¡La calle es nuestra! (suplemento terraza, 10 %)

¡La calle es nuestra!”, gritaban los revolucionarios europeos hace ya algunos años (y, ejem, FRAGA). Era el mejor ejemplo del poder real o la relevancia político social de un movimiento/queja/reivindicación. Vosotros mandad y disponed, pero nosotros cortaremos la vida para protestar y rebelarnos como demostración de nuestro poder real.

En un inexplicable giro del destino, la frase es ahora promulgada bajo los mismos efectos y defectos por los hosteleros de las ciudades. Hace unos días paseaba por un barrio céntrico de Donostia, un espacio que los últimos años ha visto aumentar considerablemente el número de garitos de este tipo. Caí en la calle peatonal que aloja un conocido establecimiento.

Oteé su terraza. Ocupaba media calle de ancho. Y a lo largo no solo sobrepasaba su fachada – la ley dice que no te puedes pasar de eso- sino que llegaba hasta el siguiente cruce. Molestando la salida de los vecinos de un portal. Una práctica habitual: Si el establecimiento no tiene a su vera otro local comercial con salida, nada impide que se estire como un atleta antes de una carrera. Y si algo se lo impide, es una multa asequible. En la ciudad de los ocupas las multas son menores si tu invasión tiene mesas y sillas. Aprended, Gaztetxes.

Seguí mi paseo hasta otro coqueto bar en el que más de una vez me tomé un café. Está en la plazoleta cercana a un cine. Una zona de bancos, urbana, de aire y cielo entre ladrillos de pisos. El minibar mencionado ha visto la luz. Eléctrica, para más señas. El neón ilumina la terraza fija (FI-JA) que ha montado en el exterior, un espacio que triplica (TRI-PLI-CA) su espacio comercial. De nuevo estirándose ante la ausencia de reclamantes. De nuevo ocupando para gozo propio un espacio público, de todos, de forma perpetua. No me debería extrañar. La solución de la ciudad a los espacios sin un uso claro es derribar la arquitectura existente y poner un bar

¡Cómo ha cambiado el término “progresar”! En su día significaba adquirir otro local, adyacente o no. O abrir una nueva delegación en otro bloque. Jugándote los cuartos propios y prestados para intentar mejorar en la vida y pasar de un estudio a una vivienda de dos habitaciones. Ahora, en cambio, si tienes una tasca, tu Ayuntamiento te da de manera fija una ampliación a cielo abierto por una inversión que no llega al 10% de lo que debías haber soltado antes. ¡Viva el progreso!

¿Por qué no se permite que carnicerías, tiendas de ropa o estancos puedan hacer lo mismo y extenderse y mostrarse por cuatro perras más?¿Por qué en la parte vieja se eliminan – correctamente- los exhibidores de souvenirs pero un bar puede extenderse sin freno cual mosquito tigre?

No se me ocurriría hablar de prevaricación, porque no creo que afecte directamente a los bolsillos de los gobernantes. Pero lo de “trato de favor” igual se queda corto. Déjense de semanas de la movilidad y el buen humor y el pequeño comercio. Su modelo de ciudad está bien claro. Y en su lista el ciudadano no está en primer lugar.