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Juan Luis Etxeberria Entradas

Nunca podremos vivir la música como si no nos dedicáramos a ella

Repasando suplementos, me encuentro con esta entrevista de Mariss Jansons para El País. Recorto un extracto que trata sobre una idea que siempre me ha perseguido y que remarco en negritas cursivas.

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¿Es usted un director más intelectual que emocional?

Ambas cosas. Trato de abarcar todo lo que va del lenguaje del cuerpo a la visión interna de la música. A los maestros los analizas minuciosamente, pero algo que yo hablo con muchos compañeros –a ver si les preocupa a ellos también– es saber si lo que escuchas lo haces viciado y contaminado como un músico profesional o como un aficionado común.

Me resulta una experiencia que nunca lograremos diferenciar. No es posible, aunque nos empeñemos en acudir a las salas de concierto de la manera más abierta e inocente. Nunca podremos vivir la música como si no nos dedicáramos a ella. Incluso hasta cuando logramos evadirnos en un concierto.

¿Le gustaría probar?

Me produce una gran curiosidad. Controlarme, saber cómo podría entrar en la música de otra manera.

¿Cree que disfrutaría más?

No lo sé, no sé. Y nunca lo sabré.

The Depreciation Guild: «Spirit Youth»

Dos de los “The Pains Of Being Pure At Heart” que visitarán el próximo Jazzaldia donostiarra montaron allá por 2005 esta banda de dream pop que ahora edita su segundo álbum.

Un trabajo adictivo y delicioso con toques electrónicos, preciosas melodías y mucho vapor sonoro, absolutamente imprescindible para los seguidores del shoegazing norteamericano de los 90 y resto de locos poperos.

El Hijo: «Madrileña»

Sigue tan denso y poético como siempre. Queriendo realizar haikus en cada línea, metiendo la Biblia en un grano de arroz.

Pero musicalmente todo suena más alegre y optimista que antaño. El antiguo cantante de Migala pasea su pop-folk por el lado más soleado de la vida – sin pasarse, claro- en esta preciosa colección de canciones.

Nacho Vegas, Rafael Berrio: Grandes historiadores

En la inédita ‘Cosas que no hay que contar’, el asturiano Nacho Vegas suelta, en una de sus retahílas de frases, la siguiente afirmación: «Hay mil maneras de contar la misma historia». Y esa idea barruntábamos mientras asistíamos a los conciertos del viernes en el Leidor tolosarra. Porque Rafael Berrio y Vegas son gentes hechas de la misma pasta

Arrancó Berrio desgranando sus batallas urbanas en compañía del baterista Iñaki de Lucas, quien le puso un lazo mínimo a la sucesión de canciones del underground donostiarra. Y eso que sus historias duelen, sufren, sangran e incomodan. Recuperando temas de Deriva, o presentando las tonadas que realizó para la exposición colectiva Lieder (‘En tu nombre’ y ‘Absolución’), su actuación nos afiló los colmillos ante ese disco nuevo que saldrá a principios de otoño.

Nacho Vegas comenzó con otra inédita, ‘La gran broma final’. Lejos de polémicas, su arte a la hora de contar vidas propias o ajenas sigue mostrándose muy atinado. Con banda completa, el chico atormentado del pop indie actual español demostró que las acciones de sus canciones se defienden en cualquier mercado bursátil. Unas creaciones terriblemente atractivas que se mantuvieron en nuestro podio tras esta nueva cita guipuzcoana.

Con el único inconveniente externo de la voz – algo crujía en el camino entre su micrófono y el altavoz externo- y unos músicos bien contenidos en sus ejecuciones, enamoró a los asistentes hasta el punto de conseguir algo pocas veces visto por nuestras tierras. Con todas las luces encendidas, y tras 10 minutos en los que no se movió ni un pandero de su asiento, Vegas y los suyos tuvieron que salir de nuevo al escenario a tocar un tema. La hora larga de Nacho Vegas se había pasado volando. La mejor señal posible para cualquier evento. Eso, y la emoción que puede llegar a transmitir.

