Potente entrada en el Kursaal donostiarra, apenas 400 tickets libre en taquilla, para ver el concierto de la artista andaluza Malú. Con una proporción de asistentes (80 mujeres por cada hombre presente) que para sí quisieran el Ministerio de Igualdad o la discoteca del pueblo. Parece calar fuerte entre el sector femenino la recia propuesta pop rockera de la sobrina de Paco de Lucía, que ha dejado los posibles dejes aflamencados para las entonaciones vocales.
Porque ahora le mola el heavy. Bueno, vale, el A.O.R. -Adult Oriented Rock-, estilo menos fiero y más radiable. Los trajes negros de todos los ejecutantes (ella llegó a usar hasta cuatro variables de un vestido similar) reafirman la idea de oscuridad y fuerza que rodean esas composiciones de amores y tristezas remontadas con orgullo.
Influenciada por el guitarrista principal, director artístico del espectáculo y al que solo le faltaba un acantilado para dar un sentido total a sus punteos, sus composiciones juegan a ser contundentes. ‘Vértigo’ dio el pistoletazo de salida a la noche. Desde el primer segundo la hermosa sureña demostró que tiene potencia como para charlar entre montes.
Y poco hubiera importado su posible afonía, dado que el público se convirtió en su mejor corista. En la afamada ‘Que nadie’, la emotiva ‘Aprendiz’ -solo a piano y voz- y ‘Devuélveme la vida’, el auditorio fue una sola voz. En ‘Blanco y negro’, por ejemplo, se encargaron de toda la primera parte de la canción.
Fue precisamente con pocos elementos, alejada de las decenas de tópicos y tics mostrados en Donostia, cuando más convenció Malú. El suave comienzo de ‘Ni un segundo’, la sencilla versión de ‘Y así lo haré’, la sentida ‘Me quedó grande tu amor’. Puro espejismo. Más pronto que tarde retornaban a los altavoces los parones, los guitarrazos, las invitaciones a aplaudir y mover los brazos.
Tras un par de bises y 120 minutos de actuación, la gente abandonó la sala feliz. Cumpliendo el deseo expresado por una emocionada y llorosa cantante: «Solo pido que salgáis de aquí con una sonrisa en la boca».
No nos hará más ricos (culturalmente), pero el debut de esta banda asentada en Madrid es bien chulo.
El certamen donostiarra va apagando las luces este fin de semana con algunos de sus actos más populosos, siendo la sala Gasteszena del barrio de Egia el centro de sus operaciones ociosas.
Mucha cosa buena en el nuevo y variado disco de estos londinenses. En lo más alto, su regusto por un power pop melódico de melodías intrincadas y cierta oscuridad, tan gloriosas como las que hacían los Posies en sus buenos tiempos.
Es una cita distinta. Recuperando la música en lugares cotidianos. Peleando para que las actuaciones sigan siendo algo especial. «Demostrando que existen muchos espacios perfectos para vivir conciertos especiales fuera de los emplazamientos habituales, sean públicos o privados. Homeless significa que no tenemos casa para desarrollar este Festival, sin frivolizar sobre la situación social que esa palabra traduce». Lo explica Sergio G. Cruzado, de la promotora Ginmusic y uno de los organizadores del certamen.