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Categoría: Críticas de conciertos

Argiartean: un paseo por las baldosas más modernas

Algunos festivales son como los libros de “Elige tu propia aventura”. Argiartean, que estos días se celebra en el Jardín de la Memoria de Donostia, es uno de ellos. El festival de luz y sonido, una suerte de “slow fest”, te guía por un “camino de Oz” que incluye proyecciones sobre las paredes exteriores de la Iglesia Iesu.

Hubo conciertos en el jardín público. Pero uno no sabe si la música acompañaba a la proyección o viceversa. Fue fácil pasarse segundos, minutos, mirando las sorprendentes imágenes. Mientras, sobre el escenario, los ejecutantes buscaban diluirse en la luz proyectada. El músico Álvaro Turrión se alió con el artista Jaime de los Ríos para ofrecernos imágenes sísmicas, de corrientes marinas sobre un fondo sonoro que se acercaba a los claroscuros y la melancolía de Erik Satie y que más pronto que tarde saldrá en formato disco.

La banda Magia Bruta nos trajo una fantasía pop. En lo que fue el concierto más musical de todos, la sicodelia tranquila y sus amores por Beach Boys llegaron con imágenes de naturaleza filtrada y distintas formas geométricas. Y pudimos contemplar el retorno del dueto Instrümental, unión de dos grandes autores como lo son Javi Pez e Ibon Errazkin.

Silueteados bajo un telón que le tapaba, los músicos ofertaron un bello y emocionante pop acústico de aire bossa nova, puntos atonales, espíritu improvisador y detalles casi rock. La pantalla gigante recogía lo que parecieron las grabaciones de un viaje personal en el que destacaron los salpicados montajes, los paseos y los recortes fílmicos.

Pasito a pasito nos colamos en el interior de la iglesia. Las distintas instalaciones y proyecciones se magnificaron dentro de este espacio único. Unos jugaron con la luz reflectada y otras aprovecharon la altura y las esquinas del templo diseñado por Rafael Moneo para iluminar el espacio.

Hubo tiempo para dirigir nuestros pasos a las instalaciones repartidas por el parque. Neones de cocina sobre figuras humanas enfrentadas a un poema, unas futuristas farolas efímeras y el demandado juego interactivo de luces de discoteca llamaron nuestra atención. Hoy la programación continúa con fusiones atractivas (Lumi + Nagore Legarreta, Zabala, Pablo Casares) y esperados retornos (los catalanes Desilence sorprendieron en la edición del año pasado).

Pasen, prueben, renieguen o gocen. Probablemente encontraran espacio en Argiartean para todas esas sensaciones. Así que disfruten, eligiendo sus propias baldosas amarillas, de este certamen refrescante y experimental.

El Columpio Asesino: un tórrido final

La gira de despedida del grupo navarro llegaba a su querida Donostia (recuerden su “Ballenas muertas en San Sebastián”) con todo el papel vendido y mucha energía en un caldeado ambiente que gozó con el despliegue de personalidad y potencia.

La banda, bien completada con Iñigo Cabezafuego al bajo y Jaime Nieto al teclado, defendió el pop de guitarras, la fiereza del punk domesticado, la oscuridad más enfadada y la energía del rock de los años 90 en una lista llena de momentos álgidos. Desde las cimas de la popularidad (‘Toro’, ‘Ye Ye Yee’) hasta los valles más azuzados, los pamplonicas desplegaron una fuerza inconmensurable.

Con momentos pétreos a los que tanto les deben los posteriores León Benavente (‘Babel’, ‘Susúrrame’), pasajes casi nuevaoleros (‘La lombriz en tu cuello’), caídas secas (‘Escalofrío’), finales preciosos (‘A la espalda del mar’), modernetes aires disco (‘Huir’), minutos policíacos (‘El Evangelista’), toques pop (‘Perlas’) y golpes germánicos (‘Edad legal’). Una noche que nos regaló el ‘Vamos’ de sus adorados Pixies y en la que sudamos hasta sentados. Solo falto el ‘Pobre de mí’ en una sala que disfrutó del último baile de una banda que lo deja sin fisuras.

