Parafraseando la novela más vendida de la historia, “Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado.” Esto es lo primero que dijo la yo-también-tengo-que-mirar-en-google-cómo-se-escribe-su-apellido Eleanor Friedberger cuando vino a predicar el evangelio al Dabadaba. Fue un capricho de la sala, y de los asistentes, ver a la señora desnuda (de compañía), con un teclado pelín alto y una guitarra que mataba fascistas, insustanciales y amantes de las modas.
Una epifanía cuqui
Ahora, en la calma del domingo, lejos de las urgencias, brota el concierto como una visión. Una epifanía suave y coqueta. Una inmersión en esas canciones-rio que perpetra de manera majestuosa, que sueñas con que no acaben nunca como deseas que ese verano refrescante, ya pasto de la nostalgia en este calentamiento global, lidere tu presente.
pop sin púas
Fue una zambullida perfecta, emocionante, viva en su calma, con una voz que le escupe a la languidez con narrativa y emotividad. La Dylan de Brooklyn, la Carly Simon del Hudson, la Kevin Morby del viaje con alforjas de exnovios y la fortaleza del amor propio poder. Y, quitando los arpegios, tocando solo hacia abajo y sin púas. Como lo hacen las buenas canciones que te llegan hasta dentro, sean de la maqueta o el último disco de una larga carrera
Vuelve, a casa vuelve
No hay como volver a casa con ganas de coger la guitarra tras un concierto. No hay como sentir de nuevo la fuerza de comunicar. No hay como saber que no te vas a acercar a lo escuchado. No hay como sentir que la música se contagia. Y no hay como saber/sentir que esa sensación no tiene cura – ni monja-.
PD: la otra mitad del concierto Eleanor le pegó al teclado sinte bajonero de martes post farra. Pero aun siendo chulo no me pareció tan especial.
PD2: En noviembre Friedberger vuelve a Donostia con Destroyer. No se la pierdan, que es un cartel doble que ni el pintxopote de Arzak