Sonaba “Amanece”, el momento en el que los fantasmas se recogen hasta nueva presencia. La canción que Rafael Berrio publicó en su “Diarios” era el colofón a una gala (así la denominó el autor) que juntó a dos extravagantes
Rafael declamó, y reclamó, su espacio en los mundos graves. A veces viaja con sorna, fíjense, pero ante la repleta sala de la casa de Cultura Ernest Lluch sus fraseados – apenas entonó- giraron y se escondieron. Con momentos de aplauso operístico, como en ese paseo por las calles de Donostia, rodeado de objetos inanimados que te van a sobrevivir, enunciando las tres maneras de beber ginebra (“soledad, mala estrella, desgarro”). Yo ya me entiendo.
El donostiarra, volviendo a la nomenclatura berriana, tiene a su lado un ángel. Un ángel guardián, que responde al nombre artístico de Mursego. Que juega, pero menos, con los loops. Que alcanza el cielo con “euskal existentzialistaren abestia”, una divertida maravilla de sopa de letras. Que abraza con amor a Nietzsche y elabora preciosas canciones de corte siciliano. Oh mammarsego.
Juntos parten del “Come together” para ofrecer “Niño Futuro”, el cierre salvaje. Al que le sigue un bis de, por supuesto, dos unidades. Todo ello empaquetado sobre un fondo de imágenes tenues. Sesenta minutos largos de paseo poético por los libros carcomidos y húmedos, casas palentinas frías y solitarias como sus habitantes. Por esas rendijas, las nuestras, se cuelan sus palabras, sus parábolas, sus guitarras y sus giros. Escucharlas de vez en cuando (no será este un espectáculo muy paseado, mal que nos pese) es bien reconfortante.
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