Boga Boga Festibala: cuando el envoltorio es la primera parte atractiva del regalo…

Donostia es famosa por sus localizaciones naturales. Lo primero y más visible, palpable y refrescante son sus playas. Y en una de ellas, en el chiringuito de Ondarreta, ha situado el festival Boga Boga su escenario gratuito más relevante. Un espacio en el que los sonidos underground más actuales se han colado entre los toldos y las toallas y que se cierra hoy con las actuaciones de Brava, Hofe x 4:40, J Martina y Margarita Quebrada.

No contentos con eso, los promotores de este nuevo certamen han buscado aprovecharse de otros bellos emplazamientos. En la jornada del viernes en el Palacio Miramar destacaron los vascos Belako y la fiesta final de La Femme. Esperemos que la propuesta de este BBF y otras reuniones culturales como Glad Is The Day y Musika Parkean aumenten el uso festivo de estos refugios climáticos verdes.

La itinerancia del Boga Boga siguió el sábado en el Museo Chillida Leku. El gran parque de árboles y obras de Eduardo Chillida ofreció un envoltorio muy especial a las creaciones de Verde Prato, Anari y la californiana Julieta Venegas.

Las composiciones de Verde Prato fueron una gasa para la escultura, una niebla invisible que fue poco a poco posándose en el descampado. Como si fuera el mensaje de la llegada de unas meigas escondidas en el hayedo situado tras el escenario. La tolosarra se mostró encantada de actuar “en este paraje tan maravilloso”, adecuando su vestuario para la ocasión.

Sigue siendo única a la hora de mezclar elementos. Acerca temas de Kortatu a los tugurios berlineses. Elabora melodías de lúgubre cabaret francés a las que su voz, un lujo de la calma, dota de cierto optimismo. Evocadora, con una tono suave que sube y baja por las escalas con sinuosa cortesía, casi susurrante y bien surtida de eco. Empleando el teclado y los pregrabados de forma espaciada y sencilla.

Uniendo elementos latinos con nanas y piezas de vals. Montando temas de despedida marítima a las que suma tensión rítmica. Cerrando la velada con un anticlimax precioso, como solo lo hacen las artistas que confían en sus partituras. En un enfoque muy cercano al de Kate Bush y el resto de ahijadas modernas, su propuesta sigue siendo de lo más interesante del panorama actual.

Tampoco parece, en apariencia, Anari Alberdi muy amiga de los cambios. En cuanto pilla una progresión de acordes que le gusta rara es la vez que la cambia dentro de una pieza. Pero su valor es brincar sobre ella con los músicos que le acompañan. Subir y bajar en la intensidad, crear estupendos colchones para esas letras de macrojuicios emocionales, relaciones personales, ansiolíticos de lujosa carga poética. Ahí, ahí sí es una jefa – y unos jefes sus compinches-.

Ayer ofrecieron unas partituras que se pueden ubicar en algún melancólico punto entre Neil Young, Patti Smith y los Tindersticks. Uniéndose al peso del acero y granito monumental de la explanada, llevándolo a unas melodías que pesan en el aire, que caen lentas sobre nuestras cabezas como el calor irreal de estos días. Los rayos y centellas que vimos a lo lejos solo aumentaron la épica del un concierto que fue tal y como lo anunció su autora al comienzo del mismo: “breve y precioso”.

Julieta Venegas levantó los traseros hasta entonces sentados sobre toallas y aislantes y acercó a los espectadores a las primeras filas. La urgencia de este texto nos impidió disfrutar de toda su actuación aunque los que escuchamos fue bien elegante: funky con detalles orquestales, piezas de moderno corte latino, pop de tendencia risueña y R´n´B de querencia norteamericana.

Boga Boga Festibala: remando en la buena dirección

Belako y Panda Bear & Sonic Boom fueron las propuestas más interesantes de la populosa jornada del festival Boga Boga

De las cenizas del Kutxa Kultur Festibala, el certamen indie que se celebraba en el Monte Igeldo, llega estos días a Donostia el Boga Boga Festival. Un proyecto que lanzaba ayer sus primeras grandes propuestas en la playa de Ondarreta. Sobre su arena se desfogaron los seguidores de las bandas Dharmacide, Irenegarry y Simona. Aunque la primera gran cita de los “Bogabogers” se iba a realizar en el Palacio de Miramar, escenario que recogía en enfoque cuqui del Parque de Atracciones “vintage” de Igeldo.

