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Juan Luis Etxeberria Entradas

Loreena McKennitt: Tradicional y exquisito

Intérpretes: Loreena McKennitt (voz, piano, arpa), Brian Hughes (guitarras), Caroline Lavelle (cello), Hugh Marsh (violín), Dudley Philips (bajo), Robert Brian (percusiones). Lugar: Auditorio Kursaal (Donostia). Día: 11/07/2019. Asistencia: lleno, unas 1800 personas.

Estarán felices los gestores del Kursaaal donostiarra con su fin de temporada. Tras los llenazos de Antonio Orozco y Beirut el podio se cerraba anoche con Loreena McKennitt y un auditorio repleto de gente que pagó 35 euros por el ticket. Asistentes que miraban atentos las novedades del atractivo puesto de venta, con vinilos a 20 euros y una tele que emitía un DVD de la artista. Otros aprovechaban el atractivo veraniego de los ventanales del “cubo” para hacerse fotos y guardarse un recuerdo. La instantánea mereció la pena. Fue un gran concierto.

Ya desde el arranque con “The Mystic´s Dream”, digno de salir en un film sobre las Tierras Altas escocesas, vimos que sus vaporosos teclados poco tendrían que ver con los edulcorantes de Enya. “The Star of The County Down”se agarró a la vivacidad del folk y nos permitió descubrir lo equilibrado que estaba el sonido de la sala. La canadiense aprovechó en ese momento para recordarnos que llevaba seis años sin pisar esta tierra para a continuación soltar el primero de los numerosos “eskerrik asko” de la noche.

El corte tradicional “Bonny Portmore” defendió los gustos irlandeses de una cantante que pivota durante la velada entre el pop, la llamada World Music, lo mediterráneo y lo puramente celta. Por cierto, maravillosa la voz principal. Elevada y épica sin llegar a ser chillona. El resto de la banda, impoluta en sus labores, se aprovechó del sencillo pero muy elegante juego de luces empleado. Al fondo del escenario quedaron los candelabros de siete velas. Un detalle que invitaba a un recogimiento casi místico.

Hubo tiempo para oscuridades turcas (“Marrakesh Night Market”), fabulosas fábulas (“Penelope´s Song”), guiños a Grecia (“The Gates of Istambul”) o a las cíclicas melodías israelíes (“Marco Polo”) en un evento que fue subiendo de intensidad para dejarse influir por lo sinfónico (“All Soul´s Night”) y el rock casi AOR (“The Bonny Swams”).

Esta crónica de urgencia dejó al auditorio jaleando el atípico solo de la famosa “Santiago” en un concierto que llegaría hasta las dos horas y nos mostraría una música ya lejos de los focos mediáticos pero con una legión de seguidores. Los fans de la etiqueta “músicas del mundo” pueden dormir tranquilos con autores como Loreena McKennitt. Sus shows son de una exquisitez suprema.

Musikagela Fest: Unos locales muy entonados

La segunda edición del festival Musikagela mostró la buena salud de los grupos donostiarras

La capital guipuzcoana cuenta con locales de ensayo de carácter público (Donostia Kultura) gestionados por una asociación (Buenavixta Prollekzion). Esos “txokos” situados en los centros culturales de Intxaurrondo y Egia reciben el nombre de Musikagela, y son espacios en los que el pop y el rock siguen encontrando un espacio de entrenamiento. Musikagela Fest, el certamen celebrado ayer, es la reunión juerguista que busca visibilizar los proyectos que tienen relación con estos locales.

Con una primera edición celebrada el año pasado en Riberas de Loiola, el segundo capítulo de este certamen colocó dos escenarios en los alrededores de la céntrica Plaza Easo. Uno, el principal, situado en el kiosko de este espacio de Amara. El segundo, una carpa portátil, sonaba cuando el principal se callaba.

