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Mes: julio 2009

Facto de la Fe: Tormenta hip-popera

Facto de la Fé presenta en el festival donostiarra su versión más populosa y especial.

El trío catalán se acerca a nuestra playa jazzera para presentar un concierto muy particular, casi único, en el que su refrescante mezcla de pop y hip hop hará las delicias de los amantes de las músicas menos encorsetadas.

Claro que lo de tocar cerca del mar igual les trae malos recuerdos. Hace dos veranos una tormenta veraniega casi convierte su concierto de Semana Grande en una tragedia. ”Todavía nos acordamos del escenario del Peine de los Vientos derrumbándose a media actuación.” Quien no lo haya visto, aún puede aterrorizarse mirando el vídeo colgado en youtube. ”Tenemos ganas de volver a San Sebastián para cambiar ese recuerdo porque la verdad es tanto el público como nosotros estábamos disfrutando muchísimo”.

Desde entonces Marc Barrachina (bases), Oscar Daniello (voz) y Helena Miquel (voz) no han parado quietos, dejando un espacio relevante a los sus mundos paralelos, participando en distintas actividades. “Helena ha grabado su tercer disco con Élena y se estrenó como actriz en la película “El idioma imposible” de Rodrigo Rodero. Oscar ha seguido su proyecto con Mishima, tocando y preparando su 5º disco. Marc ha estado trabajando como productor en varios proyectos”.

Uno de esos futuros proyectos será el nuevo CD de la banda catalana. “Esperamos que vea la luz a principios de 2010. Nos apetece hacer canciones más bailables y orgánicas con un toque de humor en las letras.” Su último disco, “Luz de la Mañana”, tiene ya dos años. “En este tiempo también hemos estado tocando en una gira interminable e inolvidable”. Una gira que contó con un momento muy especial. El concierto que ofrecieron en el Palau de la Música de Barcelona.

En aquella ocasión se hicieron acompañar de un montón de músicos, convirtiendo sus bases pregrabadas y voces dulces en una orquesta de hip-pop completa. El Jazzaldia les ha ofrecido la posibilidad de poder repetir tan refrescante experiencia, y a la banda le ha faltado tiempo para firmar por la línea de puntos. “El show es el mismo. Pero en esta ocasión nos acompañan ocho personas, entre las que nos podemos encontrar una sección de viento, cuerdas, tres coristas y un guitarrista. Es muy gratificante poder actuar tan bien acompañados y repetir aquel cierre barcelonés.” Esperemos que las Clarisas hagan su llamada y espectadores y actuantes podamos abandonar el concierto con una sonrisa en la boca y sin magulladura alguna.

Chris Eckman: Frenando el reloj

Intérpretes: Sleepingdog, Cuchillo, Chris Eckman. Lugar: Sala Imanol Larzabal (C. C. Lugaritz, Donostia). Día: 20 Febrero 2009. Asistencia: unas 100 personas.

Delicado triunvirato musical en que se presentó el pasado viernes alrededor de las músicas independientes promocionadas por Donostikluba.

El trío de belgas/holandeses Sleepingdog fue el encargado de inaugurar la velada. La música vaporosa de Chantal Acda y su disco “Polar Life”, pura neblina pop, llegaba con la compañía de un batería de golpeos suaves y un chico que tocaba la guitarra o hacía uso de instrumentos cercanos a la definición de “juguete”.

Afirma Acda que su disco se ha grabado en el sótano de su casa mientras su perro dormía a sus pies. Más de uno pedía mantita y patucos al finalizar su actuación, relajado y cómodo en los asientos de Lugaritz. Su folk ensoñador gustó y convenció.

Y que me aspen con una navaja con la hoja sin afilar si el dúo Cuchillo no fue de lo mejor que ha pasado por la ciudad en el último año. Formados por un guitarrista/cantante donostiarra y un batería catalán más jazzero que rockero, su propuesta es fresca y con unos gustos clásicos bien asimilados.

Mientras empleaban la tecnología para ir añadiendo capas de voz y rasgados grabados en directo, uno se acordaba de la Velvet Underground, la sicodelia de los Love o los discos de Papagayo, las sábanas vocales de los Byrds o los Beach Boys, el folk desértico estadounidense.

