Tate, aquí hay tomate

Un museo es una institución pública o privada, permanente, con o sin fines de lucro, al servicio de la sociedad y su desarrollo, y abierta al público, que adquiere, conserva, investiga, comunica y expone o exhibe, con propósitos de estudio y educación colecciones de arte, siempre con un valor cultural. Los museos exhiben colecciones, es decir, conjuntos de objetos e información que reflejan algún aspecto de la existencia humana o su entorno”.

Y como vengo entrenado del Guggy, no puedo evitar pensar en continente y contenido. Porque Gran Bretaña, y Londres es particular, es un museo. Un país que vive con sus propias reglas. Y no hablo solo de emplear otras medidas o conducir del revés. Ni poblar los pubs para ver el mundial de rugby. Ni que el underground (que convierte en aldeano cualquier intento local basado en agujerear un poco de suelo) pase cada dos minutos. O que Ed Sheeran estrene una peli. Ni que sepan hacer de la cagada una virtud (y de paso llenar 5 pases el 02)

También hablo de pagar como en Nueva York (toda vivienda que ves en el mapa turístico vale más de 1 millón de libras). E invertir la languidez actual del mercadeo del ladrillo. La City, ese cuqui paraiso fiscal occidental, planea construir 25.000 viviendas hasta el 2026. Con deciros que hasta easyjet ha montado una rama inmobiliaria: easyproperty.com

Y retratada ligeramente la bolsa, vayamos a lo que contiene, idealizado en ese disney de euros que es Harrods.Porque toda la pornografía que recopila Harrodsburg es rigurosamente cierta, y hasta recatado para lo que se ve por sus pasillos y salas. Qué ostentación a cada paso, tras cada esquina. Que borrachera de impulsos. Qué maravilloso mercado de abastos digno de una peli de Wes Anderson, qué zona de juegos (con un harrods hecho de Lego que consigue hasta pasar casi desapercibido) , qué serie corrida de marcas lujosas. “En los templos se guardaban objetos de culto u ofrendas que de vez en cuando se exhibían al público para que pudiera contemplarlos y admirarlos “. Puro lujo para los recién llegados al mundo de los bolsillos reforzados.

A su vera, en Oxford Street, muchos otros pelean por ser los mejores consumidores de Endesa. Aunque el mejor ejemplo de la comercialización de lo aparentemente banal lo podemos encontrar en LUSH, una tienda de jabones decorada a medio camino entre Willy Wonka y la casa de chocolates de la bruja del cuento.

En la vertiente más convencional del término, el expolio del British es una gozada. Con sus elegantes vericuetos de neolengua no exenta de cierta verdad (“nos hemos llevado todo esto porque en aquellas tierras arrasaban con todo aquellos años y claro, se iba a perder”. Mientras pensamos que ahora querríamos hacer lo mismo en los mundos de ISIS), el paseo griego o romano es una película maravillosa acompañada siempre por más extras que en Ben Hur. Un espacio que, cómo no, abraza la tendencia de integrar tiendas gigantes de merchandising

Sensación multiplicada en la gloriosa obra maestra que es el Tate Museum )(también denominado Tate Donate). A la salida de cada exposición hay un tenderete fantástico sobre el tema recién visto (y un par de regalías de muestras pasadas). Mejor pillar a la gente en caliente.

Y es normal picotear algo. Porque la que ahora cuelga en sus paredes, The World Goes pop Art, es una maravillosa maravilla bien provista de mala leche. Porque no hay como vivir oprimido por un fascismo o dictadura o ser mujer para crear obras pop con la elegancia suficiente como para saltarse los controles de los cuadriculados censores de turno. Quizás por eso españa esté tan y tan bien representada. “Some of the best works in the exhibition come from Spain “, dice el Independent. Y le damos la razón. Equipo Crónica, Equipo realidad y los menos populares Rafael Canogar, Joan Rabascall o Isabel Oliver dejan muy alto el pabellón de requiebros artísticos peninsulares. Aunque también sea sencillo caer impresionado por las puyas de Erró o el vídeo de la exposición argentina basada en recorrer angostas y locas habitaciones cuya autoría no consigo recordar (¿delia cancela?)

Lo peor de todo no es vivir unos días a esos precios, a esas vistas y a esas costumbres paseantes y ociosas. Lo peor es cuando el autobús de vuelta te deja en la parada de tu ciudad y ves a muy poca gente por la calle, buena parte de ella caminando con cuerpo triste y abrigos de otra época, en una urbe a la que solo le falta oler a pan para darse cuenta que ahí fuera hay -mucha más- vida.