Las sillas de verano

Casa al noroeste, luz celeste. No era un dicho muy popular, pero en aquel sexto piso se cumplía. Sobre todo en verano. Y de fondo siempre sonaban cosas a medio hacer, tan tranquilas y tan agradables. El vapor del café, la tostada, el disco con aquel pequeño «crac» en la mitad del tercer tema.

Ella y él tomaban acomodo, dejando en el suelo sus elementos favoritos. Tazas, libros, revistas, ceniceros. Juntos se sentaban, juntos estaban, juntos pasaban el día. Sentados en aquellas sillas bajas. Una carrera ciclista en la que el primero y segundo entran cogidos de la mano, a la vez. Sin que la foto finish pueda separarlos. Sin mucho hablar, y diciendoselo todo.

La calle comenzaba a despertar, aunque no llegaba a despegar sus ojos. No era una zona muy concurrida, por más que el barrio fuera lo que demograficamente se conoce como “una colmena”. Una furgoneta de reparto, un coche, un par de vecinos hablando en la calle sobre el calor reinante. Todo en la gran pantalla luminosa de aquellas ventanas, aquel “poltergeist” de luz y vida que solo tenía un canal de visionado.

“puede ser un haya otoñal al cambiar tan fácil de color,
como una palmera puede ser, tan alegre bajo el sol. “

Un día él faltó. Y al siguiente. Y aunque fuera lloviera ella seguía abriendo las ventanas. La música sonaba suave, como siempre. Y el vapor del café huía por el balcón, hacia donde estaba él. Sin mucho hablar, y diciendoselo todo.