Carnaza a la anorexia

Todd Haynes fue un visionario cuando en 1987 realizó “Superstar: The Karen Carpenter Story”. Un biopic tan casero como extraterrestre en el que las y los protagonistas del repaso vital de la cantante norteamericana eran Barbies y Kens.

El bueno de Todd ya nos dijo que unos años más tarde, en el “Karen Carpenter: Starving for perfection” que se pasó en el festival Dock Of The Bay, íbamos a ver un montón de caras de cera estiradas hablando sobre la malograda cantante (vaya documentales musicales sobre los 60 y 70 que nos esperan, llenos de gente que vivió aquellos años y ahora son reborns faciales).

Una selección de personas que tiende al batiburrillo y que presenta a varios biógrafos oficiales, amigas como Olivia Newton John, músicos de la banda Carpenter, un periodísta de Rolling Stone que estuvo de gira con ellos unos días, una novia del chico del dueto, la hija de Brian Wilson – que si no llega a ser productora ejecutiva para rato se veía en este metraje-, el guionista de un telefilme sobre la vida de la familia en los 80, una chica que compartió un capítulo de un programa con Karen, la aún bella Cynthia Gibb y un satélite (al menos en Europa) como Kristin Chenoweth, que deja frases para la posteridad como “es como que te hagan elegir entre tus centros comerciales favoritos» a la hora de opinar sobre las canciones de la finada.

Juntos miraron para otro lado en su día – o no consiguieron saltar la frontera de la fortaleza familiar- y ahora repasan la vida de esta voz fabulosa, esta baterista alucinante y esta familia que perseguía el sueño americano en su versión de “vamos a quemar la fórmula hasta que alguien explote” vestidos siempre de domingo y sin querer salir de Pleasantville.

Una imagen pulcra, divina y pura que choca con el gusto de Michael por los Quaaludes y el de Karen por el menú de Elvis Presley, con más de 60 pastillas diarias de anfetaminas, diuréticos y laxantes. Todo sazonado con ese jarabe de ipecacuana que le provocaba el vómito. Un sirope que le provocó la muerte, como atestigua la autopsia.

Esa anorexia que le persiguió durante toda su vida es la protagonista secundaria del documental. Una obra que se convierte en una defensa del «quiérete como eres» expresado por gente que tiende a la dismorfofobia.

Una enfermedad mental fruto de la presión, unas giras extenuantes, una ausencia de amor fraternal y pasional y una limitación creativa hasta el punto de evitar que saques un disco en solitario porque le viene mal al hermanito mayor, por aquel entonces desintoxicándose. Lo raro es que Karen no se pegara un tiro antes, aunque fijo que su madre le daba la bayeta para limpiar la sangre antes de irse al otro barrio.

Las canciones que suenan quedan fuera de todo análisis. Un fabuloso pastiche blanco de soft-rock con una voz irrepetible, grave entre las alegres y feliz entre las de ultratumba que soportará el paso del tiempo, las modas y biopics níveos que no agitan el funcionamiento de la maquinaria industrial cultural – la culpa es de la niña que no comía- ni despertarán a los abogados de la familia.