La gran broma final

Habíamos dejado para más adelante un análisis de fondo a lo que plantea la atractiva película “auto”, ese retrato de la autoedición discográfica española capitaneado por Marxophone y otras figuras relevantes. Repetimos: lo que ahora van a leer no es un comentario de la película, sino un vistazo a su base.

No pelearemos contra la autoedición, mon dieu. Nos parece una gran forma de trabajar. Con sus esfuerzos titánicos y pequeñas satisfacciones. Complementaria en algunos aspectos a otros contratos con empresas mayores. Y puede dibujarse bastante bien en la redistribución de la riqueza generada por la cultura, llegando más cacho al artista directamente. Así, Nacho Vegas, Fernando Alfaro o Vetusta Morla defienden su postura, con acierto y razonamientos creibles.

Pero no vale.

Sí, muchos de ellos han formado parte del entramado que les ha dado el reconocimiento que ahora les aúpa hasta donde están, sea donde sea eso. Y no pasa nada por abandonar un barco que se hunde. Todos los días lo vemos: en el fútbol, en el mercado laboral,…

La música autoeditada es una lotería. Literal. Muchos apuestan por su boleto, a unos cuantos les toca lo echado y unos pocos son los agraciados con el sistema de apuestas (y El Estado es el que más gana). Es como si en un reportaje de sorteos solo salieran palabras de los ganadores.

Por eso, la pequeña – y sabida- “trampa”, ya emprendida por Radiohead en su día, consiste en elegir esa opción cuando tienes una base de fans enorme. Lo demás es el efecto myspace de Artic Monkeys. Pura chiripa. Una promo ideal para los distintos soportes 2.0.

Tan solo Vetusta Morla (y Lisabo, no retratados en Auto) pueden tomarse como ejemplos de partir de novias y acabar gustando a sus madres y abuelas. Bueno, Lisabo igual no son tan enamoradizos 😉

El resto no dejan de ser ejemplos de gente ya asentada que decide tomar esta vía. Sin más. Ni Menos.