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Rafael Berrio, Clem Snide: Borrachos distinguidos

Dicen que el primer paso para ser un buen artista, ya sea músico o ceramista, es poder disfrutar con lo que hacen tus compañeros. Demuestra sana envidia y humildad, y suele empujar a crear de manera más instintiva y libre. Si esa teoría es cierta (sapos más grandes hemos tragado), del concierto del pasado viernes en Intxaurrondo deberían salir al menos un par de singles bien bonitos. Porque Rafael Berrio y Clem Snide ofrecieron, como parte de esa gira conjunta que están llevando a cabo, dos grandes conciertos.

El donostiarra jugaba en casa. Guitarra eléctrica de quemado sonido en ristre, Berrio sacó su lado más despreocupado y canalla. Pocas veces le hemos visto tan suelto y a la vez tan propio. Si sus letras no jugaran a ser losas de mármol sobre nuestras almas, casi les diría que fue hasta divertido. Con ese aire Gainsbourg al que solo le faltaba el prohibido Gitanes en la mano, provocando y declamando, jugando con las intensidades dentro de las canciones.

Fue solo media hora, relajada por el teórico rol de teloneo, que arrancó con un “Simulacro” que retorcería el espíritu del oyente hasta interpretado por una jauría de niños tocando el txistu. Le siguieron dos temas pretéritos, “Mis amigos” (y esa letra que canta “borrachos distinguidos…”) y “Oh, verdad desnuda” para llegar a la genial oda al vino titulada “Saturno” y, tras varios pasajes y un intento tan fallido como guionizado, acabar con “La alegría de vivir”.

Y para alegrías, las que demostró Eef Barzelay, el alma mater de Clem Snide. Parecía llegar de un curso amateur de catadores de vino. Ya saben, uno de esos en los que el profesor te dice que escupas y fruto de la inexperiencia acabas medio piripi. Claro que cuando tienes esa voz todo irá sobre ruedas siempre. ¿Quién dijo que el autor estaba acatarrado? No puede ser cierto, envidiosos.

Con una formación navarro-norteamericana completada con dos grandes músicos, Ben Martin a la batería y Edu Martínez a los teclados, el zurdo Barzelay brilló sobremanera cuando de sus cuerdas vocales y de nailon salieron temas folk. Imposible no quedarse embelesado escuchándole ejecutar esos medios tiempos preciosos y bien entonados.

Pero la noche no se cerró en cuestiones estilísticas. Porque hasta la versión de la Velvet Underground, grupo venerado en su furgoneta de viaje según hemos podido leer en las redes sociales, hubo tiempo para tonos más sabrosos y vivarachos, con la diversión como bandera y sin olvidar nunca el aire pop. Una noche lírica y anglófila, solitaria y saltarina, íntimista y jovial, en la que destacaron los tonos elegantes de dos grandes creadores.

Publicado enCríticas de conciertos

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