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Sorkun & Vice Presidentes : Agua en el desierto

Al final todo acaba siendo cuestión de arena. ¿Que hay que levantar bloques de casa? Pues le echamos un poco de agua. ¿Toca decoración hogareña? Pintamos los granitos y llenamos una de esas botellas que para lo poco que gustan habitan muchos salones. ¿Lujos de aniversario? Compremos piedras preciosas de evolución rocosa para gargantillas y anulares. Por no hablar del castizo botijo y los sustratos del jardinero de Bricomanía.

En lo musical no crean que el tema cambia tanto. Si la música es bella se habla de finura, término heredado del matiz playero. Si la propuesta se pierde en vaguedades se suelen mencionar las travesías por arenas movedizas.

Y si la cosa se pone contundente y grave muchos utilizan el término de rock pedregoso. Los etiquetadores guiris lo denominaron Stoner rock, y pocas veces marca y concepto llevan tanta comunión y armonía.

Aunque eso de armonía podría ponerse con pinzas, entre corchetes y en aislamiento preventivo si nos toca hablar de Waxy, el primero de los grupos del jueves noche. Clásicos en su concepto, en formato trío y con amores hacia aquel rock (volvemos a lo mismo: roca, arena) de los años 70 que huía del rollo hippie a base de truenos guitarreros.

Los norteamericanos son tan clásicos que sólo podían ser del desierto de Mojave o aledaños. Si fueran europeos hablaríamos de fotocopia, pero la rotunda pureza y las afinaciones rudas desplegadas en Jareño por la banda foránea insuflaron mucha agresividad al ambiente. Una afirmación sin cargas peyorativas.

Lo malo es que el niño se comió al padre. Sorkun, que se fue con sus Vice Presidentes a grabar su último disco a casita del guitarrista de Waxy, les comió la tostada, la barra y media panadería. La dama de Orereta cruzó el charco en busca de mayor firmeza sonora. Contundencia que en disco recarga las pilas del más anémico y en concierto, gracias a un elegante trabajo tras los botones, consigue transmitir sin abrumar, que sería lo más sencillo. Las canciones de su último CD se moderan sobre las tablas sin perder ni un pelo de potencia. Y eso, amigos, es arte. Potente o suave, dulce o rabioso. Pero arte al fin y al cabo.

Porque donde en Waxy todo son embarullados golpes de macarra de extrarradio, en el caso de la guipuzcoana son paseos de piernas por el ring, una combinación de golpes que sabe apoyarse en una voz colosal a la que, por ponernos criticones, puede faltarle un poco de juego escénico. Si al impactante conjunto le añadimos la muy apropiada adaptación de viejos temas nos encontramos con una propuesta que este verano llenará plazas festivas con una calidad innegable.

Publicado enCríticas de conciertos

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