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Vetusta Morla: La caza del zorro

Intérpretes: Juan Pedro Martín «Pucho» (voz), Álvaro Benito (bajo), Guillermo Galván (guitarra), Jorge González Giralda (percusión, teclados), David García Garrote (batería), Juan Manuel Latorre (guitarra, teclados). Lugar: Teatro Victoria Eugenia (Donostia).Asistencia: Lleno, unas 900 personas. Entradas: Entre 25 y 15 euros.

Empecemos quemando los rastrojos: “Si la banda Radiohead no hubiera existido, Vetusta Morla no hubieran tenido el calado y la aceptación que tienen hoy en día”. Vale. Correcto. Y real.

Muchas de las estructuras que los madrileños emplean en sus canciones beben (hasta el coma etílico, que diría el veterano) de los sincopados temas de la última época de los británicos, cuando la sorpresa rupturista ya se había asimilado un poco.

Pero si analizáramos todas las bandas con ese rasero racional nos iban a quedar cuatro gatos: Elvis Presley, los Beatles, los Beach Boys y tres más. Además, al 80% de los asistentes que anoche reventaron el Victoria Eugenia Thom Yorke (cantante de Radiohead) les suena a producto de charcutería o condado británico donde se juega a cazar al zorro. Y lo más importante del todo: Vetusta Morla conectan con la gente.

Con solo esa última parte todo el doctorado explicado en líneas anteriores cae como un castillo de naipes. Es cierto que cuando metes una banda de estadio (el sexteto llenó la playa de la Zurriola el pasado Jazzaldia) en un recinto cerrado se magnifica la atención, la cercanía y la energía. Pero eso también hay que ganárselo. Y Vetusta Morla lo hacen con canciones. Las ruedas que deben mover el mundo musical.

Los castellanos, seguidores del lirismo elevado del pop actual, tienen más singles en su único disco que Mecano en media discografía. Créanme si les digo que 14 de las 18 canciones ejecutadas el jueves en Donostia saldrían en vinilos pequeños si aún viviéramos en los años 80.

Y no les duelen prendas a la hora de quemar sus melodías más conocidas (“Un día en el Mundo, Copenhague”) antes de llegar al cuarto de hora de velada. Se muestran sobrados, excelsos, rabiosos, sencillos pero directos. Convirtiendo el antiguo emplazamiento guipuzcoano en un teatro británico moderno en toda regla. Ya saben, esos espacios que eliminaron los asientos para incrementar la animosidad de los presentes. Salvando las distancias, el Victoria Eugenia fue un Apollo o un Bowery en toda regla. Y cambiar ese chip solo lo consigue la conexión de la banda con los que pagaron por verlos.

Porque tienen al público en el bolsillo. Nunca habrá tal euforia en nuestra ciudad como para reventar los asientos del V.E. a patadas. Pero ver a todos los espectadores continuando los coros del tema “Saharabbey Road” para que la banda hiciera un bis es algo extraordinario. Lastima que en esa continuación no se mostraran tan acertados como en el resto de la noche. Sino, estaríamos hablando de una muesca en la historia cultural de nuestra ciudad.

Publicado enCríticas de conciertos

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