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Charles McPherson: El jazz de los grandes momentos

El Teatro Victoria Eugenia de la capital guipuzcoana se llenó hasta el anfiteatro y más allá para disfrutar del concierto del saxofonista Charles McPherson y su cuarteto. Cita especial en el programa de actividades que el director del Jazzaldia, Miguel Martín, quiso destacar con una presentación antes del inicio del evento. En ella nos ubicó a McPherson en el entorno de Charles Mingus, músico con el que este creador de ochenta años compartió escenario durante más de dos lustros.

Martín habló de los paralelismos entre el saxo alto y la voz cantada para finalizar la exposición con la entrega de una placa al protagonista de la noche como distinción a su larga trayectoria. El norteamericano agradeció el detalle, afirmando que era un gran orgullo recibir el galardón para cerrar su intervención con un aplaudido “los fans del jazz son las mejores personas del mundo”.

La música comenzó con el “What Is This Thing Called Love” de Cole Porter, pieza en la que todos comenzaron bailando sus pulsaciones al tintineo de los platos de la batería para luego ir enmarañando sus notas dejando que el saxo alto brillara muy alto. La banda, lejos del supuesto papel gregario, sonó en este arranque como si los tres primeros del Tour de Francia se jugaran la victoria final en Paris al sprint. Por una llanta, una “blanca”, ganó el pianista esta carrera no competitiva.

La interpretación libertina del “Nature boy” popularizado por Nat King Cole y su curiosa historia hollywodiense, tuvo una soberbia entrada a bloque, con un Mark Hodgson (contrabajista) atento al detalle y un aire de nocturnidad muy bien recibido. En “Spring Is Here” McPherson quiso dejar que sus socios destacaran en otra lujosa carrera por los acordes en la que el batería Stephen Keogh supo guiar al resto por el buen camino.

El emocionalmente complicado ”A Tear And A Smile” emergió romántico y lleno de esperanza en el piano y los soplidos hasta la preciosa caída final. “Jumping Jacks” puso el foco en un vals casi saltarín y la balada posterior tuvo otro elegante momento a las teclas negras y blancas pulsadas por Bruce Barth. Los últimos pasajes fueron magníficos, con los intérpretes paseando por el jazz con gran compenetración y unas melodías que nos hicieron mover los pies sentados en los asientos. El cuarteto, agradecido por la acogida, salió a interpretar un bis y recibir los aplausos de una audiencia que gozó de la velada.

Publicado enCríticas de conciertos

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