La tacada, ésta de pago, comenzó con la actuación de Pongo. Un trío femenino que puso en danza a los asistentes con sus ritmos africanos cantados en portugués. Acercándose a la música urbana e invitando a bailarines profesionales (y otros sacados del público) a la hora de completar la fiesta. En ese entrenador de fútbol que todos tenemos dentro muchos comentaban que mejor bailarlas a las tres de la mañana.

Quiso la suerte que Belako tocara en Donostia el día que se publicaba su último trabajo, ‘Sigo Regando’. La banda vasca es una de las de mayor proyección musical, con giras por medio mundo. Un combo que ha hecho de la defensa de la oscuridad y los tonos graves (fue fácil acordarse de Siouxsie ayer) su razón de ser. Con fuerza juvenil, descaro, rabia punk e impacto. Encontrando la pegada en una canciones que, salvo alguna cosa, lograron su objetivo y encandilaron al personal que menos despistado andaba.

La posterior actuación de Panda Bear y Sonic Boom fue la delicia del festival. El pequeño lujo para los musiqueros que peleaban ante el evento social – más de 1000 entradas vendidas- escuchando las canciones de ‘Reset’, el disco que han sacado estos dos autores de gran poso musical.

La magnífica voz del Panda flotaba entre “samplers” ajenos reconstruidos para la ocasión en evocadores temas repetitivos. Un bombón sonoro que picó de Beach Boys, lo latino y el pop de los años sesenta para reconstruirse de manera romántica y feliz. Al cierre de este texto el combo francés La Femme comenzaba a cerrar la jornada palaciega con una mezcla de sonidos franco-españoles que disparó los ánimos de los presentes.

El festival continúa hoy con los eventos playeros gratuitos, programación de tarde en la que destaca la presencia de Lukiek y el techno-jaleo pop de Joe Crepúsculo. En la rama “paganini” (45 euros) encontrarán la cita en el Museo Chillida-Leku de tres autoras de irresistible atractivo creativo: Verde Prato, Anari y Julieta Venegas.

Danny Ocean: un océano de gente joven

Y llegó el fiestón juvenil. El delirio. La gran parranda musical adolescente. La cita que durante las últimas semanas fue de boca en boca hasta convertir la explanada de Sagüés en una populosa reunión. Que digo populosa, multitudinaria. Que estaba la plaza “abarrotá”, como diría el Dúo Sacapuntas. Una de esas reuniones que vacían el “pintxopo(te)” de Gros previo y hace que los clientes sean hormiguillas en busca del azúcar sonoro que suele ofertar el gran escenario público de la Semana Grande donostiarra.

No les puedo decir si había más o menos gente que en aquel reventón de La Oreja De Van Gogh en esta misma ubicación allá por el Pleistoceno, en el año 2017. Pero sí les puedo confirmar que la tropa se llegó a ubicar más allá de las txosnas. En una densidad que para sí querría más de una manifestación reivindicativa.

Un encuentro que tuvo un telonero local, Iñigo Martínez de Nanclares “Tinez”. Joven curtido en las barras de “lo viejo” que comienza a pisar los escenarios de Madrid. Orgulloso amaratarra que graba sus vídeos en la Plaza de Los Estudios o el Puente de Hierro y que la noche del jueves contó con 20 minutos para defender el arte callejero del 20011, código postal del mencionado barrio de la capital.

Acompañado de dos colegas y con una voz que mostró cierta sobredosis de autotune (aceptable cantando, más “Gallo Claudio” cuando charlaba) sus letras fueron repetidas por la mayoría de los presentes, con ‘Si supieras’ y sobre todo ‘Qué tal?’ como temas más vitoreados.

Empezó fuerte el protagonista de la velada, Danny Ocean, gracias a la potente “Dembow’. El venezolano vino a Donostia en formato de banda completa con un montaje espectacular en su concepto más visual: pantallas gigantes, acelerados juegos de luces y un par de chaparrones de “alerta amarilla por confeti” que volaron sobre nuestras cabezas.

