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La Bien Querida: Ceremonia digital

Aires electrónicos sobrevolaron el barrio donostiarra de Intxaurrondo el pasado sábado con las actuaciones de los guipuzcoanos Anai Arrebak y la bilbaína afincada en Barcelona Ana Fernández-Villaverde y el conjunto montado a su alrededor, conocido como La Bien Querida. Grupo que acercó a la capital su espíritu más digital.

Los “hermanos” de Pasai Donibane empezaron potentes. Arropados por un montaje escénico que incluía logos y dos discotequeras bolas de espejos, los dos cantantes se desgañitaron entre saltos y movimientos, lanzando y girando los micrófonos en el aire y transmitiendo energía sin descanso. Gran voz la de ella, por cierto.

Menos tirantes que en su anterior cita de Gasteszena, ofrecieron la oferta habitual dirigida al baile guitarrero. Hubo soul, funk, post punk, rock duro, tecno y hasta una curiosa adaptación de una canción típica del salto a la comba, aquella que empezaba con “aita, ama zenbat urtekin ezkonduko naiz”. Con un batería sensacional y un teclista que no paraba ni para beber agua, dejaron muy buen sabor de boca y un deseo de verlos en un horario más tardío, con el cuerpo más movido.

Había ganas de escuchar el nuevo envoltorio de La Bien Querida. La banda se ha reducido bastante, quedando los fijos (Ana y su pareja David Rodriguez, miembro de Beef y La Estrella de David) y la compañía de Frank Rudow (ex Manta Ray) a las máquinas. Y el resultado es el más flojo de los que les vimos. Bien es cierto que no pudimos disfrutar de sus inicios acústicos, pero la óptica electrónica languidece si la comparamos con la formación popera o rockera habitual. Porque no hace brillar unas canciones que son muy buenas.

Porque eso no ha cambiado en “Labienque”. Sus letras, conversaciones de almohada a las que se les ha puesto voz, son muy bonitas. Pero el nuevo sonido no las mejora ni las hace grandes. Aunque, y esto les puede sonar a pirueta, uno las imagine triunfando en escenarios gigantes del Primavera Sound.

Con unos audiovisuales que navegaban entre la genialidad y la vergüenza ajena y una duración británica de poco más de una hora, la banda recuperó algunos viejos éxitos y abandonó el lugar con una canción acústica que no hizo sino reafirmarnos en nuestros pensamientos.

Publicado enCríticas de conciertos

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