Dum Dum Girls: «I Will Be»

Las nuevas chicas de Brooklyn son guerreras como sus hermanos.

Estas DDG se cocinan crudas como The Vaselines (a quienes homenajean en el nombre del grupo), pizpiretas como Talulah Gosh y contagiosamente sucias como The Shop Assistants.

Unas voces femeninas que se abren paso entre los muros de sonido de reverberación y distorsión creados en la crudeza de una habitación ligeramente maquillada.

The Posies: Torbellino Católico

Empecemos quitando el susto a los lectores y la pistola a los siempre ingeniosos comentaristas de la versión web de este artículo: La religión a la que hacemos referencia no es la que tiene al Padre Jony como número 1 de ventas, sino ‘A Catholic Education’, el disco con el que la banda escocesa Teenage Fanclub debutó.

Un álbum que la noche del pasado domingo sonó como un torbellino en el Guardetxea donostiarra por obra y gracia de otra formación musical, The Posies. Una idea cuando menos extraña -tocar un disco entero de otra banda-, pero que resultó todo un acierto.

Los norteamericanos, comandados por los espectaculares Jon Auer y Ken Stringfellow a la guitarra y voz, insuflaron vida a un trabajo que el paso de los años no ha sentado del todo bien. Es el de Teenage Fanclub eso que se conoce como ‘un vinilo inicial’: Temas geniales se acompañaban de cierta aureola grunge solo apta para seguidores irredentos.

Era aquella educación católica una piedra inaugural de una carrera que tendría peldaños posteriores mucho más gozosos como ‘Bandwagonesque’ o ‘Grand Prix’. Once canciones que, ahora revisitadas por la banda de Seattle, sonaron plenas de energía, concreción y potencia en un recinto que se adaptó como un guante, otorgando una segunda juventud al ya veinteañero disco.

Claro que hay que tener el nivel estratosférico de The Posies para resucitar cualquier quincalla sonora. En sus manos, hasta un disco de Mari Trini puede ser considerado piedra filosofal del power pop. Así, elevaron temas ya de por sí gloriosos (‘Everything flows’, ‘Every picture I paint’, ‘Everything´s fool’, ‘Too involved’) y abrillantaron otras piedras hasta hacernos creer que eran diamantes (‘Heavy Metal’, ‘Dont need a drum’). Los Posies tuvieron tiempo para recuperar trallazos melódicos propios (‘Solar Sister’) y presentar temas nuevos que ahora mismo están grabando en el sur de España.

La velada comenzó con el pop cafetero (regaló magdalenas y cafés, además de cartones para puntuar sus temas) del donostiarra Giorgio Bassmatti. Un concierto que se celebró en el exterior hasta que apareció la lluvia. Los navarros Muy Fellini sonaron mil veces mejor que en disco. Y los franceses Cheap Star presentaron la inspiración afrancesada de unas canciones que colgaban de árboles maestros como Big Star, The Byrds o los propios Posies.

Publicado en El Diario Vasco

Festival Olearso: El ritmo de la playa

foto: Aitor Higuera (flickr)Tras un coqueto pero exitoso debut en el año 2008, el festival Olearso -según sus organizadores, la denominación original de la bahía bidasotarra- volvía a celebrarse en la costera villa de Hondarribia. Y retornaba con una programación eminentemente rockera, buen espejo de lo que siempre ha gustado a los musiqueros jóvenes de aquella zona.

Ya desde su arranque, bandas realmente impactantes como Estricalla (la formación hardcore de Fernando Sapo, el conocido cantante de Kuraia), los donostiarras Surfin Kaos y su rock and roll añejo o los enérgicos beratarras Sexty Sexers demostraron la buena cantera de nuestra región.

Pero la carpa y sus asistentes contaban los minutos para ver al gigantón de Badalona. Loquillo era el plato fuerte de la noche, si nos atenemos al nombre y al número de espectadores presentes. De un negro riguroso que en el bis se convirtió en lentejuelas, la noche arrancó con los temas trogloditas ‘Rock and roll actitud’ y ‘El Hijo de nadie’. Toda una declaración de intenciones que se extendería a lo largo de los 90 minutos de actuación.

