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St.Vincent, Mursego: Autoras divergentes

Las fiestas del “Día de la Música” en Donostia tenían como plato fuerte la doble actuación de Mursego y St. Vincent. Dos formaciones nada habituales que cuentan con una chica al frente.

En el caso de Mursego (Maite Arrotajauregi) la suma de componentes humanos acaba pronto, dado que actúa en solitario. Y su compañía en esta ocasión fue más ligera y comedida: El chelo, su siempre fiel compañero digital que elabora loops sobre instantes que la eibartarra interpreta en directo, un autoharpa, unos palos infantiles, un xilófono, y poco más.

No importó. Los elementos nunca definirán el increíble arte de esta autora que no se apoya en los estilos musicales. Y Dios quiera que siga así, surcando los cielos creativos sin pararse mucho rato en ninguno de ellos. Porque una de sus mayores virtudes es conseguir transmitir esa supuesta informalidad, esa diversión. Como si todo fuera un juego (que se apoya en una formación clásica, ojo) que empieza y acaba atrapándote.

En esta ocasión, el firmante se quedó con los amores mostrados a África y el toque hiphop. Hubo muchos temas nuevos en una lista que sonó más sobria que de costumbre. Quizás el teatro influya en las composiciones elegidas, quizás a las nuevas les falte un par de giros. Quizás, quizás, quizás.

Unos adverbios que también empleamos, en un sentido menos optimista, a la hora de definir la actuación de St. Vincent. Dejando de lado la innegable belleza de su cantante Annie Clark, la oferta de la banda parecía huir de la melodía como un chaval de las ONGs que se dedican a la cuestación callejera. Solo el bis, sencillo, escapó de esta férrea norma.

Clark parecía a ratos una de las “chicas Prince”, aquella escuela femenina apadrinada por el autor de Minneapolis. A la hora de caminar sobre los taconazos y hacer punteos a la guitarrista sufría unos espasmos similares. Con unos cantos que evocaban a la Bjork menos chillona, la música era tenebrosa y de sonidos chocantes. La dama viajaba acompañada de un buen batería y dos socios a los teclados. No fue un mal concierto, pero a algunos les pareció tan anodino como extraño.

Desconozco qué le habrá visto David Byrne para editar con la dama un disco a medias. Pero debe ser un concepto tan avanzado que habrá que observarlo, escucharlo, sentirlo o gozarlo desde un ático neoyorquino.

Publicado enCríticas de conciertos

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