Gente sagrada

Hay gente tocada por la divinidad. A veces para hacer un regate en un terreno de juego, otras para cocinar un menú en 20 minutos sin dejar la cocina como la selva de Camboya. Y también existe la deidad para hacer canciones. Ayer disfrutamos de dos ejemplos de esta música que nos arrebata.

120 amigos y amigas, calva arriba puto francés parlanchín que no calla abajo, nos acercamos al enésimo capricho excelso del Dabadaba. Fiesta que comenzaba con The Saxophones. Un concierto tan brillante, fastuoso, emocionante y precioso que debería habernos mandado a casa, a fin de no mancillar la memoria de tan elevado minutaje. Afortunadamente, no lo hicimos.

El trío, que como Yo La Tengo tiene una pareja entre sus miembros, construye auténticas catedrales con tres palillos. Un timbal base suave, un saxofón que se suelta el jazz, pregrabados sintéticos que abrigan – a veces a un volumen algo alto-, un bajo que llegó a irse al funk tranquilo, una guitarra de caja digna de Marty en Regreso al Futuro. Y una voz.

Y qué voz. Lo de Alexi Erenkov no es de este planeta. Deja a Richard Hawley en semifinalista de Operación Triunfo, en pastiche mainstream, en bollería industrial, en…bueno, ya se entiende.

También le roba la belleza a Chet Baker y se viste de gala aunque el resto del grupo vocal de los 50 le haya dado plantón. Hasta el traje, de pillastre de West Side Story, ayudaba en el viaje nada nostálgico a cuando las melodías se guardaban en cajas pequeñas y se enseñaban solo los días de guardar. Dos vinilos viajaron conmigo a casa.

El tercero de los plásticos negros que adquirí, de justicia, fue de Holy Wave. La Onda Sagrada. Aunque lo de ayer fue una ola sagrada, un tsunami, una zambullida espectacular, una marejada que superaba cualquier paseo playero.

Los Stereolab de las primeras citas en el local se morderían las uñas escuchando estas piezas. Qué energía, qué gancho. Pop impactante y portentoso, con una banda empastada mejor que tus piezas de Vitaldent. Sacándole la lengua a aquellos Allah Las, los primeros, los buenos. Ondas terrenales e invisibles que llenaron de enérgicas sonrisas hippies la sala de Egia.