Aunque le guste mezclar la electrónica en temas que beben directamente del ‘Héroes’ de David Bowie (‘Arte y ensayo’), su propuesta suele tender a la declamación guitarrera, a los largos mensajes de rebeldía y personalidad que a veces buscan ser coreables (‘Memoria de jóvenes airados’) y otras directamente hard-rockeros (‘Rock Suave’) o de herencia Who (‘Carne para Linda’).

El casi donostiarra (vive buena parte del año en la capital guipuzcoana) tuvo el detalle de dedicar su famoso ‘Voy de negro’ al bar Mendi Café Rock de Lasarte, en cuyo letrero externo reza la leyenda ‘Sede Oficial de Loquillo y los Trogloditas’. Y hubo ración justa y comedida de clásicos. Salvo la flojilla ‘El Rompeolas’, todos fueron tan precisos como coreados: ‘El Cadillac’ que cerró la actuación, ‘El Ritmo del garaje’…

Las cuerdas eléctricas y vocales le ganan la partida al resto de instrumentistas, tanto en fondo como en forma. Al teclista se le notó más en la pantalla adyacente al escenario que por los altavoces. Algo normal si a tu lado tienes a dos rasgadores tremebundos como el donostiarra Jaime Stinus y su socio Igor Pascual. Y un faro oscuro y elevado en la mitad de todos ellos.

El estiloso y clásico rock nacional dejó paso al totem actual de la música vasca, los navarros Berri Txarrak, quienes rejuvenecieron la media de edad de los oyentes y demostraron por qué son, sin lugar a dudas, la banda contundente con más proyección fuera de nuestro territorio.

No hay estilo o subapartado colérico y acelerado que no se pueda emplear para definirles. Pero, a diferencia del resto de formaciones de piñón fijo, que no sueltan la etiqueta ni tras el centrifugado, el trío llena el escenario demostrando una amplitud de miras y un gusto musical absolutamente alucinante, construyendo estructuras tan libertinas como atractivas. Todo ello acompañado de una gran voz, la de Gorka Urbizu, que consigue alzarse siempre sobre las tormentas sonoras.

Munlet, Olimpic, Mendetz: Los 80

Si el pasado viernes alguien llega a despertar de un coma en la sala Gazteszena después de haberse pasado 20 años postrado en el limbo, hubiera ido a la barra a pedir con total naturalidad un Tab. A su lado vería chicas con minifaldas de cuero, como Ana Obregón en una peli de Fernando Colomo. Las músicas de fondo no le devolverían a la realidad, porque en la velada asistimos – especialmente en el caso de Mendetz- a una revisita de los primeros 80.

Los vascos Munlet son los únicos que se salvaron de la quema. Punks de vieja escuela, rockeros de esencia impactante. Que se apoyen (cada vez menos) en las máquinas o lo hagan sobre cañas de bambú es secundario. Lo suyo es tan brillante que solo nos queda apoyarnos en la barra y ver como va subiendo la espuma.

Olimpic llegaban con la etiqueta del Getxo Sound. Un término que en su caso les emparenta con el grupo We Are Stardard. Claro que tener el espejo tan cerca en el tiempo invita a fijarse en los granos: A ratos Delorean, a ratos The Cure, a ratos el post-punk británico y oscuro de hace décadas. Demasiados lapsos ya pateados para no jugar a las similitudes mientras los escuchas.

Mendetz llegaban con el halo de grupo rompepistas. Pero lo único que cayó al suelo hecho añicos fueron nuestras ilusiones. ¿Donde quedó aquella banda que hace dos años nos maravilló en idéntico escenario? Anteayer parecían – a los sonidos me refiero- Bananarama o Tears for Fears en su versión más sintética, la banda sonora de ‘Cazafantasmas’ o la sintonía de ‘McGyver’. Tras esa primera parte, la energía empezó a levantarse, pero la fiesta posterior del Festival de Cine y Derechos Humanos se les echó encima, teniendo que recortar su set y dejando en el tintero lo más impactante de su repertorio. Pues ya ves.