El cartel arrancó de la mejor manera posible con la actuación de Los Willys. Unos preadolescentes de entre 11 y 14 años que tatuaron una sonrisa en las caras de los asistentes. Con una edad en la que aún se mira al semáforo antes de cruzar y reciclar es una cuestión innata al ser humano, su ataque al pop discurrió por similares caminos de pureza y satisfacción.

Tocaron un tema propio, otro de Ed Sheeran, uno más de Beirut y un tercero “que hemos visto en internet pero no sabemos de quién es”, nos dirían al finalizar su set mientras admitían que lo suyo era “el indie”. Se disculparon por tener la voz algo fastidiada y se despidieron abrazados todos juntos tras hacer un bis. Quién sabe si de estos Willys saldrá la próxima La Oreja de Van Gogh, pero poco importa cuando la creatividad se toma de una manera tan sana, divertida y bien ejecutada.

Tras el impacto inicial el resto del cartel corrió por derroteros más habituales. Los locales Latitud 43 llevaron “el rock and roll a la plaza del pueblo”, como cantaba Tequila. Los posteriores Hot Potato Blues Band invocaron el espíritu de La Gatera, la ya desaparecida tasca “blues” que durante años se ubicó en la cercana Calle De La Salud. Su set fue puro a rabiar, e hizo las delicias de los ciudadanos que ocupaban las terrazas de la zona triangular de la explanada. “No sé quienes son, pero me encantan”, dijo a nuestro lado una usuaria del corto corredor peatonal “Parada del Topo – Playa de La Concha” que paró unos minutos a disfrutar del “Hard to Handle” de Otis Redding interpretado por este quinteto.

Tras el descanso para comer el festival retornó a las seis de la tarde. Una plaza cada vez más llena acogió a un Gartxot que se apoyó en su pedal de efectos, a los “oldies” instrumentales Ladrones De Guitarras, al particular cachondeo de Los Hormigones y a una Raitx bien emocionante. La tarde prosiguió con la rabia juvenil de Baiona, los tonos clásicos de Radiocaster y un fin de fiesta a cargo de los catalanes The Sick Boys.

Beirut: El gol de Robben

Intérpretes: Zach Condon (voz, ukelele), Nick Petree (batería), Paul Collins (bajo), Kyle Resnick (trompeta), Ben Lanz (trombón), Aaron Arntz (teclados). Lugar: Auditorio Kursaal (Donostia). Día: 02/07/2019. Asistencia: lleno, unas 1800 pesonas.

“¿Pero qué tiene este muchacho que ha agotado todo el taquillaje del Kursaal un mes antes de su concierto?”, nos preguntaba un periodista cultural a la puerta del auditorio donostiarra. Daban ganas de responderle con la famosa frase “y yo no sé qué contestar” de Manolo Tena. Zach Condon, el alma máter del grupo Beirut, pisaba ayer la capital guipuzcoana años después de su fallida cita en el Jazzaldia del 2008.

Beirut llegó al mundo con “Gulag Orkestar” (2005). Un compendio de parrandas balcánicas, aires italianos y mucha emoción cantada. Y ahora, tras salir con su ukelele de paseo por espacios cada vez más amplios, llegaba a Donostia para presentar el reciente “Gallipoli”.

Pero intentaremos dar respuesta a la pregunta inicial del texto. La fórmula de Zach Condon, un fantástico cantante cuyos tonos dejados suenan a Morrissey y Rufus Wainwright, es bastante estanca en lo sonoro. Me recuerda a Arjen Robben, el jugador de fútbol que siempre metía el mismo gol. Precioso, por cierto. Beirut anota utilizando la misma receta, sin apenas variaciones: muchísima instrumentación en todos los cortes, cantar casi por obligación y pasar bastante de los estribillos. Curiosamente, los veinticuatro temas interpretados en noventa minutos no se hicieron anodinos.