Su cantar y componer se asentaron más cerca de Alejandro Sanz (‘Báilame’) que del Bad Bunny que sonó como música ambiental antes de su concierto. Las partituras de este caraqueño mezclan música de raíz latina bien asentada, bien clásica, con sonidos y cadencias más actuales. Filtrando los sonidos (‘Istanbul’) o usando las palmas flamencas en esas creaciones que se desvanecían como si fueran parte de un álbum (‘Brisa’).

A la lista no le faltó espacio para agarrar el soft-pop de teclados popularizado por la B.S.O de la película ‘Drive’ (como en ese ‘Volare’ que rapiñó frases del famoso ‘Nel blu dipinto di blu’ de Domenico Modugno) o cantar sedosas canciones de cadera y cercanía (‘Epa Wei’) en los que elevó su voz suave y rota. Mas sobre todas las cosas, el muchacho tiene baladas para exportar (‘Fuera de mercado’).

El venezolano, el primer autor de su país en alcanzar los mil millones de reproducciones de un vídeo en YouTube, se permitió lujos como el de interpretar el afamado ‘Swing’ en formato acústico. Algo que descolocó al personal. Bueno, a todos menos a una chica, la que subió al escenario desde el público y se sentó a escuchar la pieza en una “experiencia religiosa’, que diría Enrique Iglesias. La juerga finalizó a los contractuales 90 minutos con el corte más famoso del autor, ‘Me rehúso’, en una llanura en la que se hizo de día gracias a los miles de móviles que buscaron registrar el momento.

Bulego: caminando por el lado optimista de la vida

Las agrupaciones de corte familiar esperaban sentadas en el suelo, impertérritas frente la viveza del ‘Don´t call me up’ de Mabel que lanzaba el sonido ambiental. Grupos de chavales y chavalas adolescentes iban llegando nerviosos desde el paseo del Kursaal mientras se sacaban ‘selfies’ para capturar el momento. Alguna pareja suelta se adentraba en los bares de la zona, tranquilos para los que suele ser una fiesta de este pelo. “Quitando el concierto de ‘El Drogas’ el resto no ha traído a mucha peña”, nos contaba un gerente. El miércoles no iba a ser la excepción.

La explanada de Sagüés se ocupó al 75% para recibir las canciones de Bulego, quintento azkoitiarra que canta en euskera y que cala en los estratos más juveniles de nuestra pirámide. Ellos son los autores de unos tonos animosos que aún están despegando – tienen un disco grande y dos pequeños- pero que ya les ha dado para agenciarse el escenario grande de nuestras fiestas de agosto.

Su menú es variado. Pantallas hiperactivas y luces impactantes acompañan al pop-rock local de la radiofórmula vasca, ahora modernizado con golpes digitales y el sonido de unos teclados que quisimos apagar en un par de temas por su sonido extemporáneo. Con gotas de tecno europeo ochentero (menos oscuro que el de Zetak), épica sin traca final y esencia de mainstream vasco. Acabando la lista con sus pelotazos – ‘Kantu bat’, ‘Bueltan Da!!!’ – y dejando espacio para baladas más clásicas que el jersey anudado al cuello. Una mistura que fue cobrando sentido con el paso de los minutos, demostrando el disfrute que puede dar la creatividad que no busca posarse en ningún estilo concreto.

Buena parte de la “culpa” de la salud de la banda la tiene el cantante del combo, Tomás Lizarazu. “Tom” en algunas entrevistas de medios modernos. De profesión, optimista. Treintañero y “product manager” de una empresa de maquinaria. Feliz padre de familia (su hija se llevó una dedicatoria en ‘Entera daitezela’) y sobre todo, guindilla.

Un muchacho con una vitalidad tal que deja a Zetak en madrugón de lunes laboral. Propuso todo lo imaginable para que los presentes entraran en el bolo: aplausos, brazos en alto, encender el móvil y convertir la explanada en un Mar de Ardora. picar a los locales con referencias vizcaínas, agacharse y levantarse, mil y un onomatopeyas (“uooo”), callarse para que la gente cantara, bajar a primera fila a entonar. Si me dejo alguna es fruto del olvido, no porque no la ofertara el chaval.

