Neil Halstead: Llévame a casa

En el exterior del bar, los tres músicos conversan con la telonera, quien intenta explicarles en inglés las opciones alimentarias del garito. Son las 23:15. Hace ya un buen rato que muchos de los cocineros de la ciudad turística se han convertido en calabaza. Deben manejar horarios de las Azores.

A los autores no parece preocuparles. Nada. Ni comer, ni dejar de hacerlo. “Iremos para lo Viejo”, dicen dejando su surfera furgoneta ahí mismo. Han llegado tarde a su concierto tras un azaroso día que incluye “bandidos”, viajes largos y robos de pasaportes. Neil y sus colegas son gente tranquila.

De esos que al acabar su show no corren a montar el stand, sino que salen fuera a fumarse un piti con la calma. Los más peligrosos para, a la hora de tocar, removerte todo el interior. Son osteópatas melódicos. Gente a cuya consulta vas sin mayores dolores palpables pero de la que, tras unos movimientos o ejercicios posibles de realizar por cualquier humano, sales en armonía, reordenado. Así, el concierto de Halstead fue un momento único, probablemente la hora y media más encantadora que nos puede dar el 2013. En resumen: Fue la hostia.

Una noche que, haciendo caso al orden de salida, arrancó con la actuación de Jojo Acha. Eibarresa que canta en inglés, rezuma amateurismo (algo que en esta página jamás será negativo), sueña por vivir en la época de Joni Mitchell, toca los acordes a la velocidad de un aprendiz y en su DNI pone “de profesión, tímida”. Pero tiene un tono cálido y un cantar armonioso y atractivo. Como dirían en el futbol, unos primeros buenos minutos en una carrera que seguiremos de cerca, deseando que pase a un idioma más cercano en el que seguro destaca aún más.

Matthew P, posterior contrabajista accidental de Halstead, le siguió en la escaleta. Afable y con una técnica depurada a la guitarra, el suyo fue un concierto de pub en la playa, con las suaves humoradas pintas (de cerveza) trasladadas a la Zurriola de turno. Algunas canciones eran espectaculares, y otras para jugar al tiro-a-pichón con ellas, como en el vídeo de Kutxa Kultur Festibala que pasaba en bucle entre grupo y grupo.

Y llegó la hora de Neil Halstead, cuyo último disco había alcanzado un buen lugar en nuestra lista “meh” de los últimos meses. Un grano malo no pudre el granero, pero en esta vida azarosa de escuchas y novedades antiguas y actuales había sido facil apartar ligeramente el CD ante otros intereses. Perdona, Neil, nunca volverá a pasar.

Porque la noche, gigante, hizo grande ese último trabajo, ejecutado en directo con una cercanía beatle que, lejos de hacernos chillar, nos mojó un poco el pantalón (¡emocional!). Ay amigos, QUÉ VOZ la de Halstead. Tersa, a punto de caer en la carraspera, cantada bajita siempre, con esa tranquila melodiosidad hipnótica.

Y, claro, acompañada de unos arpegios a veces abiertos y otras sobre afinaciones normales, absolutamente arrebatadores. Parando a ratos – donde fuera, no solo al final del concierto- para pedirle canciones a la gente, mostrándose sorprendido por el silencio reinante (“asusta, normalmente suele ser más ruidoso”. Un acierto moverlo del Altxerri al Salon de Actos de la Kutxa de la C/ Andía. En el garito de lo viejo me hubiera puesto de mala hostia ante el bullicio pasota barero habitual).

Con temas de su carrera en solitario y momentos para Mojave 3, fueron 90 minutos que parecieron 30. Deseando que hubiera tocado 6 horas, porque esa hubiera sido la ración de Neil que necesitaba nuestro corazón para sentirse en esa paz con la que el autor dirigía sus pasos hacia la Parte Vieja donostiarra.

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