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Etiqueta: Andres Calamaro

Unas canciones para ponerse en pie

Intérpretes: Andrés Calamaro (voz, teclados y guitarra), Germán Wiedemer (piano), Martín Brun (batería), Julián Kanevsky (guitarra), Mariano Domínguez (bajo). Lugar: Auditorio Kursaal (Donostia). Día: 21/06/2019. Asistencia: Unas 1000 personas

Farruco, insolente y gallardo. El tan querido boxeo de Andrés Calamaro a veces olvida los puños y sale en forma de palabra y dardo. “Emociona con su música y casi ofende con sus palabras”, dijo una crónica de una de sus fechas recientes. Y claro, uno llega temblando a la cita, dudando si le tocará la de cal o la de arena.

No es nada nuevo que la imagen pública de Calamaro, el hombre que dijo que Bob Dylan le había copiado un disco, puede a veces despistarnos de su obra. Pero no podemos olvidar que en su zurrón hay un maremágnum de grandes canciones. A veces en paquetes de cinco discos (“El Salmón”) y otras superando los cien minutos, como sucede con ese “Honestidad brutal” que ahora cumple 20 años.

Al Kursaal de la capital guipuzcoana llegaba el autor con un asunto de capotes. Su último disco “Cargar la suerte” es una obra que evoca una suerte torera. La plaza respondió. Y eso que la almohadilla elegante estaba a más de cuarenta euros. La faena voló a gran altura en líneas generales, dejando a los donostiarras extasiados.

Varias señales confirman la idea de que el ahora madrileño ofreció un gran concierto. Podemos atender a los gritos, chillidos y peticiones del público, al tiempo que la gente se pasó levantada, aplaudiendo y jaleando -algo realmente visible al cierre de la velada-. O al signo de los tiempos, que diría su admirado Prince: temas como “A los ojos” o “La parte de delante” fueron los más grabados por los móviles de los asistentes.

La noche arrancó fuerte, con una “Alta suciedad” que presentó al cantante situado en el centro y su cuadrilla colocada en circulo a su espalda. La stoniana “Verdades afiladas” (Calamaro es un “rockmántico” y lo sabe explotar), la calma tóxica de “Clorazepan y circo” y la afamada “A los ojos” marcaron un inicio lleno de seriedad y profesionalidad, con Julián Kanevsky destacando a la guitarra.

“En algún lugar encontraré” fue el primero de los guiños visibles a Bob Dylan, y la primera de las ocasiones en las que la banda se lanzó a corear “oooh” como si aquello fuera el Estadio de Anoeta. En esa parte comenzamos a darnos cuenta de que era un concierto para fans. Porque la lista no tenía tacha. Y porque había que conocer las canciones para entender lo que se estaba cantando. Hubo más de un momento en el que la voz rota de Calamaro se perdía entre los instrumentos tajantes y bien compensados.

“Cuarteles de invierno” trajo la calma y “Las oportunidades” un nuevo momento de vestirse de hincha. Con “Falso LV” y “All you need is pop” los tonos se endurecieron. Pero el verdadero corte de la noche se produjo cuando el autor leyó un poema dedicado a su querida Donostia. “La ciudad linda en la que siempre está nublado, lo cual es ideal para mí”, afirmó para locura del respetable.

Con “Crímenes perfectos”, composición que seguro le habría robado Leiva si hubiera podido, comenzó el momento de las largas explicaciones entre temas. Las idas y venidas frenaron un ritmo que casi se hunde en el medley con el que se presentó a la banda. Cortes sentidos y reivindicativos como “Tránsito lento” y “My mafia” – ¡la cháchara duró más que la canción!- no ayudaron a levantar el vuelo, cosa que penalizó la acertada dulzura aérea de “Los aviones”.

Quizás solo fuera un parón ante la traca final iniciada con “Cuando no estás” y el homenaje a “Esa estrella era mi lujo” de Patricio Rey. De ahí al cierre todo fue una fiesta, con la gente puesta en pie y muchos momentos de cánticos futboleros en cortes tan famosos como “Estadio Azteca”, “Mi enfermedad” y “Los chicos”. Andrés Calamaro puede volver cuando quiera. Un auditorio enfervorecido tras más de dos horas de show no engaña.

Andrés Calamaro: Un traje perfecto

Sobrio. Esa palabra que jamás asociarían a la persona o el personaje de Andrés Calamaro, a quien se le conocen excesos verbales y de los otros durante parte de su carrera. Sobrio, repetimos, remarcamos, se presentó el argentino en nuestro Kursaal. Poca escenografía, poco disparate escénico, pocos socios sobre las tablas. Buscando cierta intimidad y cercanía con las luces y, sobre todo, los tonos de las melodías.

El autor traía bajo el brazo “Romaphonic Sessions”, tercer volumen de sus “Grabaciones encontradas”. Álbum creado en compañía del pianista Germán Wiedemer – presente en esta gira-, que buscaba la inmediatez y la frescura en las reconstrucciones propias y ajenas. Y con la sola compañía de la armónica, sin mediar palabra, comenzó la noche con la “dylaniana” tonada titulada “La Libertad”.
No es casual la referencia. Calamaro teloneó, sin ir más lejos, al murmurador de Minnesota el pasado mes de julio en nuestra ciudad. Y sus querencias se traspiran aunque ahora le pegue a otros estilos, como sucedió en la calmada “Algunos hombres buenos”.

El público se mostró entregado desde la primera pausa vocal que vieron en el protagonista, quien no saludaría al respetable hasta la cuarta pausa de la noche, interpretadas ya “Estadio Azteca” y el traje crooner de “Algo contigo”. El antiguo miembro de los Rodríguez también dejó espacio para aquella banda (“Copa Rota”,“Sin documentos”) y recordó momentos preciosos de Jairo&Piazzola (“Milonga del trovador”) o Carlos Gardel (“El día que me quieras”, “Soledad”). También hubo éxitos personales (“Flaca”), momentos de blues (“¿Quién asó la manteca?”), arranques tangueros (“Garua”) e inmersiones en el jazz (la muy cambiada “Los aviones”).

No queremos marearles con más títulos. Sintetizaremos la idea general. Con esa eterna voz rasgada, a punto de romperse o tropezarse pero de gran expresividad narrativa, este traje le queda como un guante al autor argentino. Persona que ha convertido estos conciertos en un sincero homenaje a esos autores eternos a quienes nuestro día a día actual corre el peligro de olvidar. Un olimpo en el que, de alguna manera, Andrés Calamaro hace tiempo que empezó a asomar el hocico.