Pero Lizarazu es sobre todo un gran cantante – que, esto no es normal, realiza todos los punteos de guitarra de la formación-. Llegar a Donostia convaleciente de una neumonía y que apenas se note (sin ponernos Rottenmeyer solo le cazamos un despiste de tono) es digno de mención y aplauso. Como el de sus letras. Amorosas y buenrollistas sin pasarse de almibar. Con contadas referencias a los apasionados juegos de sábanas fácilmente explicables si el niño pregunta insistentemente “Ta hori zer da?”. Líricas que defienden el euskera (‘Irulegiko esku’) o se posicionan contra las agresiones machistas y homófobas. En el futuro pocos escenarios mayores y más gratuítos que el de ayer encontrarán por nuestra zona. Aunque no sería de extrañar que la siguiente vez lo reventaran por las costuras.

El Drogas: esta es una noche de rock and roll

63 años. 64 castañas a finales de agosto. Hay que frotarse los ojos, ajusta las progresivas y mirarlo una y otra vez en la Wikipedia para confirmar la edad de Enrique Villareal “El Drogas”. Vale que cada vez lleguemos mejor a esa edad de corte que nos lanza a la despreocupación laboral. Pero lo de este “chaval” de La Chantrea (Pamplona) es una cosa alucinante. Un detalle sobre su vigorosidad: el bolo duró dos horas y contuvo treinta canciones. Treinta. Sin apenas pausas, claro.

Por más que rebusco en mi bloc de notas del concierto no veo la palabra “tranquilo” por ninguna parte. El volumen, sin ir más lejos, fue digno de Spinal Tap. Más de uno y más de mil dejaron la explanada de Sagüés con el oído avisando del exceso puntual. Y qué decir de las composiciones musicales. En esa carrera eterna hacia la contundencia de la -formidable- banda que acompaña a Villareal, la categorización de tonadas tuvo su punto más bajo en el rock callejero de los años ochenta. De ahí para arriba, el cielo pedregoso.

Ay, el rock de Leño, Tarántula o Asfalto. Aquel estilo urbano que no anunciaba hamburguesas y llegaba reivindicativo (como el ‘Pétalos’ dedicado en San Sebastián a “Las 13 Rosas”). Unas creaciones que la noche del martes brotaron encrespadas. Txus Maraví, el guitarrista del combo con apariencia de curtido contable, moldeó el sonido de la formación para conseguir que esos cortes sucios sonaran mucho más impactantes apoyándose en los tonos agudos de su guitarra Flying V.

Repaso a la discografía “Barri”

Del repaso a la discografía “Barri”, espina dorsal de la cita del 15 de agosto, copia de la reciente gira “Barricada 40” con la que el de Iruña ha recordado sus viejos tiempos, indicar que hubo puñetazos punk (‘Barrio conflictivo’), otros cercanos a los Rolling Stones (‘Deja que esto no acabe nunca’), minutos de aire clásico guitarrero (‘No hay tregua’, ‘La hora del Carnaval’) y alguna pieza ondulante (‘Esta noche’).

La fiesta se completó con guiños al glam (‘Cuidado con el perro’), pinceladas de blues tenso (‘Tan fácil’), adoraciones sin rubor de la apìsonadora Motorhead (‘Bahia de Pasaia’, ‘Ninguna bandera’). Con recuerdos al hard rock angelino de los años 90 (‘En la silla eléctrica’, ‘Problemas’) o firmando obras de regusto australiano (‘Ocupación’). La única versión ajena fue el ‘Cumpleaños feliz’ que el grupo y los asistentes le cantaron al técnico de sonido Iñaki Ábrego.


Todo ello iluminado por un juego de luces acelerado y una pantalla que iba mostrando lo que pasaba en el escenario a tiempo real. Sumando esto y aquello nos quedó “una noche de rock and roll”: una fiesta de hitos que explotaban en los estribillos, con gente que se apuntaba a corearlo todo para acompañar a esa voz principal – ubicable entre el trago de cazalla y la gravedad del tenor- que no mostró flojera en su particular estilo. Cuando decimos cantarlo todo es literal: hubo más de una docena de canciones en las que el micro apuntó a las cabezas de los presentes. Y allí entramos todos como el toro al trapo.

