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Txuma Murugarren: El elegante actor secundario

Nadie podrá negar que Txuma Murugarren es un buen narrador. Gusta el autor vasco nacido en Errenteria pero criado en el Gran Bilbao de charlar entre temas con frases que en muchas ocasiones completan el significado de las canciones anunciadas y en otras no dejan de ser perdigonazos a la diana.

En su actuación donostiarra acertó, por ejemplo, a la hora de criticar que tengan que ser las Casas de Cultura quienes organicen los conciertos que nadie más monta o que sea realmente complicado humearse o refrescarse en dichos espacios.

Los afamados rockeros que pasaron por el Velódromo de Anoeta (Barricada y compañía) centraron la atención y los focos del viernes. Ellos fueron el centro del universo cultural, la reunión populosa visible desde esas carreteras y aviones de los que tanto habla Txuma en sus canciones. Pero hubo otros, pocos, que quisieron ver la belleza de lo secundario y sucumbieron al encanto del autor del que les hablamos.

Un creador tan distinguido como desconocido para el público menos musiquero, ese que sabe que ya son cinco los lanzamientos de este cantautor con compañía sobre el escenario (soberbio el batería Natxo Beltrán, como siempre). Quien sabe si extendiendo la acepción del título de su último CD Marjinalia, Murugarren acercó a Donostia unas melodías cuya rareza se asienta en la elegancia.

Qué triste que tengamos que ponernos así de tiesos cuando hablamos de unas canciones que se basan en la simplicidad de Bob Dylan, la dulzura de Tom Petty, la llaneza del folk USA o la potencia de Bruce Springsteen (no sólo porque se apoye en una guitarra Fender Telecaster, que también). Se nota la mano de Rafa Rueda a los mandos de esas últimas píldoras sonoras que si vinieran firmadas por Bright Eyes o Quique Gonzalez colocarían una buena ración de chiribitas en nuestros ojos.

Unas melodías que en sus últimos pasos también juegan a ser más carnavalescas y cabareteras, como un Tom Waits en el París de posguerra. Bajo la influencia de ese rock burlón y decadente, Txuma trabaja sus letras y las de sus poetas favoritos. Un giro especialmente remarcable en la agitanada versión del tema que Murugarren (y su eterna voz de toque ronco) grabó en el disco de homenaje a Lauaxeta.

¿Conseguirá el vasco abandonar ese papel de secundario para el gran público y protagonizar mayores hazañas populares? Hasta tener una respuesta a la pregunta, sigan acercándose a verle. Que no haya miles de watios no significa que no haya miles de emociones.

Publicado enCríticas de conciertos

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