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Hondarribia Blues: Un festival impermeable

John Mayall consiguió que las nubes tan solo hicieran acto de presencia para disfrutar de su concierto memorable.

Organizadores y asistentes se pasaron estrábicos media tarde del sábado, con un ojo puesto en las actuaciones y con el otro mirando cómo el cielo iba llenándose de inestabilidad atmosférica. Afortunadamente el velo celestial tan sólo vino a gozar, como un espectador más, del día grande de esta cuarta edición del Hondarribia Blues.

El programa arrancó con la cita alimentaria de artistas y organizadores en el Hotel Rio Bidasoa. Al convite no acudió el protagonista del sábado, John Mayall. Quien sabe si guardando fuerzas para la larga jornada que le esperaba, el veterano bluesman británico no se hizo carne visible hasta las seis de la tarde.

Su paso por la charla abierta montada para que los seguidores se acercaran a su ídolo nos mostró a un artista relajado y cercano, en plena forma y humilde con los premios. Algunos atisbaron cierta susceptibilidad a la hora de hablar de los galardones (sensación potenciada con la veloz entrega nocturna del Premio Hondarribia) y posar para los abrazos foteros. Nosotros no vimos nada especialmente reseñable para un creador de fama mundial y 76 otoños a sus espaldas.

Nuestro paseo se dirigió hacia el Parador Nacional de la villa, en cuya plaza exterior La Jove Dixieland Band hacía las delicias de padres y niños en un concierto festivo. Con ejecución teatrera, la charanga de Castellón montó un pequeño jolgorio con las interpretaciones de algunos de los temas más tradicionales de la música de Nueva Orleans. Frente a ellos decenas de niños asistían al concierto. Unos corriendo de un lado a otro, en una especie de txiki-park dixie. Otros concentrados en las ligeras ejecuciones de clásicos como «Maple Leaf Rag» o ese «When The Saints Go Marching In» que cerró la actuación. Una despedida que nos indicó la mejor manera de vaciar un espacio repleto de niños: La explosión de confettis final hizo que casi todos los infantes corrieran en busca del trozo de papel coloreado que surcaba los cielos.

Algunos de esos futuros compositores, cantantes y quien sabe si críticos musicales siguieron el programa y se sentaron, quietos e hipnotizados (¿El blues también amansa las fieras?), frente al coqueto escenario de la Plaza del Obispo para ver el baño de calidad artística de Ian Siegal. Había ganas de escuchar al británico en formato trío, dado que su actuación acústica al aire libre del viernes tarde tuvo que suspenderse por las inclemencias del tiempo.

La espera mereció la pena. Siegal ofreció un concierto sublime basado en su elegante y fiero rasgado de guitarras, un vozarrón grave digno del Eric Burdon inicial y la perfecta compañía de Andy Graham al bajo y Nikolaj Bjerre a la batería. Vestidos todos de negro impoluto, sus músicas le guiñaron al funk de James Brown, a los tupés de Elvis Presley, a las locuras del legendiario Bo Diddley, al «Smoke on The Water» de Deep Purple, a la música fronteriza tejana y, cómo no, al traquetreo habitual de las composiciones clásicas de blues. Afortunadamente para algunos, las habituales baladas o letanías de estas músicas hicieron acto de presencia testimonial en la abarrotada plaza.

Como ocasional fue nuestra presencia en la actuación de Edu Manazas & Whiskey Tren en el escenario del Azken Portu, dado que compartían hora con el inglés. Teniendo como tenemos el don de la ubicuidad pendiente de confirmación papal, tuvimos que echar mano de un fichaje de última hora para cubrir el show. «Están muy bien, pero cantan muy poco. El guitarrista toca a veces la guitarra con la boca y el bajista no hace más que mover la melena. A mí me hace mucha gracia». Para el DV les ha informado Ane Gomez y sus doce años repletos de ingenuidad musiquera.

La necesaria parada alimentaria, dificil en terrenos turisticos y aún más peleados cuando un Festival de este calibre aterriza en sus calles, nos impidio disfrutar del arranque de los vallisoletanos Bluedays. El cuarteto se hizo fuerte en la defensa de los sonidos fronterizos y acelerados, mostrándose como perfecto calentamiento ante la llegada de la estrella del certamen, el británico John Mayall.

Con los dos pies cimentados sobre el blues británico y un soporte rítimico intachable, el de Cheshire hizo las delicias de los enamorados del los tonos clásicos y académicos, impermeables al paso de modas y decenios. Largos pasajes sosegados y arreones con los que el Bluesbraker recuperó viejos éxitos propios («Chicago Line») y ajenos («Checking On My Baby» de Sonny Boy Williamson) construyeron una constante conexión con un público entregado.

Cedric Laure, un jóven frances de Biarritz apasionado de estos sonidos, se mostraba exultante con la presencia de Mayall tan cerca de un río Bidasoa que durante unos horas se convirtió en afluente del Mississippi «No he tenido ocasión de verle hasta ahora, y es un artista que me encanta. Parece mentira la energía que tiene para los años que maneja. Y la banda es perfecta». Pocos peros se pueden añadir al comentario galo.

Los cuerpos con más ganas de jota se quedaron a la sorprendente actuación de Dwayne Dopsie & The Zydeco Hellraisers. El acordeonista norteamericano elevó los ánimos con sus composiciones alegres y unos Zydecos entre los que destacaba la participación de Rodney Sam tocando el washboard. Un instrumento de percusión construido de metal y con forma de delantal cocinero que toma su nombre de las lavadoras manuales que nuestras abuelas empleaban en los rios. Sobre sus ondulaciones Rodney, una suerte de botella de anis gigante en plena celebración navideña, rasgaba escobillas y dedales centrando con sus aportaciones la atención del respetable.

El festival cerró el programa de actos del sábado con el concierto-jam session de los vizcaínos The Reverendos en el cercano bar Uxoa.

Publicado enCríticas de conciertosReportajes

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