Buscando una conclusión o resumen final del sentir general basten las palabras que el propio Drogas suele decir a lo largo de sus conciertos: la gente abandonó el lugar “a gusto”, destacando en sus comentarios la energía y la buena interpretación de aquellos éxitos.

Gari, el condenado a la esperanza

Podríamos arrancar el texto por el remate, por la zona que llaman “Bis”, que fue una maravilla. O destacar el lujoso repertorio propio que tiene Iñaki Igon Garitaonaindia Murgiondo “Gari”. Sin poder olvidar que sonaron las canciones de Hertzainak, aquel mítico grupo cuya última gira de despedida no pisó la capital guipuzcoana. Podríamos empezar por cualquier parte, pero el resultado sería el mismo: 24 piezas y dos horas de concierto en los que el autor dignificó su pasado y puso en valor su momento actual.

Con los rayos cayendo sobre el mar nos recibió la explanada de Sagüés en su día grande de su semana ídem. Pocas almas en los minutos previos. Menos mal que como el sirimiri la gente fue dejándose caer y al final consiguieron llenar media plaza. Un espacio que también fusionó presente y pasado, con gente ya cercana a la jubilación y muchachos de esa parranda sin efectos secundarios persistentes.

Los interpretes fueron intercalando autorías compositivas. El lado Hertzainak se inauguró con el potente aire rockerillo inicial de ‘Amets’. ‘Rock and rolla batzokian’ quiso unir a The Housemartins y el saxofón ska. ‘Bi minutuero’ se nos mostró con una estructura pétrea. Una locomotora con un vestir que gustaría al propio Bruce Springsteen – saxo incluido- .

La conocida ‘Eh Txo’ fusionó a The Police y las guitarras a la contra. El descaro de ‘Amets Prefabrikatuak’ estuvo bien dirigido por el sinuoso bajo. ‘Si vis pacem, parabellum’ llegó opresiva y tuvo una clara inspiración ochentera que empezó jazzy y se cerró con un estribillo que firmarían Itoiz.

La zona en la que la voz de Gari se relajó y reclinó el asiento fue un pequeño lujo. Un viaje acústico realizado con la sola compañía de las cuerdas (‘Ispiluaren aurrean’, el comienzo de ‘Aitormena’) o la guitarra (muy emocionante la interpretación de ‘564’). Hubo más, algunas olvidables -‘Guantanamera’- y otras más directas -‘Zoratzen naizela’-. Se agradeció la revisita que el legazpiarra quiso dar a aquellos viejos éxitos a los que no perdió ojo pero añadió su propio rímel. Redecorando la casa sin perder la esencia.

Como decíamos, la larga lista de piezas contó con numerosas referencias a la obra reciente. Fueron melodías más interesantes que las tributarias ya que mostraron a un autor en buena forma, con inquietud, elegancia y sensibilidad. De esos 30 años de firma propia nos quedaremos con ‘Beste denbora batean’, un lujazo pop. ‘Gaur’ fue de una densidad y oscuridad de innegable atractivo, con la voz larga y el punteo Neil Young. Pero no todo fueron agobios, que al ‘Egun on Mundo’ vestido de Coldplay solo le faltó una explosión de confeti. Temas que contaron con un efectivo uso de la pantalla de fondo que combinó ilustraciones con imágenes a tiempo real.

La banda destacó en las creaciones de claro influjo norteamericano. La sección a banda completa de ‘Aitormena’, la suave ‘Amapola’, la arrebatadora ‘Esperantzara kondenatuta’, esa mezcla Triki-Wilco de ‘Zaharra zara Bilbo’. En el top colocaremos ‘Estutu nazazu’, obra bien contrastada que despertó electrónica y finalizó con esa reiteración que no quieres que acabe nunca. Sonriente, feliz, como durante toda la noche, se despidió Gari tras una actuación que echó la vista atrás pero embelleció el estado actual del guipuzcoano.