Metales que ya le tienen que pesar al gigantón Chris Eckman. Al líder de la formación The Walkabouts no le hizo falta más que una acústica y su vozarrón para deleitar a los asistentes con su música de raíces norteamericanas

Con un guiño al presidente Bush (“Algo bueno tuvo su gestión. Hizo resurgir la canción protesta”), los largos pasajes musicales de áridas y casi desérticas sonoridades, siempre con la estela de Townes Van Zandt sobre su cabeza, hicieron que la actuación del cantautor se intuyera corta, escasa.  Es lo que tienen los momentos gozosos, que vuelan rápido. Ya sean de músicas torturadas, estampas brumosas o lasañas experimentales, la calidad de la cita frenó las manecillas de nuestro reloj. Y eso siempre es bueno.

Hondarribia Blues: El premio fue el concierto

Tras los sonidos tejanos de los vallisoletanos Bluedays en el ampio escenario de La Benta llegó uno de los momentos más esperados de esta edición del festival guipuzcoano. Con unos minutos de retraso sobre el horario previsto, John Mayall se presentó sobre el escenario principal con la camiseta oficial del certamen y una larga melena blanca.Tras el agradable  encuentro que le acercó en horario de tarde a los fans más irredentos, el «Día Mayall» llegaba al momento homenaje. La recogida del galardón que el Festival otorga anualmente a una de las figuras bluseras más relevantes. Distinción que en anteriores ediciones había caído siempre del lado norteamericano: Bob Margolín, Rubert Sumlin, James Cotton.

Tras una presentación bilingue apareció bajo los focos el señor Carlos Malles, director y cabeza visible del Hondarribia Blues. Subió al escenario para entregar al británico una txapela y un pequeño trofeo bajo una salva de aplausos de los centenares de asistentes que seguían el momento bajo la carpa o apoyándose en las pantallas gigantes colocadas en los laterales del escenario.

Los premios duraron en manos del artista el mismo tiempo que tarda Usain Bolt en llegar a la meta en las carreras de cien metros. Dio las gracias mudas por el reconocimiento levantando ambos elementos. Y comenzó a soplar de manera inmediata la armónica dando así comienzo al verdadero premio. Su actuación. Ya lo había avisado en la charla informal:»Yo sólo disfruto tocando música». Y a ello se dedicó en cuerpo y alma durante los 70 minutos posteriores para regocijo de los miles de asistentes.

Hondarribia Blues: Un festival impermeable

John Mayall consiguió que las nubes tan solo hicieran acto de presencia para disfrutar de su concierto memorable.

Organizadores y asistentes se pasaron estrábicos media tarde del sábado, con un ojo puesto en las actuaciones y con el otro mirando cómo el cielo iba llenándose de inestabilidad atmosférica. Afortunadamente el velo celestial tan sólo vino a gozar, como un espectador más, del día grande de esta cuarta edición del Hondarribia Blues.

El programa arrancó con la cita alimentaria de artistas y organizadores en el Hotel Rio Bidasoa. Al convite no acudió el protagonista del sábado, John Mayall. Quien sabe si guardando fuerzas para la larga jornada que le esperaba, el veterano bluesman británico no se hizo carne visible hasta las seis de la tarde.

Su paso por la charla abierta montada para que los seguidores se acercaran a su ídolo nos mostró a un artista relajado y cercano, en plena forma y humilde con los premios. Algunos atisbaron cierta susceptibilidad a la hora de hablar de los galardones (sensación potenciada con la veloz entrega nocturna del Premio Hondarribia) y posar para los abrazos foteros. Nosotros no vimos nada especialmente reseñable para un creador de fama mundial y 76 otoños a sus espaldas.

Nuestro paseo se dirigió hacia el Parador Nacional de la villa, en cuya plaza exterior La Jove Dixieland Band hacía las delicias de padres y niños en un concierto festivo. Con ejecución teatrera, la charanga de Castellón montó un pequeño jolgorio con las interpretaciones de algunos de los temas más tradicionales de la música de Nueva Orleans. Frente a ellos decenas de niños asistían al concierto. Unos corriendo de un lado a otro, en una especie de txiki-park dixie. Otros concentrados en las ligeras ejecuciones de clásicos como «Maple Leaf Rag» o ese «When The Saints Go Marching In» que cerró la actuación. Una despedida que nos indicó la mejor manera de vaciar un espacio repleto de niños: La explosión de confettis final hizo que casi todos los infantes corrieran en busca del trozo de papel coloreado que surcaba los cielos.

