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Rulo: rock distinguido

Intérprete: Raúl Gutiérrez “Rulo”. Lugar: Convent Garden (Donostia). Día: 12 de julio. Asistencia: lleno, unas 150 personas

El rock urbano ha ido mutando como lo hacen las propias ciudades. Ya no es cuestión de escenarios descascarillados ni cables sueltos. Ahora todo es más peatonal, vecinal, respetuoso y coexistente. Y hay gente, como los asistentes al concierto de Raúl Gutiérrez “Rulo” del pasado jueves, que agradecen estos cambios.

El de Reinosa llegó a Donostia dentro del ciclo “Live The Roof”, serie de actuaciones realizadas en azoteas de sitios distinguidos por su localización o vistas. El Convent Garden de nuestra capital se convirtió en una terraza cuqui. Por haber hasta hubo un dibujante (Martín Muro) elaborando un cuadro en directo. “¡Vaya sitio!”, decían los invitados que se acercaron al terrazo por cuestiones no puramente musicales. El pequeño luminoso publicitario que rezaba “Live The Sunset” (“Disfruta del atardecer”) les daba la razón.

Tras el anuncio se dispusieron las guitarras y el piano que el compositor dispondría para el evento. Y frente al cantante, gente sentada desde media hora antes del comienzo. Atenta, nerviosa, excitada. Es un planazo tener a un autor que adoras a esta distancia cercana y cantando de manera tan natural. Y respetarle hasta la timidez, que es algo muy donostiarra.

No fueron pocas las veces que Rulo invitó a los presentes a cantar sus temas. La respuesta, al comienzo murmurada, fue ganando decibelios con el paso de los minutos. “Es normal, hemos empezado a la hora de los Cantajuegos”, dijo el antiguo vocalista de La Fuga en otro guiño al respetable.

Desde la inicial “Objetos perdidos” hasta el cierre con “El vals del adiós” el cántabro fue un compendio de buenas maneras. Cercano y jovial, presentó todas las canciones de manera simpática o detallada con la confidencia que ofrecía el espacio. Tiró del piano en “Mi cenicienta” o “Heridas del Rock and roll”, abrazó las doce cuerdas de la acústica en “La balada del despertador” y disfrutó en temas tan aplaudidos como “Por verte sonreir” o “32 escaleras”. Con letras sobre amores y desamores, papeles de fumar y trasnoches que usaban rimas efectivas sin caer en el mamarrachismo simplón.

En total fueron 90 minutos que gustaron a todos. Los que no le conocían soltaban un “¡Qué majo!” al finalizar el acto. Los fans hicieron que el recorrido entre el escenario y el reservado tuviera numerosas paradas para fotos y besos. Supongo que todo eso mezclado puede servir como ejemplo de un acto exitoso.

Publicado enCríticas de conciertos

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