Ellos, los nenes, fueron los que más bailaron con los sonidos del grupo.

Publicado en El Diario Vasco

Jazzaldia 2018: arranca la parranda playera

La fiesta inaugural de las terrazas del Kursaal volvió a ofrecer un sabroso picoteo melódico a cielo abierto

En Pamplona tienen el chupinazo. Nuestra Semana Grande se honra de tener un cañonazo. Y el Jazzaldia, para seguir con los “-azos” festivos, inicia sus celebraciones musicales con un pelotazo sonoro de entrada gratuíta en el que abunda la pluralidad creativa. Ellos lo llaman de manera oficial “Jazz Band Ball”, se celebra en la trasera del Kursaal y empieza a media tarde. Pero la gente de la calle lo conoce como el comienzo de las “senas de pikoteou” sonoro, que diría el quesero francés de aquel anuncio televisivo ambientado en París.

El festival también se asienta en los terrados, como el holgazán francés ese de las cenas. Pero tenemos otra clase, otro “savoir-faire”. En el Jazzaldia todo lo que se ofrece es fresco, hecho al momento, recién salido del horno, tocado e improvisado, jazzero y salsero en todas sus acepciones. Ahí estaba Rubén Blades como estrella del día inaugural para demostrar la amplitud de esa etiqueta. Y nada de echarse pintxos al plato y contar los palillos, “mon Dieu”. Aquí paseamos de garito en garito, del Escenario Frigo al Heineken pasando por el Verde o el Coca Cola, parando un rato si la ocasión lo merece.

Un tinglado que gusta

Así obraba el hernaniarra Pedro Gómez cuando le dimos el alto frente al concierto de Bruce Barth y sus colegas. “Acabamos de llegar de la playa y nos vamos a perder un poco por esta zona. Me encanta el tinglado que montan aquí. Tengo muchas ganas de ver a Rubén Blades, pero a ver si estos me dejan, que se hace un poco tarde para ellos”. Sus “estos/ellos” respondían al nombre de Ibai y Marta, niños que no tenían pinta de parar ni para tomar impulso.

Miedo me dio preguntar a estos infantes su opinión sobre el show del Bruce Barth Trio, quienes presentaban en el espacio Frigo su revisión de las composiciones del grupo psicodélico norteamericano The Grateful Dead. El concierto arrancó de forma estupenda, pero verles aún enfrascados en la etapa ”cantajuegos” nos frenó en la acometida.

Movimos el micro hasta la posición de Ana Epelde, una donostiarra rodeada de amigos y amigas a la que casi molestamos con nuestro saludo inicial, atenta como estaba a lo que sucedía sobre el tablado. “Conocía algunas canciones de los californianos. Pero este trío las hace irreconocibles. ¡Me está encantando!”. Lo dijo con tanto énfasis que deberíamos haber puesto la oración en mayúsculas.

Su ímpetu se contagió al resto de asistentes, que llenaron las sillas desde el primer minuto y gozaron de las composiciones del trío. Temas plagados de solos que aplaudieron a rabiar. Melodías de gran elegancia que conformaron lo que probablemente fue el momento más exquisito de esta primera tanda. El jefe de la banda, el señor Barth, salió con una camisa que ni Chicote en sus pesadillas cocineras. Fue lo de menos, porque la velada discurrió tersa y elegante. Suave como la noche que comenzaba a caer.

Energías juveniles

En la Terraza Heineken asistimos el despliegue del tremebundo Tom Ibarra mientras la zona iba aumentando el número de visitantes. El joven guitarrista francés (¡18 años!) actuaba en formato quinteto, con una formación en la que abundaba la muchachada. Lejos de pillarse el foco principal en solitario, el de Bergerac dejó mucho espacio a sus compañeros, quedando el saxofonista como teórico director de escena. Unos y otros discurrieron por pasajes tendentes a la balada en los que no faltaron los brincos funk. Una energía esperada y deseada, demonios, que son zagales antes que virtuosos.

En Donostia el compositor Ibarra le echó “piparras” a sus rasgados, dejando ojipláticos a los allá presentes con sus acordes imposibles. Un trabajo que destacó por su elegancia y finura más que por la rapidez en los pulsos. Seguro que el festival ya le ha echado el ojo a Jazzindia, proyecto paralelo en el que Tom fusiona el jazz y la música clásica indostánica.

Por último, pero no menos importante, atendimos al Espacio Coca Cola, “txoko” escorado y con arbolillos situado en el propio paseo de la playa. Los conocidos miembros del combo Trizak (el saxosofonista Julen Izarra, Jon Piris al contrabajo y Hasier Oleaga a la batería) desplegaban sus pasos jazzeros con dulzura y cierta ternura nocturna, muy acorde con las nubes que comenzaban a poblar la zona. La brisa que llegaba del mar se mezclaba con las frases de la gente. En el aire flotaban las palabras “Blades” y “GoGo Penguin” como los nombres más relevantes de un turno nocturno que escapaba a nuestros escritos.