Saltar al contenido

Jazzaldia 2016: Chaparrón de melodías

Nos pillaba el sábado con el chubasquero en el capazo. Fue imposible no coger un paraguas, un impermeable o una bolsa de la compra por si la lluvia nos visitaba con intensidad, como sucedió durante toda la mañana.

Con las bajas borrascas aún azuzando al personal iniciamos el paseo sabatino en la zona del Náutico, en el llamado Nauticool, donde los DJs animan el lugar con sus selecciones musicales. En nuestra visita el jefe se llamaba Mr. Patxi “Crazy Legs”, uno de los mayores responsables de que en nuestra Donostia haya calado – hasta los verbos nos brotan lluviosos hoy- la cultura del swing, un estilo de jazz que se originó en Estados Unidos hacia finales de 1920. Casi un siglo después estas tonadas se siguen bailando por sus acólitos, como bien vimos en este txoko. Ayer se contoneaban unas veinte parejas, con otras tantas personas sacando fotos del momento en la abarrotada terraza con vistas al mar. Una gozada para quienes nos movemos como robots estropeados.

Paseamos por el Boulevard, un recorrido que ni con el cielo cubierto pierde su capacidad de atracción para los visitantes. Buena prueba de ello es la concurrida oficina de turismo. Y las tiendas que vendían resguardos frente a los chaparrones. ¿Sabían que existen unas fundas impermeables llamadas “Festival Feet” que se emplean para ir siempre con los pies secos?

Llegamos a la zona playera, en la que vimos un ejemplo del método empleado por el Jazzaldia para calcular el número de asistentes. Un gran marco-portería rectangular, colocado en las dos entradas a estas terrazas, afina la pericia de los encargados de contabilizar los espectadores.

Una energía casi invisible nos dirigió hacia el show de Grupo Fantasma. Un fantástico conjunto de músicos latinos afincados en Austin (Texas), en la que destacaba una percusión mandona, reinante, ejecutada por hasta tres músicos a la vez. Y unos sopladores que dotaban de vida al conjunto. Su mezcla de sones latinos y fronterizos gustó a la creciente asistencia. Los “Fantasmas” repiten cita hoy, esta vez en el importante Escenario Principal de la playa. Un buen momento para volver a practicar aquellos bailes latinos que aprendíeron ustedes allá por los años 90.

Interesante a rabiar la propuesta de Igelaren Banda. No solo por sus integrantes, claro, aunque también dan lustre: Bixente Martinez estuvo en Oskorri, Amaiur Karajabile se foguea con Benito Lertxundi. Y la tercera pata, el baterista Oleaga, poca presentación necesita en este certamen. Juntos se apoyan en nuestra música tradicional para idear versiones instrumentales con ricos añadidos. Porque para eso están las tradiciones. Para moldearlas, voltearlas, reconstruirlas y darles otra vida. La receta funciona. El de estas “ranas” un buen modelo en eso de las renovaciones sonoras locales.

En el Espacio Coca Cola actuaba Half Quartet Plus Two, cuarteto con influencias de hard bop, cool y free juntado en Musikene. La atípica formación, con dos saxofones altos, bajo eléctrico y batería, confería al grupo un sonido moderno y poco usual. La pareja de compañeros repetidos se compenetró de maravilla, a veces en duelos, otras como complemento perfecto. El homenaje a Ornette Coleman fue un buen ejemplo de estos acoplamientos.

Mención especial merece los incansables Sky Beats, quienes se desfogaron en la carpita FNAC tras superar unos pequeños problemas técnicos que retrasaron su inicio. Son unos “trotamúsicos” que tocan a las mil maravillas y cantan aún mejor, como parece confirmar su presencia oficial y oficiosa en la programación del Jazzaldia de los últimos cinco años. Esta vez, como no podía ser de otra forma, volvieron a encantar a los presentes con su pop de amplio espectro.

El escenario principal se abría anoche con la actuación de Rural Zombies, uno de los grupos vascos con mayor proyección. Ya empiezan a asomar el hocico por macroeventos pop de este tipo, caso del BBK Live o el Sonorama, con esa fórmula que exportamos de maravilla: hedonismo juvenil , vitalidad y ganas de marcha. Donostia no fue una excepción, y desde el primer acorde se pudo ver lo acorde de su contratación.

Las urgencias laborales nos impidieron ver a Nick Waterhouse, otro rostro pálido con cara de estudiante de los años 50 que cae hipnotizado por la música de raíz negra. Soul vivaracho y rhythm & blues cimbreante, cercano a Eli “Paperboy” Reed o ese Charles Bradley programado para esta noche en idéntico emplazamiento. Una fórmula que se antojaba perfecta como cierre de un día de muchos y buenos conciertos.

Publicado enReportajes

Sé el primero en comentar

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *