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Mes: octubre 2011

Boogie Van: Coleccionando guitarrazos

Empezaron en inglés y abrazaron después el castellano. De todo eso hay en este ‘Sin olvidar cosas pasadas’, el nuevo CD de Boogie Van. La formación de Orereta sigue defendiendo las virtudes del rock cañero, ahora menos stoner, ahora un poco más clásico y de tonos agudos.

Hablamos con ellos con motivo de la presentación acústica de hoy en la Fnac donostiarra. Alex Martín (guitarra y voz), Jorge García (bajo y coros) y Carlos Collado (batería) esperan que la oferta «tenga buena aceptación y nos permita tocar en mas sitios. Eso sí, como el eléctrico no hay nada».


-Y para eléctricos, vuestros resultados en los concursos: 4 victorias en los últimos tres años.

-Sí, eso sube siempre la moral. En algunos fueron premios en metálico y en otros ganamos horas de grabación en un estudio.
-Hablemos del certamen TAF, padre de este nuevo churumbel sonoro.
-Consistía en varias eliminatorias en la sala Joaquín Sabina de Arroyomolinos (Madrid). El premio era la grabación de un disco en los estudios TAF de Madrid, más 300 copias del mismo y un sistema de In Ears (pinganillos para los oídos que hacen las veces de monitores internos en los conciertos).
-¿Qué no olvidáis en ‘Sin olvidar cosas pasadas’?
-Lo llamamos así porque volvimos a grabar como trío canciones que ya habían sido editadas en anteriores discos.
-Siempre en una onda setentera.
-Nos gusta el hard rock. Y el cambio a cantar en castellano supuso darle más importancia a la melodía de la voz.
-¿Cómo ha cambiado la escena durante este decenio?
-Hay más grupos, ha mejorado mucho la foto. En cuanto a los garitos, la cosa esta bastante jodida. Hay sitos, pero cada vez acude menos gente a los conciertos
-¿Qué conciertos tenéis en estas fechas?
-Además de lo de hoy, el 26 estaremos electrificados en Le Bukowski donostiarra. Y en breve pararemos en Pamplona, Cataluña, Madrid y Galicia.
-¿Dónde se puede conseguir el disco?
-En los conciertos y en nuestro myspace: www.myspace.com/laboogievan.

Malú: Flamenco guerrero

Potente entrada en el Kursaal donostiarra, apenas 400 tickets libre en taquilla, para ver el concierto de la artista andaluza Malú. Con una proporción de asistentes (80 mujeres por cada hombre presente) que para sí quisieran el Ministerio de Igualdad o la discoteca del pueblo. Parece calar fuerte entre el sector femenino la recia propuesta pop rockera de la sobrina de Paco de Lucía, que ha dejado los posibles dejes aflamencados para las entonaciones vocales.

Porque ahora le mola el heavy. Bueno, vale, el A.O.R. -Adult Oriented Rock-, estilo menos fiero y más radiable. Los trajes negros de todos los ejecutantes (ella llegó a usar hasta cuatro variables de un vestido similar) reafirman la idea de oscuridad y fuerza que rodean esas composiciones de amores y tristezas remontadas con orgullo.

Influenciada por el guitarrista principal, director artístico del espectáculo y al que solo le faltaba un acantilado para dar un sentido total a sus punteos, sus composiciones juegan a ser contundentes. ‘Vértigo’ dio el pistoletazo de salida a la noche. Desde el primer segundo la hermosa sureña demostró que tiene potencia como para charlar entre montes.

Y poco hubiera importado su posible afonía, dado que el público se convirtió en su mejor corista. En la afamada ‘Que nadie’, la emotiva ‘Aprendiz’ -solo a piano y voz- y ‘Devuélveme la vida’, el auditorio fue una sola voz. En ‘Blanco y negro’, por ejemplo, se encargaron de toda la primera parte de la canción.

Fue precisamente con pocos elementos, alejada de las decenas de tópicos y tics mostrados en Donostia, cuando más convenció Malú. El suave comienzo de ‘Ni un segundo’, la sencilla versión de ‘Y así lo haré’, la sentida ‘Me quedó grande tu amor’. Puro espejismo. Más pronto que tarde retornaban a los altavoces los parones, los guitarrazos, las invitaciones a aplaudir y mover los brazos.

Tras un par de bises y 120 minutos de actuación, la gente abandonó la sala feliz. Cumpliendo el deseo expresado por una emocionada y llorosa cantante: «Solo pido que salgáis de aquí con una sonrisa en la boca».

Rusos Blancos: «Sí a todo»

No nos hará más ricos (culturalmente), pero el debut de esta banda asentada en Madrid es bien chulo.

Suena brillante, perfecto, popero y brasileño, o a lo Beach Boys. Recuerda a La Costa Brava en lo melódico, aunque musicalmente son más serios y elaborados. Las letras chirrían a ratos. Aunque cuando se ponen sencillos y directos ganan muchos enteros (“tus padres, tu novia,…” o el hit “supermodelo”).

Donostikluba: Noches electrónicas

[La crónica publicada, algo más breve por cuestiones de espacio, está disponible en la web de El Diario Vasco]

El festival donostiarra alcanzaba el pasado jueves las cotas de mayor digitalidad de su oferta 2011, con una fiesta repleta de propuestas electrónicas. Lástima que la gente no tuviera la decencia (o la oportunidad) de acercarse, porque los músicos lo bordaron. Quizás fuera la hora, que a las ocho de la tarde el cuerpo no está de jota aún. O que la abuela fumaba, o qué se yo. Pero, ahora que no nos lee nadie… que se fastidien ellos en su monótona vida analógica.

Tras la caída del cartel de la banda Polaroid, los donostiarras Fairlight fueron los encargados de abrir la noche y buscarle las cosquillas a los plomos de la sala. Ya como cuarteto, infinitamente mejores que la última vez que les vimos en la FNAC en acústico (¿no es una especie de oximorón lo de “concierto acústico”, siendo ellos como son un grupo de teclados y secuenciadores?), la banda presentaba emulsiones de Depeche Mode, vapores de Joy Division/New Order y sorprendentes solomillos guitarreros casi heavies.

Todo ello bien masticado, empastado, filtrado y pasado por las distintas máquinas de efectos, sobre una base rítmica humana. Los cuatro muchachos se despidieron con una curiosa versión de “Dios salve al Lehendakari”. Tema que, viendo la cantidad de ordenadores, y haciendo honor al obituario de aquel día, bien podía haberse titulado “Jobs salve al Lehendakari”.

Tras ellos llego la reina del jueves. Y no porque fuera la única fémina, que también, sino porque su música fue un placer sonoro. De lo mejorcito que va a pisar la ciudad en meses. La artista Bflecha inundó la sala con su R´n´b de la escuela de Baltimore.

A usted puede que la mención de la ciudad norteamericana le suene a la teleserie The Wire y a poco más, pero podemos adelantarle que su música no es tan melosa como el de las cantantes norteamericanas de radiofórmula mundial. Que suelta golpe de cadera, y abraza. Que anda más cercano a la mala baba de M.I.A. La gallega, con apenas 3 maquinitas, muy bien empleadas, despachó sugerentes canciones con un estilo muy atractivo. Si llega a tener discos a la venta vuelve a casa sin ellos.

La noche la cerró la estrella estrellada. No vamos a descubrir ahora el arte y el poderío de John Talabot a los platos. Aunque fue, sin duda alguna, el que más sufrió con el horario. Esta propuesta, a las 4 de la mañana, hubiera hecho explotar la sala. Quizás el autor se contagiara del momento y relajara el pistón, esa nobleza que revienta las salas de medio mundo. Si lo hizo, se le notó muy poco, porque la sucesión fue impactante a la par que elegante.

Nacho Vegas: Micro y megáfono

El compositor asturiano, con disco nuevo a la vista, es uno de los platos fuertes del cierre del festival Donostikluba.

El certamen donostiarra va apagando las luces este fin de semana con algunos de sus actos más populosos, siendo la sala Gasteszena del barrio de Egia el centro de sus operaciones ociosas.

Uno de los nombres más brillantes es el de Nacho Vegas, que regresa a Donostia con David Cobas Pereiro (conocido como “Abraham Boba” y que también cuenta con deliciosos discos en solitario) al teclado, Anxelu Pereda Fernandez (guitarra) y el propio Vegas con la acústica y sus enrabietadas angustias vocales.

Ignacio González Vegas (Gijón, 1974) también vuelve, de alguna manera, a sus orígenes. Aunque en los inicios todo era más estilístico que ideológico, con una Fender urgente, sucia e ingenua (Eliminator Jr).

Sin olvidar la épica de su otra banda posterior, Manta Ray, Vegas deja ahora el micro y coge el megáfono de la lucha. “Es cosa de parte de mi generación, que en algunos momentos prefirió mirar para otro lado, que solía ubicarse en su ombligo. O preferimos, vaya, que yo no me excluyo. Ahora incluso los que decían esa tontería de que eran ‘apolíticos’ están tomando partido, porque como decía alguien en una pancarta en la manifestación del 19 de junio, es muy difícil apretarte el cinturón y bajarte los pantalones al mismo tiempo”.

Vegas, revoltoso, dejó el sello que se había ocupado de todas sus publicaciones en solitario, Limbo Starr, para lanzarse al mundo de la autogestión. La nueva aventura cuenta con la colaboración de otros autores de postín: Remate y Fernando Alfaro. Y la complicidad de la promotora de conciertos I´m The Artist.

La empresa se llama Marxophone, que los gestores atribuyen a “una mezcla entre (Karl) Marx y Parlophone” y que una búsqueda sencilla en google recuerda que idéntica denominación también se aplica a un tipo concreto de cítara.

“Claro, de ahí sale el nombre. Paco Loco se lo vio a Stereolab en una actuación; es como un autoharpa con unos martillitos que percuten las cuerdas. Me pareció un buen nombre para la plataforma; si Marx viviera hoy y editara discos lo haría con una cooperativa que se podría llamar así, ¿no te parece?”

Bombay Bicycle Club: «A Different Kind of Fix»

Mucha cosa buena en el nuevo y variado disco de estos londinenses. En lo más alto, su regusto por un power pop melódico de melodías intrincadas y cierta oscuridad, tan gloriosas como las que hacían los Posies en sus buenos tiempos.

Un poco más abajo, pero notable, la oportuna grandiosidad de algunas –pocas- canciones y el toque los Cut Copy más optimistas y el africanismo que flota en algunos temas.

Vaqueros canallas

Gustazo sonoro y presencial en el estreno del festival Donostikluba. Buen llenazo de sala, sin agobios, para disfrutar del rock nacional más animoso. Con una entente (Arizona Baby & Los Coronas) que funciona tan bien que han decidido montarse un grupo con denominación propia: Corizonas. El show del pasado viernes comenzó a cerrar esa idea que nació como ‘Dos bandas y un destino’ y ya ha conseguido una autopista propia.

El suyo es un viaje auténtico a las raíces. Juntos recuperan clásicos de rock añejo, permitiendo al público disfrutar de una banda aguerrida, con muchos músicos rasgadores sobre el escenario. Son dos horas y pico de concierto, pero se pasan en un vuelo. Intercambiándose las distintas formaciones: primero unos en solitario, luego se juntan un rato, luego los otros, y un final conjunto.

Los Arizonas, peludos y barbudos, con un frontman que parece que va a vendernos crecepelo en un carromato vaquero, atacan el country más salvaje e impetuoso. Se bastan y se sobran, por más que viajen como trío acústico. Y lo de los Coronas no tiene nombre. Solo adjetivos positivos: impresionante, alucinante, fantástico,…

El surf instrumental de la formación castiza anima a un muerto y a un político que acaba de perder un escaño. Y en este paquete, con un set encajado y acoplado, mucho mejor aún. Para hacer honor a su vestimenta, diremos que su actuación fue para quitarse el sombrero.

Cuando unos y otros se juntan bajan el pistón de la velocidad, atacando viejos hits y presentando algunas de las futuras nuevas canciones conjuntas. Es como una super banda de verbena rockera, en el mejor sentido del término. Y termino, diciendo que los Layabouts fueron la opción casi heavy de la noche, con esa furia madrileña entre el grunge y las cañas de vaso pequeño. Y el DJ final, uno de los Coronas, encargándose de poner un broche de hojalata al estreno granuja del festi donostiarra.