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Alucinando bajo la lluvia.

Las nubes que se posaron sobre Donostia dejaron un poco de agua y toneladas de deliciosas músicas del mundo, con los japoneses Shibuza Shirazu Orchestra como reyes absolutos del Jazzaldia.

http://www.flickr.com/photos/ascafon/4271474355/

A nuestro certamen musical veraniego pueden venir solistas virtuosos. Creadores únicos. Formaciones en forma. Viejas leyendas. Gentes en conciertos alimentarios. Tocando jazz, pop, soul o drum&bass. Pero ninguna – repito, ninguna, jamás, nunca- será como la Shibuza Shirazu Orchestra. Su concierto, que sirvió de cierre a la jornada inaugural del Jazzaldia, fue demencial, increíble, imponente, lisérgico, feliz, deslumbrante, disparatado. Y todos los sinónimos elevados y emocionantes que se les ocurran.

Un señor pintando un dragón en un lateral, una ‘banana dancer’ (señora con dos plátanos gigantes en las manos), un bailarín de ‘Butō’ que se subió por la estructura en la parte final de la velada, un cantante-animador vestido de algo similar a un luchador de sumo, videoproyecciones sicodélicas y ‘korrikalaris’, un gigantesco dragón de helio que se paseó por el público en la canción más hermosa de la noche…

Todo dirigido por Fuwa Daisuke, el director de orquesta que devoraba – y fotografiaba al mismo tiempo- el jamón serrano de la zona de invitados. El encargado de dirigir la soberbia ‘big band’ de mil y un sonidos: Ska, soul digno de James Brown, sinfonías de Lalo Schifrin, gitanadas de Emir Kusturica, pop, jazz, rock guitarrero. Una mezcla arrabalera digna de las fiestas de nuestro barrio que sus manos se convirtió en el concierto más impresionante que verá el Heineken Jazzaldia en años. O siglos.

Nada que reprocharle al resto de la noche. Mari Boine fue una delicia melódica. Con un euskera fluido que ya quisieran para sí nuestros políticos de barnetegi, la cantante sami ahuyentó la lluvia con su voz recia y delicada. Una banda impecable que deslizaba armonías mediterráneas, jazzeras y norteñas, mantras indio-lapones que hipnotizaban a los asistentes.

A la misma hora, los experimentales Supersilent convirtieron la carpa Heineken en un acto diurno del festival de música electrónica Sonar. Duramos pocos minutos. Por decirlo de manera adecuada y educada, no era el día. Aunque los hubo que salieron sin pisar el suelo.

Apoya tu escena local

Apagamos y encendemos el router musiquero, y nos plantamos en las carpas de la trasera del Kursaal la tarde del jueves. Un mensaje salta en nuestro ordenador mental. Es del Jazzaldia y nos dice: “Support your local scene” (apoya a tu escena local). Ellos lo cumplen con buena nota.

Arrancamos con un sabroso helado. En el Escenario Frigo el combo R.S. Factor le susurra a los asistentes, nota tras nota, que las bandas de jazz vascas no tienen nada que envidiar a las foráneas. Los chicos de Musikene vuelan entre las nubes presentes con la fiabilidad de un avión transoceánico, clavando sus giros cual gimnasta olímpico.

Tras el granizado, turno de tomarse una cañita con The Hot Wok y DJ Parrucho en la carpa Heineken. Vitorianos de nacimiento y vitorinos en los embistes, con cornadas de funky a ratos latino, a ratos negro. Un batería y 3 sopladores que divirtieron a los presentes, con el DJ añadiendo ambientes y detalles.

Bajamos al Escenario Verde a ver la deliciosa actuación de The Morning Benders, no sin antes parar en la carpa más molona de todo el Jazzaldia, la de Kaspersky Lab. Tienen ¡2 máquinas recreativas del ‘Space Invaders’!. ¿No saben lo que es? Bendita juventud la suya, queridos lectores.

Cerramos esta crónica de urgencia mirando al mar, donde decenas de surfistas intentan coger las olas. Con las músicas de los californianos ‘mañaneros’, entre en indie y el folk, entre los 60 y la nueva ola barbuda, poniendo la banda sonora ideal a un atardecer sonoro excelente.

Publicado enCríticas de conciertosReportajes

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