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Joseph Arthur & The Lonely Astronauts: Belleza coja

Interpretes: The Ettes, Joseph Arthur & The Lonely Astronauts. Día: 05/12/2007. Lugar: Sala Gazteszena (Donostia). Asistencia: unas 250 personas.

Contentos salieron los asistentes de la animada sesión doble musical del pasado miércoles en Gazteszena. Nosotros nos fijamos en un hecho que nunca falla, la barra del bar. Si está vacía durante las actuaciones, es que la cosa tiene enjundia. Y según lo visto, la Norteamérica musical sigue enviando a nuestra pequeña capital, vía Gaztemaniak! (organizadora del evento), grupos poco conocidos de eficacia y calidad más que dignas.

La noche empezó potente, sucia y sin complejos. Las chicas (y chico) de The Ettes ofertaron rock garajero cuya mayor satisfacción era la falta de pretensiones. Directos y con una Poni Silver a la batería tan bella como castigadora, aporreando su instrumento con saña y firmeza, el trío neoyorquino confirmó lo que su debut «Shake The Dust» proponía. Velocidad, sencillez y energía. Sus 40 minutos de intenso concierto se hicieron cortos, pero había que dejarle el escenario al nombre relevante del cartel y sus astronautas solitarios.

Mas pocos vuelos astrales se pudieron escuchar en Gasteszena. Arthur (con unas pintas con las que podía colar como tercer hermano Gallagher de Oasis) empezó su actuación con una tacada de canciones irreprochables que nos pusieron los dientes largos ante una actuación de rock de raíces que se antojaba antológica. Pero no fue así.

El inquieto Joseph presentaba dos discos, el solitario ‘Nuclear Daydream’ y el eléctrico ‘Let’s Just Be’ y algún asistente dijo con acierto que mejor hubiera sido concentrar los aciertos de ambos en un único trabajo.

Arropado por una banda impoluta en la que destacaba la presencia del guitarrista/teclista Kraig Jarret Johnson (habitual en las alineaciones de The Jayhawks y Golden Smog), la bella voz del escritor/compositor comenzó a languidecer ante los numerosísimos pasajes musicales de la lista de composiciones.

Temas folk/rock «de libro», mostrados con un sonido pocas veces escuchado en la sala donostiarra, perfectos en ejecución pero algo pobres en eso que llaman alma. Nadie puede negar la belleza de los acordes, ni la elegancia de los rasgados. Pero a la hora de transmitir emociones o agitar un poco el interior de los oyentes la cosa cojeaba.

Y para más inri, aquello parecía no tener fin. El primer bloque (al que le siguieron un par de bises largos) acabó a los 45 minutos, y fue el elegido por el artista para copiarlo a toda velocidad en el par de ordenadores presentes en el puesto de merchandising y ponerlo a la venta allí mismo. La crisis musical agudiza el ingenio, y no fueron pocos los que al acabar la velada hicieron cola para hacerse con una copia digital de lo allí escuchado.

Uno de los compradores fue un chico australiano con un sombrero de paja. Seguidor de la banda que tras la actuación londinense de Joseph Arthur no dudó en pillar unos vuelos para tragarse el concierto donostiarra (y el resto de fechas peninsulares).

Sin plano de las ciudades ni reservas hoteleras, el verdadero «astronauta» iba guiándose por las melodías para llegar a cada cita. En la cita guipuzcoana el sistema le funcionó.

Publicado enCríticas de conciertos

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