Quién lo impide, nadie lo impide

Sí, ha sido la semana en la que hemos gozado de la película de Jonás Trueba. Film que hay que abordar con calma, sin edadismos, sin negar que todos hemos sido esos y esas protagonistas de frases lapidarias y definitivas cada segundo. Unos chavales que aún defienden la pureza de las ideas y no entienden la equidistancia ni para una camisa o un corte de pelo.

Te puede gustar más o menos que el director intervenga o que la cosa acabe con la pandemia y los pensamientos de que todo iba a cambiar. Pero como retrato a lo largo del tiempo de los deseos, realidades, amores y primeras borracheras de estos chavales es una delicia. Y ver a Rafael Berrio feliz en la fiesta/concierto que sale, otra.

También ha sido la semana de que hemos ido a un museo vivo, el del rock progresivo. Jethro Tull nos ha recordado aquel estilo curioso, compuesto de retales de otros sonidos, de piezas de puzzles distintos que buscaban casarse. Una etiqueta a la que no se deben pedir cambios ni evoluciones. ¿Hacia dónde lo iba a hacer, si ya es si era una mixtura de tonos? Su concierto de Donostia nos mostró a un tipo bastante digno para la castaña de años que tiene, sin acercarse lo más mínimo a lo que podría ser su propio grupo tributo. El respetable ya solo piensa en lo progresivo de sus gafas

El viernes paseo al Daba a ver a Ron Gallo. Otro que mezcla que es un primor, aunque sus resultados sean variables. Cuando le pega a Ty Segall, fabuloso. Cuando lo hace al garaje, chachi. Cuando se tira a la balada un primor. Pero todo junto un recopilatorio de venta navideña en tienda indie. A destacar el volcán escénico de su bajista y el toparse con el colegueo musiquero para divertirse un rato en una sala bastante muy llena.

Y el sábado Eurovisión menguó ante la mejor pareja que puede representarnos – un beso muy fuerte a Jose Pablo Polo desde aquí, que somos muy fans suyos-. El Flamenco no ha calado, parece, aunque mandes una canción muy certera y moderna. Así que debemos probar con otro combo que abandere lo que es España: Ojete Calor.

Lo suyo en el Kursaal fue inenarrable. Todo segundo fue digno de ser mencionado. Desde el previo con los vídeos, ahí es nada. Un auditorio bien desacralizado que se dejó el bochorno en casa y fue a gozarla. Y le dieron muchos motivos para ello.

Las letras están repletas de humor bien afilado aunque lleguen bajo una capa blanca. La música son patrones MIDI, me juego la pinza. Y siempre hay mucho karaoke para sumarte a la fiesta, que eso es lo que es. Con brochazos de necesario humor negro y muchos momentos que nos autorretrataban e invitaban a que el respetable entrara al trapo. Cosa que hizo, ¿no les dije ya que se dejaron las vergüenzas en casa? Porque si lo que quieres es reír, soltarte, bailar y cantar lleno de alegría en un auditorio….¿Quién lo impide?

Para sobreponernos al lunes, otra vuelta a uno de los discos más bellos del año.