Algunos de esos futuros compositores, cantantes y quien sabe si críticos musicales siguieron el programa y se sentaron, quietos e hipnotizados (¿El blues también amansa las fieras?), frente al coqueto escenario de la Plaza del Obispo para ver el baño de calidad artística de Ian Siegal. Había ganas de escuchar al británico en formato trío, dado que su actuación acústica al aire libre del viernes tarde tuvo que suspenderse por las inclemencias del tiempo.

La espera mereció la pena. Siegal ofreció un concierto sublime basado en su elegante y fiero rasgado de guitarras, un vozarrón grave digno del Eric Burdon inicial y la perfecta compañía de Andy Graham al bajo y Nikolaj Bjerre a la batería. Vestidos todos de negro impoluto, sus músicas le guiñaron al funk de James Brown, a los tupés de Elvis Presley, a las locuras del legendiario Bo Diddley, al «Smoke on The Water» de Deep Purple, a la música fronteriza tejana y, cómo no, al traquetreo habitual de las composiciones clásicas de blues. Afortunadamente para algunos, las habituales baladas o letanías de estas músicas hicieron acto de presencia testimonial en la abarrotada plaza.

Como ocasional fue nuestra presencia en la actuación de Edu Manazas & Whiskey Tren en el escenario del Azken Portu, dado que compartían hora con el inglés. Teniendo como tenemos el don de la ubicuidad pendiente de confirmación papal, tuvimos que echar mano de un fichaje de última hora para cubrir el show. «Están muy bien, pero cantan muy poco. El guitarrista toca a veces la guitarra con la boca y el bajista no hace más que mover la melena. A mí me hace mucha gracia». Para el DV les ha informado Ane Gomez y sus doce años repletos de ingenuidad musiquera.

La necesaria parada alimentaria, dificil en terrenos turisticos y aún más peleados cuando un Festival de este calibre aterriza en sus calles, nos impidio disfrutar del arranque de los vallisoletanos Bluedays. El cuarteto se hizo fuerte en la defensa de los sonidos fronterizos y acelerados, mostrándose como perfecto calentamiento ante la llegada de la estrella del certamen, el británico John Mayall.

Con los dos pies cimentados sobre el blues británico y un soporte rítimico intachable, el de Cheshire hizo las delicias de los enamorados del los tonos clásicos y académicos, impermeables al paso de modas y decenios. Largos pasajes sosegados y arreones con los que el Bluesbraker recuperó viejos éxitos propios («Chicago Line») y ajenos («Checking On My Baby» de Sonny Boy Williamson) construyeron una constante conexión con un público entregado.

Cedric Laure, un jóven frances de Biarritz apasionado de estos sonidos, se mostraba exultante con la presencia de Mayall tan cerca de un río Bidasoa que durante unos horas se convirtió en afluente del Mississippi «No he tenido ocasión de verle hasta ahora, y es un artista que me encanta. Parece mentira la energía que tiene para los años que maneja. Y la banda es perfecta». Pocos peros se pueden añadir al comentario galo.

Los cuerpos con más ganas de jota se quedaron a la sorprendente actuación de Dwayne Dopsie & The Zydeco Hellraisers. El acordeonista norteamericano elevó los ánimos con sus composiciones alegres y unos Zydecos entre los que destacaba la participación de Rodney Sam tocando el washboard. Un instrumento de percusión construido de metal y con forma de delantal cocinero que toma su nombre de las lavadoras manuales que nuestras abuelas empleaban en los rios. Sobre sus ondulaciones Rodney, una suerte de botella de anis gigante en plena celebración navideña, rasgaba escobillas y dedales centrando con sus aportaciones la atención del respetable.

El festival cerró el programa de actos del sábado con el concierto-jam session de los vizcaínos The Reverendos en el cercano bar Uxoa.

Yosigo: «Un buen fotógrafo no te deja indiferente, siempre te sorprende»

Ya estoy escuchando las mentes de los lectores: «Vaya tontería. Otra tanda de postales turísticas tópicas y típicas», pensará alguno de ustedes antes siquiera de ver las reproducciones que contiene este artículo.

Ojalá fuera ese el futuro de la treintena larga de instantáneas que el donostiarra José Javier Serrano (nombre verdadero del autor) ha recopilado de su vasta colección para presentarlas en el museo de la capital guipuzcoana.

