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Desgarradora intensidad. Crónica (completa) del concierto de Lisabö en Donostia

Ventajas de internet. Si no hay espacio en el diario para que entre todo el texto, lo cuelgas en tu web 😉

Intérpretes: Joseba Irazoki, Lisabö. Lugar: Sala Gasteszena (Donostia). Día: 16 de febrero 2012. Asistencia: lleno, unas 550 personas.

Un golpe. Otro. Un directo. Y hacia la lona. En esos breves segundos que discurren hasta que caes ves toda tu vida pasar ante tus ojos. Tu alegre infancia, los primeros besos, las penas. Todo en milésimas. Adrenalina e intensidad. Eso es un concierto de Lisabö. Una de las pocas bandas locales capaces de reventar la sala Gasteszena del barrio donostiarra de Egía por méritos propios.

Su creciente carrera ha sufrido un repunte popular con ‘Animalien Lotsatuen Putzua’, disco recién editado que se ha aupado a las listas de lo mejor del 2011 con total justicia. De manera casi sorprendente, porque se basan en una humildad envidiable y su música es cualquier cosa menos asequible.

Las canciones de estos irundarras son desgarradoras. Te vacían, te extenúan. Son cabreadas como el punk, pero contienen mayor poso de tristeza. Sus actuaciones exigen ir bien de forma. Aquí no se va a escuchar el single, dar palmas y cotorrear un rato sobre tus discos preferidos o los mozos y mozas más guapos y guapas. Asistir a su catarsis sobre el escenario exige igual predisposición a los pies del mismo. Sobre todo, si lo que quieres es comulgar y sanarte. Disfrutarlo.

Las dos baterías del grupo ofrecen una potente imagen, casi más visual y conceptual que netamente pegadora. El bajista echa cemento sobre la base. El reputado Karlos Osinaga – guitarra y voz- chilla las letras de Martxel Mariskal (quien ayer mismo anunciaba la vuelta de su grupo Beti Mugan) como quien abre un grifo a tope y mete la cara debajo. Javier Manterola – guitarra y voz- parece modular algo más el grito expresivo. O al menos su tono suena más terso. A veces les sobra el micro, y sus voceos se emiten alejados de cualquier micro. Eso casi da más miedo aún. Como cuando se mueven por el escenario soltando los restos de energía que no salió por sus cuerdas, dedos o piernas.

Su actuación se fue hasta la hora y cuarto, bises mediante. Puede hacerse larga, porque es tal la intensidad conceptual y sonora desplegada que te trastoca. A algunos les duele, físicamente. Normal que al día siguiente te levantes con resaca emocional. Cualquier música que te pongas suena baladí, puro entretenimiento vacuo. Tonada de DVD infantil.

La noche arrancó con otro ilustre, Joseba Irazoki. El espectacular guitarrista, ahora en las furgonetas de las mejores agrupaciones rockeras vascas, presentó una de sus múltiples aristas. Si hace unas semanas en Altxerri (Donostia) ofrecía su lado más folk, ahora le tocaba pegarle al rock más White Stripes. Hasta iba vestido de manera similar a Jack White, con su camisa roja. Su blues desértico contó con el colegueo del batería de Willis Drummond, con quien grabará su siguiente disco.

Publicado enCríticas de conciertos

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