La cosa funcionó en un abarrotado y variado auditorio lleno de locales y foráneos. Gentes de todos los colores que se levantaron a pedirle bises al sexteto norteamericano. Una banda plantada en el escenario en dos filas, rodeada de bolas de luz colocadas sobre pies de lámparas, con alfombras sobre el suelo y un muy adecuado y sencillo juego de luces.

La formación tuvo regates que les acercaron al funk, a las bandas sonoras más poperas, al brío de Stereolab y a los desérticos paseos sureños. Sin olvidar los pasajes más briosos y el ataque a sus singles más populares. A modo de resumen: te gustará si te gustan las trompetas de Calexico, los temas bonitos que no varían mucho entre sí y las voces llenas de personalidad.

Único y repetible

Intérpretes: Antonio Orozco (voz), J.J. Caro (piano), John Caballés (guitarra), Marcos Orozco (batería), Àngela Puertas (actriz), Albert Riballo (actor). Lugar: Auditorio Kursaal (Donostia). Día: 23/06/2019. Asistencia: lleno, unas 1800 personas.

«Estás a punto de formar parte de ‘Único’. No grabes. No hagas fotografías. Ayúdanos a mantener el secreto de lo que vas a vivir». El mensaje que la megafonía del Kursaal emitió antes del concierto de Antonio José Orozco Ferrón (Barcelona, 1972) parecía que iba a ser como ponerle puertas al campo. Y para nada. Muy poca gente puede conseguir que le hagan caso en ese sentido. Y “Orozko”, como rezaba un cartel casero situado en la planta superior del patio, es uno de ellos.

Uno entiende la razón de la petición, el deseo de que nada trascienda, el anhelo de que todo se viva, buscando disfrutar del momento sin depender del móvil. Hubo paparazzi de barrio que quisieron llevarse un recuerdo. Y a quien el cantante pilló in fraganti le cayó un buen vacile desde el micro.

Porque Orozco tiene salero, canciones y una exposición televisiva tremenda. Y tira de todo eso para montarse un espectáculo en el que las músicas comparten el protagonismo con los monólogos y unas pequeñas piezas actorales que parecen a veces “Matrimoniadas 2.0”.

En “Único” hay canciones, faltaría más. Todas más conocidas que la receta del huevo frito si nos fijamos en la respuesta del público. Asistentes que le ovacionaron, chillaron, aplaudieron y animaron durante todo el show. Gente que vivió cada canción como si fuera la última de la noche. En este ambiente digno de los Beatles el autor inició la velada con “Mi héroe”, primer momento en el que el auditorio casi se vino abajo.

En “El viaje” modernizó el deje “aflamencado” de sus temas y con “Estoy hecho de pedacitos de ti” presentó su lado más épico. “Podría ser” y “Devuélveme la vida” fueron completadas por los presentes cuando el protagonista decidió dejarles ese espacio. “Moriré en el intento” se apoyó sobre frases de autoayuda proyectadas sobre una pantalla. Una sábana que también se empleó para recordar los éxitos del cantante durante su carrera o proyectar fotos de cuando era un mozalbete. También hubo recuerdos a Alejandro Sanz, Pablo López y el local Álex Ubago. Todos ellos socios de sus aventuras televisivas.

Pero créanme si les digo que esas tonadas no fueron lo más relevante. Apoyado en su cercanía a la gente, Antonio Orozco se presentó como un buen monologuista. El autor aprovechó su verbo para presentar pasajes de su vida, pedir una donación a una causa benéfica, pincharle a la gente por haber cantado una versión ajena más alto que una composición propia, meter toques locales, elevarse el ego o lanzar un guiño a los “hombres que acompañan a sus parejas a los conciertos de Orozco”. Y todo de manera informal y divertida. En pocas palabras, conectó. El resultado fue una gala de variedades donde el foco principal supo emocionar a los fans durante dos horas y media de presencia.

