La vuelta al mundo en 60 minutos

Son sitios modernos a los que siempre quieres volver. O asistir, que no hay nostalgia en el viaje. Amorante llega y despliega sus armatostes – cada día menos armatostes- y te quedas mirando. Pensando. Que saldrá hoy de esa silla flamenca, de ese Harmonium catedralicio y cuqui, de ese pad y ese teclado que tanto aporta. Pero aún no lo sabes.

Sus citas son una sorpresa. Y por eso vamos. Aunque hayas escuchado los discos, habrá dos o tres giros que no están en el vinilo. Si es tu primera vez, pues como con todo. Quieres repetir a todas horas. Porque buscas la sensación placentera que deja.

Ayer tocó lujo. Tocó la Sala Club del Victoria Eugenia. Todas son apropiadas para el de Elgoibar, pero ayer lo gozó más. “Espero que estéis disfrutando como yo lo estoy haciendo”. En familia. Con desconocidos. Con Amoranteers que le siguen aquí y allá. Y hay mucho que seguir, que ya viaja entre Orense y Huesca. ¿Se les hace raro por el euskera en el que canta? Bah, eso es de pobres.

Sus canciones suelen andar por los dos minutos. Tres a lo sumo. Cuatro esa que nos hace cantar a todos a tres voces, dándonos la medalla de “mejores cantores” que mañana llevarán otros. Sin bises, por favor. ¿Qué somos, Arde Bogotá?

Y la vieja Diosa Durga ahora se ha vuelto más selectiva. Ya no toca cocinar lasagna para un gaztetxe. El hombre orquesta de los fogones sonoros ahora usa los ingredientes de manera más selectiva. Quirúrgica. Y a la vez improvisadora. De la silla de mimbre brota la fuerza flamenca de sus voces sin tener que repeinarse como Israel Fernández. Del Harmonium el fondo acolchado y de larga cola. De sus pies, ay esos pies, el Messi de Elgoibar, corta y brota, muestra y quita.

Hay romeria separada del autor, esa “Manuela” que ahora se ha estilizado sin perder nervio. Se va al jazz parisino con mucho aire danzarín. Le roba a África su ímpetu y expresividad. Se modula rabioso como lo haría Fermín Muguruza (¿Nadie más lo emparentó?¿Estoy solo en este desierto? Mandad víveres por favor). Construyendo el trap sin ponerse la gorra al revés como Steve Buscemi. Reconstruyendo antiguos poemas y obras de autores locales vivos y fenecidos. Invitando a Odei Barroso a rapear e improvisar.

Y todo tiene sentido, y nada es impostado. Y todo es alegre y feliz.