Brotan las películas sobre el Chelsea Hotel como agujas hipodérmicas en un parque infantil en los años 80. El tugurio habitacional que dio cobijo a lo peor de la sociedad (entre los que hay que incluir, ahora más que nunca, a los artistas de todo pelaje) tiene más sombra que tronco.
Lejos quedan los días del NY vivo, centro de la contracultura luego asimilada y urbe que daba cobijo a vividores de excelsa creatividad. El Reciente Dock Of the Bay pasó uno de estos metrajes.
Y en Filmin verán otros igual de contemporáneos como este “Dentro del Chelsea Hotel”
En este Chelsea Hotel me gusta lo mismo que me disgusta. La película me llena y me vacía por las mismas cuestiones. La odio y la amo. Me parece tan alegre como triste. Tan fabulosa como horrible. Una misma imagen y una misma frase traen dos ideas contrapuestas en la misma alforja.
Una película partida en sus emociones que se registra en medio de la mutación del Chelsea, que en ese momento está pasando del mito al hotel carísimo. Aunque sus paredes y suelos nunca hayan creado una mierda aún son referenciadas allá donde se puede: “Esta era la pared del dormitorio de X”, se oye en formato emocionado en un momento del metraje.
Los antiguos habitantes, que intentan vivir el presente, mayores muchos, descastados otros, más allí que aquí la mayoría, antiguas glorias pequeñas, defensores del bien que se hacía en el espacio artístico ubicado en 204 W 23rd St de Nueva York, pequeños orfebres, arcaicos condes de título oficioso y coreógrafas ya retiradas caminan por pasillos con las tomas de luz al aire, paredes desconchadas, escaleras sin pasamanos, cascos de obrero y martillazos. Puede que mirar al pasado no tenga sentido, pero el futuro del capitalismo sienta casi peor.
Porque lo que permitió a aquel Chelsea acoger a tanto bala perdida fue, entre otras cosas como el efecto imán y la benevolencia de una ciudad y un director de Hotel que se fulminaron en cuanto la cosa cogió pinta de Boutique, lo sencillo que era pagar el alquiler
Unos pagaban con obra cuando no eran tan conocidos. Otros llegaban tranquilamente a fin de mes en un menú que incluía drogas, bebidas, comidas rápidas y fiestas hasta el amanecer del día siguiente al amanecer. Nueva York ya no es así y que el hotel mudara su piel era cuestión de tiempo – porque el dinero siempre aparece antes o después-. Las ciudades se dignifican y llenan de atractivo en los momentos más castigados -y libres- para luego vivir de rentas y aumentar las idem, perdiendo todo el arte que las hizo especiales. ¿Les suena?
Una búsqueda en google o booking nos chiva que los antiguos moradores perdieron. Los de los 60 su vida antes de tiempo. Los del 2000 su renta social y el derecho a seguir soñando. Y todos nosotros en el cambio de paradigmas habitacionales y sociales.