Unas canciones para ponerse en pie

Intérpretes: Andrés Calamaro (voz, teclados y guitarra), Germán Wiedemer (piano), Martín Brun (batería), Julián Kanevsky (guitarra), Mariano Domínguez (bajo). Lugar: Auditorio Kursaal (Donostia). Día: 21/06/2019. Asistencia: Unas 1000 personas

Farruco, insolente y gallardo. El tan querido boxeo de Andrés Calamaro a veces olvida los puños y sale en forma de palabra y dardo. “Emociona con su música y casi ofende con sus palabras”, dijo una crónica de una de sus fechas recientes. Y claro, uno llega temblando a la cita, dudando si le tocará la de cal o la de arena.

No es nada nuevo que la imagen pública de Calamaro, el hombre que dijo que Bob Dylan le había copiado un disco, puede a veces despistarnos de su obra. Pero no podemos olvidar que en su zurrón hay un maremágnum de grandes canciones. A veces en paquetes de cinco discos (“El Salmón”) y otras superando los cien minutos, como sucede con ese “Honestidad brutal” que ahora cumple 20 años.

Al Kursaal de la capital guipuzcoana llegaba el autor con un asunto de capotes. Su último disco “Cargar la suerte” es una obra que evoca una suerte torera. La plaza respondió. Y eso que la almohadilla elegante estaba a más de cuarenta euros. La faena voló a gran altura en líneas generales, dejando a los donostiarras extasiados.

Varias señales confirman la idea de que el ahora madrileño ofreció un gran concierto. Podemos atender a los gritos, chillidos y peticiones del público, al tiempo que la gente se pasó levantada, aplaudiendo y jaleando -algo realmente visible al cierre de la velada-. O al signo de los tiempos, que diría su admirado Prince: temas como “A los ojos” o “La parte de delante” fueron los más grabados por los móviles de los asistentes.

La noche arrancó fuerte, con una “Alta suciedad” que presentó al cantante situado en el centro y su cuadrilla colocada en circulo a su espalda. La stoniana “Verdades afiladas” (Calamaro es un “rockmántico” y lo sabe explotar), la calma tóxica de “Clorazepan y circo” y la afamada “A los ojos” marcaron un inicio lleno de seriedad y profesionalidad, con Julián Kanevsky destacando a la guitarra.

“En algún lugar encontraré” fue el primero de los guiños visibles a Bob Dylan, y la primera de las ocasiones en las que la banda se lanzó a corear “oooh” como si aquello fuera el Estadio de Anoeta. En esa parte comenzamos a darnos cuenta de que era un concierto para fans. Porque la lista no tenía tacha. Y porque había que conocer las canciones para entender lo que se estaba cantando. Hubo más de un momento en el que la voz rota de Calamaro se perdía entre los instrumentos tajantes y bien compensados.

“Cuarteles de invierno” trajo la calma y “Las oportunidades” un nuevo momento de vestirse de hincha. Con “Falso LV” y “All you need is pop” los tonos se endurecieron. Pero el verdadero corte de la noche se produjo cuando el autor leyó un poema dedicado a su querida Donostia. “La ciudad linda en la que siempre está nublado, lo cual es ideal para mí”, afirmó para locura del respetable.

Con “Crímenes perfectos”, composición que seguro le habría robado Leiva si hubiera podido, comenzó el momento de las largas explicaciones entre temas. Las idas y venidas frenaron un ritmo que casi se hunde en el medley con el que se presentó a la banda. Cortes sentidos y reivindicativos como “Tránsito lento” y “My mafia” – ¡la cháchara duró más que la canción!- no ayudaron a levantar el vuelo, cosa que penalizó la acertada dulzura aérea de “Los aviones”.

Quizás solo fuera un parón ante la traca final iniciada con “Cuando no estás” y el homenaje a “Esa estrella era mi lujo” de Patricio Rey. De ahí al cierre todo fue una fiesta, con la gente puesta en pie y muchos momentos de cánticos futboleros en cortes tan famosos como “Estadio Azteca”, “Mi enfermedad” y “Los chicos”. Andrés Calamaro puede volver cuando quiera. Un auditorio enfervorecido tras más de dos horas de show no engaña.

