¡Que viva el 4 pistas!

Vigorizante y lleno de ganas. Así debe salir cualquier ser humano del visionado de “The Elephant 6 Recording Co.”, el film que recopila aquella maravillosa bizarrada que fue aquel colectivo musical de EEUU. Un fantástico repaso visual y, sobre todo, sonoro al movimiento que superó todas las dificultades con desvergüenza, calidad y felicidad. Salir sonriente es una respuesta natural.

El metraje comienza trepidante, raudo, con una sucesión de planos cortos, frases chulas y nombres de integrantes que recomendamos dejar pasar. Volverán a salir a lo largo del film. Lo importante es el fondo, el concepto, esa independencia absoluta que ya parece cosa del pasado. Sus momentos vitales no casan bien con nuestros momentos virales.

Elephant 6 nace en un pueblo de la EEUU vaciada, alrededor de una radio universitaria, de gente con inquietudes en poblaciones llenas de quietudes. Una gente que emigra a habitaciones donde vive con más gente. Que alquila grabadoras de 4 pistas – la gasolina de estos elefantes- un fin de semana por 5 dólares y se pirra por el Revolver de los Beatles.

Una gente que pinta, toca y graba sin universidades de por medio. Que puede vivir de repartir pizzas. Y comer de bonos de ayudas. Que aún puede alquilar casas enteras montando los locales de ensayo en el salón e invitando a colegas a que pasen, vean, beban y toquen.

Chozas ubicadas en ciudades universitarias (Athens) tan baratas que hacen que el pagar el alquiler no sea tan relevante como hoy. Y así, de paso, puedas crear sin parar ni agobiarte. Como sucedió en Malasaña. En Berlín Este. En Austin. Ya sabemos cómo ha acabado todo eso.

Autores que usan, porque cómo no van a usarlo, un banjo de 2 cuerdas y un saxo de juguete. Que solo saben ir hacia adelante sin frenos racionales. Que no olvida jamás las armonías y defiende (¡viva!) que hay que alejarse de la perfección con elementos imperfectos: un crujido, un loop frenado hasta la extenuación, un acelerón de rompe y rasga, un pandero tocado con la cabeza, ¿Por qué no va a quedar bien un acordeón o un metrónomo gigante ahí?

Una mezcla de músicos que se ayudan unos a otros hasta no reconocer a los grupos por la cantidad de miembros que comparten. Peña con un timonel que les impulsa (qué bien ha envejecido Robert Schneider) y les invita a crear canciones para la historia del rock cuando los discos se escuchaban hasta rayarse

A su lado viven y conviven muchas cabezas repletas de ideas luminosas (Bill Doss, Jeff Mangum) y otras vivísimas y uber atractivas pero algo desactualizadas (Will Cullen Hart, Julian Koster). Con bandas que has amado, otras que te han gustado y unas que no conocías y corres a buscar. Esa confianza hoy socialmente disuelta que te invitaba a navegar por un río descubriendo nuevos meandros.

Allá van una lista de youtube y un starter kit para volver a enamorarse de aquella juventud – propia y ajena-, descubrir la viveza del hambre, las pasiones compartidas sin mucho ego y la felicidad del «háztelo tú mismo»