Las BSO, menudo crédito

Maquilladores, abogados, ayudantes de ayudantes, los de la grúa, el que me prestó dos pavos para la OTA, aquella del cole que jugaba a voley, que no se me olviden los agradecimientos a quien me sujetó la carpeta en COU…. La película recorre sus últimos segundos. Hace tiempo que ha dejado de tener guión. El fondo es negro. La lista pasa rápida, pero no tanto como cuando llega el momento que estás esperando: La Banda Sonora Original. Entonces la cosa se embala hasta convertirte en Marujita Díaz buscando el autor, intérprete o nombre de la melodía. Todo eso, como apuntábamos, mientras el de la limpieza ya se ha hecho media sala con su escoba.

Es extraño que una de las pocas partes de la película que se puede monetizar después de su proyección -probablemente por la misma empresa que ha financiado el film- ocupe un lugar tan inmundo en la sucesión de títulos de crédito. Un arte que resulta básico en la comprensión de la obra, que eleva o hunde, colocado junto a los posos del café de puchero. Una creatividad que cuenta con relevantes nominaciones en todos los premios del ramo, escupido a toda prisa, sin ninguna deferencia. La música se ha convertido en la amiga fea gracias a la cual te dejan salir de casa, pero que abandonas en una esquina a la hora de bailar.

Sé que la colocación de esas canciones en la enumeración final es una (mala) costumbre muy asentada. En la TV no es mejor. Ningún anuncio detalla la tonada empleada en el mismo. Y no seré yo quien pida que salga en letras grandes y a velocidad comprensible por niños de 4 años. Pero ahí enterrada, como una duquesa enjoyada, no recibe el foco que se merece.