El Día De La Música: La fiesta de los acordes al sol

Arcoiris de sonidos en el festival musical callejero celebrado ayer en el centro de Donostia

Se ha instaurado en nuestra tierra aprovechar el solsticio de verano del 21 de junio para celebrar El Día De La Música. La Fête de la Musique francesa ha sabido cruzar el Pirineo para inundar nuestras calles de grupos grandes, medianos y pequeños en eventos que tienen la característica de ser gratuitos.

En este sentido en Donostia ya ha tomado arraigo la parranda que se celebra con el céntrico Mercado de San Martín como núcleo de actividades. El establecimiento FNAC y varios colaboradores públicos y privados organizaron ocho conciertos en dicha plaza para los días 21 y 22 en una reunión que el año pasado juntó a más de 3000 personas. Un número que los organizadores esperaban superar al cierre de esta edición.

El pistoletazo del viernes tuvo dos platos sabrosos. La donostiarra June Calsor se acompañó de un batería y un teclista para abrigar a los presentes con sus tonos tersos y suaves en clave de soul, jazz y R&B. Y si la primera arropaba lo de los segundos fue un hielo tirado a la cara. Los vizcaínos Sua demostraron porqué acaban de ganar el concurso de maquetas de Euskadi Gaztea. Los suyo es el rock enfadado, chillado, directo y aún algo tierno. Cantando en inglés y euskera, una mezcla cada vez más habitual entre la gente que empieza, sus ondas hicieron vibrar los cristales del centro comercial.

El sábado era el día grande. Y comenzó con un par de eventos que buscaban aprovechar la alegría de la hora del vermú. Los locales Latitud 43 -nombre que recoge la ubicación geográfica de la capital guipuzcoana- defendieron el rock urbanita de autores como Fito. La tanda mañanera se cerró con el concierto de Maren, la autora más “millennial” del cartel -apenas tiene 16 años- y concursante hace un par de años de “La Voz Kids”.

La solana que se comió toda sombra cercana envolvió a esta chica con pinta de “influencer” -será la edad y el desparpajo-. Su pop dulce recuerda a Russian Red (ese vibrato…), Izaro y Tracey Chapman. Con una gran voz y muy salada entre temas, el futuro que le espera no tiene barreras.

La tarde arrancó con el set de Ibai Marin. El antiguo cantante de HIRA llegó para presentar “Bidean naiz”, su último trabajo. Rodeado de una banda vestida de negro, su rock vasco navegó entre la dureza, el AOR y las baladas. Al pobre Marín le falló la voz un momento, y lo pasó peor de lo que realmente fue, con continuas disculpas al micrófono.

De negro también salieron Noa &The Helldrinkers, nadadores lustrosos en el pantano del blues. Su sonido, pulcro y conciso, estuvo nutrido de versiones y temas propios. A destacar la voz principal, nacida en la misma calle en la que se celebraba el acto según confesó en un momento.

Y tras su ejercicio de estilo llegó el caviar de la tarde-noche. Joseba Irazoki & Lagunak ofrecieron un espectáculo mayúsculo, sideral. Con canciones que no te dejaban asirte a ellas porque el siguiente trozo te descolocaba. Sus conciertos no atienden a las formas habituales. Pero eso les da otro plus.

Poseído en los punteos y en los cantares, Joseba defendió el rock espacial, la sicodélia, las calmas ácidas y el kraut rock con la elegancia que le da el estar situado en lo más alto de la creatividad guitarrera vasca. La abarrotada plaza premió sus esfuerzos con muchos aplausos y otros tantos comentarios de asombro. Y a cargar la furgoneta corriendo, que estos Lagunak doblaban turno esa noche en Zumaia.

