Para Rafa

Cuando se alejaba del escenario y del personaje Rafa era una persona risueña, afable, cercana y muy atenta. Nosotros le amábamos en silencio, como se puede amar a Van Gogh o Dalí. Y tal era su altura creativa que los halagos se le quedaban cortos. Todos. Las palabras habituales sonaban gastadas y cojas («qué pasada de disco», «que concierto más increíble») frente a él. Porque Berrio era, es, el único genio que he conocido en vida.

Un genio con los pies en el suelo. Trabajado hasta la saciedad, nada era gratuito. Nuestro Rafa Berrio era un trabajador incansable, que se refugiaba en sus retiros creativos en pueblos que no sabíamos ni colocar en el mapa, con su cuatro pistas y su guitarra, buscando los acordes que mejor podían acompañar a esas letras tan elegantes, tan distintivas, tan especiales. A eso también le mirábamos con envidia quienes nos dedicamos al pop. Tumbaba todas nuestras letras como un vendaval juega con las hojas. De forma natural e invisible.

A veces le robábamos una frase, sin él saberlo, como queriendo adquirir de forma rápida ese arte que brillaba ante nosotros. Y como sincero homenaje a quien tanto aportó a la música. No ya donostiarra, que eso queda fuera de toda duda en este páramo burgués. Sino española o castellana, si nos atenemos al idioma. Queríamos ponernos morenos con la cabina de rayos UVA, pero el único sol era él.

Recuerdo muchas tardes, muchas noches, muchas charlas en el Bukos con grupos de músicos en los que él se acercaba y, por pura admiración del resto, acaba siendo el centro de las palabras. Quizás porque a nuestros ojos era el dueño de las mismas. Una persona respetada y adorada por gente de todos los estilos musicales, cosa rara en nuestros días.

Siempre era un gustazo verle sobre el escenario, chulesco y convencido. A diferencia de nosotros, él siempre tenía canciones para exigir el respeto, la admiración y la atención. Se hacía difícil ir a pedir una birra en sus eventos. Podías despistar la ejecución de un tema que ya habías escuchado 5 veces ese mes en vivo. Y aún así vivías con el temor a perderte ese instante irrepetible si ibas a por el trago o a echar un cigarro.

Lo vivimos en el 2012 en sus pases del Rincón Del Arte Nuevo (Madrid), en una noche iluminada, sí. Estrellada. Que arrancó con un tamborradus interruptus, unos escasos segundos de Marcha de San Sebastián mientras la pantalla ofrecía imágenes en vivo de Azpeitia y Donostia. No pudimos llegar al primero de los pases, y los conocidos que lo vieron afirmaron que fue excelente. Pero no les crean. Algunos de ellos se quedaron al segundo, y dijeron lo mismo. Ese era, es, Berrio. El autor que te hace asistir a un momento único, para luego deshacer esa idea en favor de otro momento único.

Le recuerdo el día de Tom Waits, un evento que por autenticidad y precio de la entrada ya está en la memoria de muchos guipuzcoanos. Yo monté un sarao paralelo en el Desy de gros. Sí, ese Desy de Gros, tan hospitalario como siempre. Aquel día acabé rompiendo la única guitarra que tenía bajo avisos del propio Rafa – y todos los presentes- de que no lo hiciera. El pop era punk si iba conjuntado con algo de limoncello. Mi memoria, seguro que difusa y probablemente errada, me dice que él se acabó llevando el clavijero de la misma. Desde la distancia lo imagino como un honor.

Y veo ahora la foto borrosa en la que salgo abrazándole mientras toca y aguanta mi enésima petición de que interpretara “no pienso bajar más al centro de la ciudad”. Y ahora me alegro, en un mar de penas, de haber vivido en su época y, más aún, haberle conocido, tratado y disfrutado

Besos a todos los allegados y vinos a todos los doloridos por la pérdida

Acerca del autor

Giorgio Bassmatti