Ese impulso. El que te hace abandonar la fiesta mayor de tu pueblo con ínfulas de ciudad para hacerte 550 kilómetros. Y parar en un coqueto garito, precioso, y ver uno de los pases que un conciudadano tuyo va a dar. Y engañarte pensando que es conciudadano tuyo. Sabiendo que es un hombre de mundo, el hombre que levita y hace levitar. Con ese mundo interno, torturado, canalla, socarrón. Y so cabrón. De líricas inabordables por el resto, pero gozosas para cualquiera.
El Rincón del Arte Nuevo de Madrid acogió la noche del 19 de enero los dos pases toreros que Rafael Berrio ofreció en la capital española. No pudimos llegar al primero, y los conocidos que lo vieron afirmaron que fue excelente. Pero no les crean. Algunos de ellos se quedaron al segundo, y dijeron lo mismo.
Ese es Berrio. El autor que te hace asistir a un momento único, para luego deshacer esa idea en favor de otro momento único. Lo decía Jesus Miguel Marcos, jefe de sección cultural del diario Público, en su twitter, “Eramos 30 y todos pensábamos que tendríamos que ser 3.000“.