Porque aunque sea fácil reconocer ese trocito de arena, esa costa perfilada o esa visión marina, su particular visión y su forma de tratar digitalmente las imágenes le convierten en un autor único.

Estampas de colores blandos, trabajados para que parezcan rescatados del viejo baúl familiar, con las personas casi siempre en un segundo plano y mucho espacio, lo cual potencia la insignificancia humana.

Los suyos son magnéticos retratos de una costa conocida pero extrañamente retratada, repleta de soledad y tonos fríos. Grabados digitales que reciben cientos de visitas diarias en el perfil que el autor posee en la página web Flickr (flickr.com/yosigo) y que comienzan a exponerse en lugares cada vez más amplios y relevantes.

– ¿Cómo pondera ese éxito de internet?
– Ese éxito es un poco artificial. Pero no te voy a engañar, estoy encantado de cómo me van las cosas en los mundos virtuales. Las fotos han gustado y eso me ha abierto muchas puertas.
– No todas locales o nacionales.
– Así es. He podido colarme en revistas japonesas o norteamericanas y publicaciones virtuales como MolokoMag o Issue.
– Y ahora se presenta en el Aquarium donostiarra.– Sí, las fotos de Kresala forman parte de una serie en la que he trabajado los últimos dos veranos, intentado retratar situaciones cotidianas veraniegas de la costa vasca. La mayoría de ellas se pueden ver ya en internet, aunque también guardo detalles exclusivos para esta muestra de entrada gratuita todas las tardes de verano. Por la mañana se podrá acceder a la sala con la entrada habitual del Aquarium.

Jolie Holland, Mursego: Femenino singular

Intérpretes: Jolie Holland, Mursego. Lugar: Sala Gazteszena (Donostia) . Día: 14 junio 2009. Asistencia: Unas 400 personas.

Hay una vieja ley musiquera que dice que una canción popular es buena si es capaz de mantenerse sobre una guitarra y una voz. Si la emoción consigue llegarnos con la mínima expresión de elementos es que el tema es impepinable.

El domingo a la noche conocimos dos excepciones a esta regla, una por el lado positivo y otra por el negativo. Y no en el reparto que ustedes esperan.

La medalla se la pondremos a la artista local, la eibartarra Maite Arroitajauregi, conocida en esta nueva etapa en solitario como Mursego. Habitual en las grabaciones de mil y un grupos vascos, la violonchelista ha parido un proyecto muy fresco y curioso, que apoya un lado en la experimentación y el otro en la canción popular.

Eso dio pie a que animosos espectadores la definieran como un cruce entre Mikel Laboa y Bjork. Podría colar, pero Mursego es menos snob que la islandesa y, aunque toma como bandera las libertades del autor vasco, su camino es aún muy breve como para poder acarrear tan pesada etiqueta.

Maite se apoya en el violonchelo -y en uno de esos pedales que repiten lo ejecutado- para ir construyendo sus aventuras melancólicas. No tiene reparos en tocar el autoarpa o el ukelele, hacer unas baterías con un teclado de comunión o azuzar unas maracas mientras le canta plena de referencias cinematográficas y urbanas a un micro situado en sus rodillas. Todo muy simpático y refrescante más allá de géneros musicales, de sexo o geográficos.

Y lo que con Maite fue Mursego con Jolie Holland fue monserga. Puede que tuviéramos un domingo perezoso y tonto. Pero la exposición al sol tristón de la californiana nos provocó una insolación grave.

Nada que achacar a la voz de la autora, preciosa y llena de sentimiento. Ni a unas canciones más clásicas que un empate de la Real en Anoeta.

Pero el músico de apoyo que se trajo a la velada quedó como coja compañía ante las letanías folk-blues interpretadas por Holland. Porque sólo hay una cosa peor que un tema de ocho minutos apoyado en un par de guitarras: Que el minutaje sea realmente más breve y la sensación segundera se haga eterna.

Apunte para cerrar: La cantante solicitó en un par de ocasiones, tras un aviso inicial de megafonía, que los asistentes no fumaran en la sala. Aunque el tema pareció cumplirse, Holland esquivó los bises aduciendo que el humo le había afectado a la voz.

Más allá de posibles divismos (también la tomó con los foteros), necesidades vocales y una ley que no tiene perro que la muerda, el tema irá agravándose hasta la llegada a las salas de la ciudad de estrellas más importantes que suspenderán actuaciones por idéntica razón. Y a ver qué hacemos entonces.