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Micah P Hinson: El jazzero solitario

Intérpretes: Micah P Hinson (guitarra, voz) Nick Phelps (Ukelele, batería), Justin Cope (bajo, teclado). Lugar: Teatro Victoria Eugenia. Día: 22 de julio. Asistencia: unas 700 personas.

Micah había comenzado aquel tema como cualquier otro, pulsando las cuerdas de su guitarra mientras su espectacular voz comenzaba una grave letanía.

Transcurridas un par de estrofas el artista decidió parar, y soltar en un inglés acelerado otro de los capítulos de su docudrama existencial. Arreglado un entuerto, el texano volvió a arrancar el himno. Cantándolo con una expresividad completamente distinta. Fue en ese momento cuando lo vi claro: Hinson es un genio.

Al tipo le sobran las estructuras repetitivas de las canciones. Vive al segundo, reconstruyendo cada estrofa, su vida, según sus pulsiones.

Por eso se pasó por el forro su anuncio de no presentar ningún tema del futuro CD de versiones para acabar tocando al menos tres de ellos. Tan solo dijo una verdad que pudo mantener hasta el final: “Los conciertos dependen de cómo me sienta en esos momentos”.

Tras media hora en solitario que puso los pelos como escarpias (a unos por los innumerables parones y la sensación de estar en un ensayo abierto, a otros por la profundidad emocional de la voz del norteamericano), los socios fueron apareciendo en escena.

Se mostraron siempre atentos a la volatilidad del protagonista, a una lista de canciones cuando menos abierta: Country puro de animador de romería vaquera, rock a lo Mogwai, surf de moreno agroman, melodías de los 50 y folk íntimo como el que ofertan bandas como Centromatic. ¿Acaso la inmediatez creativa y la espontaneidad comunicativa no son algunas de las señas definitorias del jazz más despejado?

El Micah de hoy no es el del precioso inicio de su carrera. A ese no le esperen despiertos. Ahora es un hombre que ni canta ni toca, sino que se expresa. Acelera, frena, declama, chilla y susurra. Tensa los silencios y se difumina en las cumbres. Te eleva y te tira. Todo sin salir de la misma canción. En el fondo es el Michael Jackson del folk: Dios le dio una voz inimitable y un gran arte innato, pero le robó la juventud y ahora se dedica a jugar sobre el escenario.

Claro que la capacidad de tolerancia a las monerías musicales tiene sus límites. Del ogro al profesor de guardería hay gran cantidad de estadios intermedios: el niñero, “para un rato”…

Hubo gente a la que la velada le pareció un castillo de naipes en una galerna. Un guión poco trabajado. Un armazón que no había por donde agarrar. Un desierto demasiado largo y árido, con poca agua refrescante que echarse a la cara.

Una actuación demasiado improvisada para la belleza que atesoran sus discos. Algo inhumano para las horas que eran. Muy extenso (dos horas) para poder disfrutarlo sentado en el mismo sitio sin poder mover el trasero para airearse, sin espacio para el refresco ni el cigarrito. Un peñazo, vamos.

Puede ser, no puedo negarlo. Yo también lo sentí en algunos momentos. Es lo que tiene el arte inmediato y confiar ciegamente en las posibilidades de uno mismo: A veces se acierta en la diana, otras se falla estrepitosamente. No hay término medio. En mi caso ganó la puntería. ¿Y en el suyo?

Publicado enCríticas de conciertos

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