Tras el baile cerebral llegó la hora de despedirse poniendo las neuronas en danza. Con unos músicos de chaleco y gomina y una cantante de inspirada voz los Koko-Jean & The Tonics cerraron por todo lo alto esta novena edición del Día De La Música capitalina con su fiesta de rythm& soul.

Espagueti: Diversión al sol

Intérpretes: Espagueti: Lugar: Tabakalera (Donostia). Día: 15/06/2019. Asistencia: Lleno, unas 200 personas

Divertido estreno de la Kutxa Kultur Gauak, la agenda de eventos veraniegos que el banco vasco ha preparado para nuestro verano donostiarra. El cuarteto local Espagueti llenó la Plaza Zabaltza, la terraza dispuesta en el cuarto piso del edificio de Tabakalera, con sus soleadas melodías pop.

El combo local las tira con balín, aunque opten por no querer destacar sus voces. El tema de Edurne Pasaban y el montañerismo urbanita, junto con el ingenioso corte dedicado a una singular despedida de soltera, fueron los más fáciles de captar. Otros se quedaron con la puya a “las pijas” o con las penurias amatorias que bien podían haber firmado Flight Of The Conchords.

De fondo, entre guitarrazos y coros, influencias de grupos menores de gran aplauso entre la gente especializada: Los Planetas, Los Nikis, The Vaselines, Airbag, Waldorf Histeria. Gente de buen cantar y mejor sonreír. Por eso el resultado fue un gozo jocoso y jovial para los amantes del pop. Espagueti, una banda hecha de otra pasta, son divertidos en un mundo donde cada vez todo es más trascendente.

La propuesta de la plataforma para el talento amateur local Kutxa Kultur Gauak continuará hasta mediados de septiembre con conciertos, danza, teatro, encuentros, fiestas disco, danza contemporánea, talleres y conferencias de “instagramers”.

Música anti-envejecimiento

Intérpretes: La Vieja Escuela, Para Qué Engañarnos. Lugar: La Cripta (Donostia). Día: 7 de junio. Asistencia: lleno, unas 200 personas.

Es una gozada ver a los grupos que en los años 80 estaban en plena explosión ofrecer aún reseñables conciertos. El pasado viernes se juntaron en Donostia varios de estos guindillas para, cada uno a su manera, destacar las bonanzas de aquella su juventud.

En formato “trío + caja de ritmos” se presentaron La Vieja Escuela. El combo de Juanjo Arrizabalaga, ahora director de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Donostia, llegó con la lección aprendida: la música oscura es la mejor del mundo. Sobre todo cuando ofreces un magnífico show, como fue el caso.

Su concierto fue “anti-aging”. Como sucede con las cremas, los brochazos de tonos sombríos, sencillos y directos quitaron años a los presentes, volviendo por unas horas a recuperar tersuras pasadas. Hubo versiones increíbles como la de “No sé, no sé” de Rumba Tres. Y grandes canciones como “Siberia”, “Arrebato” o “Las islas”. Alguien dijo, de forma acertada, que parecía como “si Eduardo Benavente y Joy Division hicieran temas juntos tras tomar el sol en Ondarreta”.

Tras ellos le llegó el turno a Para Qué Engañarnos, con Juancar “Jocano” Landa y Enrique Mingo a las voces. Banda que abrazó una suerte de “pub pop” enfocado a la parranda: guitarrazos urbanos, aires dub, gotas latinas y Bob Dylan, Joaquín Sabina y Bruce Springsteen como inspirador trío calavera. De su larga lista de canciones cimbreantes nos quedamos con el gancho de “La princesa roja”, el atractivo de “Balneario de Lourdes” y ese cierre de “La Crónica de San Sebastián” cuya letra muchos ven aún vigente en nuestra capital.

La fiesta finalizó con una sesión DJ a cargo de dos afamados selectores, Gregorio Gálvez y Ricardo Aldarondo, con profusión de pelotazos de la época – David Bowie, Parafunk, The Specials, The Clash- que no hicieron sino elevar aún más la temperatura.